Tinte polisémico | Emprendimiento

El reto es diseñar e implementar modelos de emprendimiento

La mayoría de la gente asocia el emprendimiento a una visión económica, relativa a generar una empresa o proyecto financiero. Es, desde este enfoque restringido, que se concibe también en las universidades, escuelas de administración y gerencia,  generar un negocio.

Según el Diccionario de la lengua española, emprender significa: “Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro”.

Sin embargo, se atribuye modernamente el término entrepreuner al francés Richard Cantillon (1680-1734) y cuyo significado refiere: “pionero”, el cual se define como aquel individuo dispuesto a asumir riesgos en un entorno de incertidumbre en concreto e iniciar de manera novedosa un proyecto.

Etimológicamente (in y prendere) corresponde a coger, tomar, asir; asociado al concepto de atrapar oportunidades. En síntesis, observamos como desde su etimología la concepción de emprender implica el riesgo asociado a esa nueva idea de negocio, además de innovar, así como de cazar y aprehender nuevas oportunidades no exploradas.

En este orden de ideas, el economista Joseph Schumpeter, en su obra Capitalismo, socialismo y democracia del año 1942, expone, en su visión sobre el capitalismo, que la entrada innovadora de los emprendedores constituye la fuerza disruptiva (conocida como el Vendaval de Schumpeter) que sostuvo el crecimiento económico, y describe el proceso de transformación que acompaña a tal innovación en los siguientes términos: “…el impulso fundamental que pone en marcha y mantiene el motor capitalista proviene de los nuevos bienes de consumo, los nuevos métodos de producción o transporte, los nuevos mercados, los nuevas formas de organización industrial que crea la empresa capitalista.”

Abordemos ahora la situación en contexto. La crisis sistémica capitalista en su fase neoliberal evidencia sus fragilidades generando nuevas desigualdades socioeconómicas y territoriales, destrucción y precarización del empleo, cierres de empresas y, en resumen, deterioro del estado del bienestar; y frente a ese panorama de crisis, se convierte en una necesidad el emprender.

Se propagandiza un discurso y se recurre a todo el aparataje comunicacional y cultural para progresivamente dotar el término emprendimiento de un significado puramente económico, que oculta el sentido más extenso del término, influenciado por el racionalismo, el subjetivismo y el individualismo metodológico que han contribuido a asentar el capitalismo.

El concepto de emprendimiento en la sociedad contemporánea responde a la ideología del interés propio, centrada en la percepción del cambio social como resultado de la acción individual de algunos sujetos sociales claves para el desarrollo.

En la economía de mercado, el emprendedor se aprecia como el sujeto social propio de la sociedad neoliberal, convertido en una categoría social, en una forma de vida, un modelo cultural, un modo de estar y de relacionarse con el mundo (Pfeilstetter, 2011 y Marttila, 2012).

La cultura emprendedora, de acuerdo a Ginesta (2013), “forma parte de un modelo social basado en la competitividad y en un fomento de la iniciativa económica individual que está fuertemente basado en el credo neoliberal” (p. 57).

Como conclusión, advertimos que enunciar el concepto de emprendimiento es más complejo que la mera idea de montar un negocio, pues desde una perspectiva más amplia derivan hacia metas y objetivos de tipo social, político, cultural, entre otros.

Por citar un ejemplo paradigmático, el ganador del Premio Nobel de la Paz del 2006, el empresario Muhammad Yunus, con la creación del Banco de Grameen, en la India, logró demostrar y difundir las microfinanzas como servicio, bajo la modalidad de préstamos, a personas de bajos ingresos como mecanismo para salir de la pobreza.

En Venezuela contamos con un ordenamiento jurídico muy reciente, la Ley para el Fomento y Desarrollo de Nuevos Emprendedores (Gaceta Oficial Nº 6.656 Extraordinario, del 15 de octubre de 2021); sin embargo, como antecedentes orientados al impulso y la promoción de modelos organizativos alternativos de emprendimientos, hemos explorado sin mucho éxito, específicamente con las asociaciones cooperativas, así como las empresas de producción social y otros formatos de propiedad colectiva y mixta.

Contrario a lo que actualmente ocurre en nuestro país, el reto es diseñar e implementar modelos de emprendimiento, cuya esencia combinen el trabajo como actividad dignificante, no alienante del ser humano, libre de explotación y como acción de carácter social que viabilice el desarrollo pleno de nuestras capacidades creativas.  

 

Héctor E. Aponte Díaz


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