Estoyalmado | De la TV al celular

La adicción a la pantalla mutada de un aparato a otro

Aquel mago de la cara de vidrio, como lo llamó en su novela Eduardo Liendo, reunía a toda la familia frente a la pantalla para ver el capítulo final de la novela del momento, el partido crucial de béisbol, la pelea histórica en un ring o la cantante de la época en un maratón “sensacional”. Si bien la televisión no le proporcionaba erudición ni tampoco nos hacía libres de consciencia y alma, sí los reunía para compartir todos en un solo lugar, y eso era valioso. 

Ahora con el celular “inteligente” (qué ironía) todos tienen su propio momento dedicado,  paradójicamente, a la “interacción social”. Los miembros de una familia entera pueden estar sumergidos cada uno en un mundo de “contenidos”, algunos banales, otros disociantes, pocos útiles y enriquecedores. 

En descargo de la televisión, se puede decir que tenía la virtud de fomentar el encuentro colectivo; en contravía el celular puede promover un individualismo extremo que raya en soledades tétricas, falsamente atenuadas con la sensación de ser popular e influenciador al tener miles de seguidores en las redes.

Es interesante cómo la nueva audiencia consume los contenidos con el celular, tal como cualquier adicción conocida: la primera dosis comienza en la mañana al despertarse; y la otra al dormir. Puede faltar cualquier cosa en la cama, menos el celular, siempre encendido como si fuera nuestra única conexión real con el mundo. ¿Cuántas parejas habrán tenido o tienen problemas por el bendito celular? Al televisor no se le puede achacar tantas diatribas maritales. Si acaso el final de un juego de béisbol o el último capítulo de la novela a señal abierta. Pero con el celular es distinto, porque puede almacenar los detalles más íntimos de la vida. 

Antes, los viejos televidentes gastaban una hora o más viendo una novela o algún programa determinado. Si no gustaba, se pasaba a otro canal o se apagaba. Si quedaba encendido sin nadie viéndolo podía arder Troya en ese lugar.

En cambio, la nueva audiencia con celulares, o celularvidente, ve lo primero que atrape su atención: puede ser un estado de wasap de algo o alguien que nos da curiosidad; de ahí saltamos a revisar qué dicen en Facebook, algo de Twitter, Tik Tok y, por último, el motivo predilecto de la procrastinación de muchos: Instagram y sus reels.

Todo eso se cumple mientras chateamos por wasap o estamos preparando la última foto, video, tuit o meme que vamos a publicar. En esta tendencia de consumo digital se pueden ir horas irrecuperables en una desenfrenada exposición a la pantalla que nos demanda más atención que la que damos al prójimo más cercano. 

En su fuero interno, el celularvidente puede llegar a creer que está más informado, conectado y entretenido con lo que ocurre con el mundo, que el resto que no tiene teléfono, solo por haber ruleteado por varias redes durante varias horas. Solo por haber visto la mitad de las series actuales de Netflix o porque vio un maratón de “Supervivencia al desnudo”. 

Se trata de pequeños magos con cara de vidrio diseminados por doquier haciéndonos creer que somos automáticamente más modernos y comunicadores innatos.

Para 2025 los gigantes tecnológicos adelantan que los teléfonos serán “más inteligentes”. Hablan de tecnología 6G, con pantallas enrollables, plegables y extensibles. Para 2050, casi en un escenario distópico, se espera la magia de la realidad aumentada, con la que podrás visualizar tu propia interfaz como si fueras un holograma. Parece ficción, pero el proyecto Metaverso está demostrando que puede ser real, es solo cuestión de tiempo. Así las cosas, al parecer todo será más inteligente en detrimento de los seres que usaremos esas nuevas tecnologías. Ojalá no terminemos como el maestro Ceferino, el personaje de la novela de Liendo.  

Manuel Palma


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