Letra desatada | Pueblo Allende
11/09/2023.- En la habitación de mi mamá Victoria, allá en Altagracia de Orituco, en el estado Guárico, está colgado el diploma de bachiller en Ciencias de Pedro Lorenzo Chacín Díaz, registro de una graduación del para entonces Liceo Ramón Buenahora. La fecha, agosto de 1974 y el nombre de la promoción: Salvador Allende. Con diez años de edad tal vez fue en esa época cuando tuve conciencia de la magnitud del golpe contra Salvador Allende, que culminó con su asesinato en el palacio presidencial de La Moneda en Chile, del que se cumple hoy medio siglo.
Pasarían 17 años para que el dictador Augusto Pinochet saliera del poder en el que se mantuvo con la misma intensidad y crueldad que le imprimió a los quince minutos que duró el bombardeo contra Palacio Presidencial.
Quiso el destino que Pinochet viviera mucho tiempo (1915-2006). Quiso el destino que su cara enjuta, ignominiosa y cínica quedara deambulando, atormentando a millones de corazones hasta que falleció siendo senador de la República de Chile. Quiso el destino que el dictador muriera un 10 de diciembre, fecha declarada en 1950 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, como el Día de los Derechos Humanos. Estuvo 17 años en el poder y lideró la transición a la democracia en Chile autoerigiéndose senador vitalicio, lo que constituyó una bofetada más para la dignidad de buena parte del pueblo chileno. Y digo buena parte porque las chilenas y los chilenos han decidido forjarse una transición que lleva décadas, por lo que se nos antoja recordar parte de las palabras del último discurso de Salvador Allende como homenaje a su valentía:
“Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia (…) Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
No nos toca juzgar que tan enaltecedores son los ideales de democracia en el territorio que abriga hoy a los mapuches, aymaras o diaguitas, respetuosos como somos de la autodeterminación de los pueblos.
Pero sí creemos en la justicia y la pedimos para quienes han sido asesinados por los carabineros, los mismos que inspiraron la última canción que escribió Víctor Jara el 15 de septiembre de 1973 horas antes de morir al narrar el horror que se vivió en el Estadio Nacional de Chile. Son los mismos que hace muy poco tiempo salieron dispararle a los ojos a la juventud chilena, no para controlar las protestas, sino para amedrentarlos con terror y muerte. Prohibido olvidar.
Escribió Jara hace 50 años:
¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es este el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?
Medio siglo después evocamos la poesía de Víctor Jara, evocamos la poesía de Neruda, evocamos el canto de Violeta Parra, evocamos canciones de la nueva trova cubana, evocamos la tristeza y la nostalgia de miles de exiliados, evocamos a amigos y profesores de la Universidad Central de Venezuela en la década de los 80, evocamos el dolor de los familiares de los desaparecidos, evocamos los ojos lloviznados de esos desaparecidos, evocamos a la solidaridad internacional que nos movió y que nos mueve siempre, evocamos amores y canciones.
Pero sobre todo evocamos al Presidente de la dignidad, al Presidente valiente, evocamos su discurso porque después de 50 años el fascismo es el mismo, porque después de 50 años el pueblo de Chile es el mismo y sigue haciendo historia y luchando para construir una sociedad mejor. Sigamos.
Mercedes Chacín