Estoy almado | El antivenezolanismo
09/09/2023.- Para algunos, mostrar el lado positivo del país es un sacrilegio. Si lo haces, inmediatamente eres acusado de ser romántico o de "perfumar el excremento". Así, con ese tono, me lo han dicho dentro y fuera de las redes. Se trata de un movimiento odiador que reniega de su propio país y quiere que todos los venezolanos mostremos nuestro terruño como lo peor del mundo. Es lo contrario a lo afirmativo venezolano.
El modus operandi funciona así: el prejuicio inquisidor indica que siempre, siempre, debes hablar muy mal de Venezuela. Se cree que la narrativa maldiciente contra nuestra propia tierra le hace daño al gobierno y no a nosotros mismos como pueblo. Muchos de quienes hablan mal del país se autoproclaman en redes sociales como "ciudadanos del mundo". Son cualquier cosa menos venezolanos.
En esa visión, hay quienes se presentan como "figuras públicas", prácticamente nacidos en Venezuela por error o infortunio. Incluso, los más obcecados dejan de ser venezolanos, según ellos, cuando reciben una tarjeta de residencia en el exterior. Se sienten tan orgullosos que lo publican en las redes.
Este desprecio es la etapa superior de aquella idea malsana de que lo nuestro "no vale, no sirve" y, por tanto, ser venezolano es una vergüenza. Conocí a alguien con ese síntoma de transculturización: siempre se sentía incómodo y molesto de ser venezolano. Y no lo digo ahora que atravesamos esta espantosa crisis económica. Estábamos en plena bonanza, pero el personaje en cuestión detestaba la comida, la música, las tradiciones y cualquier aspecto que nos identificara como pueblo. Actuaba como una persona ajena a este país, aunque nació aquí. Por supuesto, ya no vive acá.
Cómo él, muchos venezolanos, dentro y fuera del país, no les gusta que proyectemos lo positivo de nuestra cotidianidad. Hay una cruzada antivenezolana que intenta por todos los medios presentarnos como algo muy feo. Intentan legitimar que "somos una enfermedad contagiosa", tal como nos llamó el infausto Julio Borges.
Tal parece que la imagen que debemos mostrar siempre es de sufrimiento, tristeza y miseria. No podemos dar la sensación de que en Venezuela se disfruta de momentos de alegría, de algún pequeño éxito cotidiano, por encima de las enormes dificultades que padecemos a diario.
Ese antivenezolanismo se nota mucho más en época electoral. Tristemente, son nuestros propios coterráneos en el extranjero quienes divulgan contenidos tóxicos para que nos sintamos mal como pueblo. De hecho, en cierta prensa y marketing amarillista somos el contenido predilecto para alimentar el morbo de una audiencia adicta a consumir acerca de la "desgraciada Venezuela". La premisa es la misma: nada que sea positivo nos puede caracterizar como venezolanos, a menos que sea alguien de abolengo o que, por supuesto, tenga raíces foráneas.
Lo peor es que acá hay quienes avalan esa deformación, aunque sepan para sus adentros que la realidad venezolana está, en muchos casos, magnificada. Y no se trata de ocultar u omitir nuestros problemas. ¿Quién dice que no estamos mal? Hay fallas en los servicios de suministro de gasolina, luz, agua y gas. No se puede vivir del salario legal, el dinero no alcanza para cubrir lo básico. La seguridad social está congelada hasta nuevo aviso. El aumento criminal de los precios asfixia a las grandes mayorías, mientras unos pocos viven en medio de lujos y extravagancias. ¿Eso acaso no existe? Claro que sí, eso está ahí y obedece a causas multifactoriales, unas más graves que otras. Hoy, pocos dudan de que el bloqueo no sea uno de los principales motivos que daña la economía y la calidad de vida de la población de a pie.
Como nación, no solamente somos sinónimo de problemas, padecimientos y sufrimientos. El desprecio hacia nosotros mismos no es nuestra vitrina para mostrarnos al mundo, ni tampoco nos define. Venezuela es ingenio, creatividad, chalequeo, maravillas naturales, orgullo nacional, superación, resistencia, estudio, inclusión, consciencia, solidaridad, justicia social, perseverancia, combate y patria.
Es inconcebible que extranjeros vengan al país y, en medio de las adversidades, nos den lecciones sobre cómo debemos valorar más lo nuestro, a pesar de la crisis y las penurias. Podemos pensar distinto sobre la realidad venezolana, tener posiciones totalmente alejadas de la sensatez, pero lo que no podemos permitirnos es que nos consuma el antivenezolanismo, teledirigido por redes y medios electrónicos.
Más allá de los chovinismos, hay que trabajar en rescatar el orgullo y lo digno de ser venezolano. Porque naturalizar el desprecio a nuestro terruño es igual a no querernos nosotros mismos. Es importante tener claro que cuando hablamos y mostramos lo positivo de alguna situación no se trata de romantizar nuestros problemas como nación. Es recordar que también tenemos derecho a ejercer la esperanza y la resistencia, donde sea y en las circunstancias que fueren.
Manuel Palma