Micromentarios | Consulta literaria
12/09/2023.- Con frecuencia, recibo por carta o cara a cara preguntas relacionadas con el arte de escribir. Personas de distintas edades y oficios, que se inician o buscan avanzar en dicho arte, me consultan sobre tal o cual aspecto del mismo.
La mayoría de las veces, las preguntas no son técnicas y tienen que ver con aspectos del trabajo del escritor más allá de la hoja de papel o la pantalla en blanco. He aquí una de tales consultas:
¿Puede escribir con compañía o lo hace en la más absoluta soledad?
Puedo hacerlo de ambos modos. Soy periodista y, gracias a esto, me acostumbré a trabajar en condiciones adversas, es decir, de pie, con una libreta en las manos o una grabadora; a bordo de un auto, un vagón de metro, un autobús o un avión. También, rodeado de personas que vociferan o remedan un paisaje de fumarolas.
Cuando trabajé en diarios y revistas, lo habitual era hacerlo en una sala de redacción donde resonaban diez o doce máquinas de escribir a la vez —aún no había computadoras—, asfixiado por las nubes de humo de cigarrillos que se alzaban detrás de los paneles separadores de los cubículos de mis colegas.
Yo no fumo y lo positivo de esa situación era que, para no convertirme en fumador de segundo pulmón, trabajaba a gran velocidad para salir pronto y dejar atrás el ambiente volcánico.
Hoy trabajo en casa, con música de fondo y varios diccionarios y enciclopedias a la mano, tanto virtuales como en papel. Estos son indispensables para atender las dudas que surgen sobre el uso de determinadas palabras o ideas.
Por supuesto, conspiran contra mi labor los asuntos propios de la cotidianidad: llamadas telefónicas, escándalos vecinales, solicitudes imperiosas de los dos gatos de los que mi esposa y yo somos sus mascotas, salidas obligatorias para comprar alimentos o botellones de agua, entre otros.
En nuestros países, a menos que uno tenga suficiente dinero para contratar a quienes le resuelvan tales cuestiones, es imposible librarse de ellas. Por lo tanto, y para no estresarse, es necesario establecer algún tipo de meta diaria, bien sea cumpliendo un horario estricto de tal o cual número de horas o determinando una cantidad de páginas escritas en cada fecha. Por lo general, hago mi trabajo en las mañanas, pero no me importa hacerlo al mediodía, en la tarde o ya de noche.
Mi cuota es de tres páginas al día. Sé que son pocas, pero resultan quince a la semana y sesenta al mes. Una novela de 120 o menos puede escribirse en dos meses.
En cuanto al lapso que dedico a la escritura, puede ser de cuatro o cinco horas, aunque a veces en media hora o poco más ya he completado mi cuota.
En cuanto a la soledad o la compañía, mientras escribo, obviamente, requiero de soledad. Pero no tanto de la soledad física, como de la que requiere mi espíritu. Esta me permite trabajar en cualquier sitio donde las voces alcancen volúmenes que incluso hagan sangrar los oídos.
Por supuesto, para lograrlo es indispensable aprender a concentrarse, con todos los sentidos puestos en lo que se hace.
Armando José Sequera