Letra invitada | Bolt y la civilización

13/09/2023.- Lo que narraremos no es la historia de un grupo familiar. Es la historia de la vida cotidiana que aborda la ética y la conducta que debe asumir, en las peores circunstancias, toda la humanidad.

Una vez nos alarmamos ante un perro abandonado. Lo comentamos en medio de la calle. Una señora de pueblo humilde nos dijo: "Vengo de El Cementerio. He recogido diecinueve perritos. Aquí traigo unas yucas que voy a ligar para darles de comer".

"Caramba, a señoras como esas son a las que hay que ayudar", pensé de inmediato. Contribuyen a aliviar un drama.

Una vez en Valera, estado Trujillo, en plena pandemia, vi a una muchacha llorar al no poder atrapar a un perro labrador abandonado, herido en una pata, pero temeroso de las personas que se le acercaban.

La clase política no entiende lo que ha vivido el pueblo venezolano, el ciudadano que se ha quedado ante la emigración que inició una pequeña burguesía caraqueña, esnobista y veleidosa con Occidente, ese componente de los anglosajones que marca los Estados Unidos.

Cuando mi hija tenía entre doce y trece años, ya liceísta, empezó a manifestar interés por los perros y recibió uno de regalo. Pero a partir de 2013, casi con veinte años, asumió el compromiso de ayudarlos. Ahora, ya cercana a los treinta, con formación de ingeniera, me hizo una confesión: "Papá, mi sueldo lo gasto cuidando a mis perros".

Me habló así esta semana de septiembre, el miércoles 6, con dolor tras la muerte de Bolt. Lo enterramos en ese momento. Ella buscó salvarlo de las convulsiones. Gastó en veterinarios. No se pudo.

Ella, en 2013, había rescatado a Bambú, de una cepa de bambúes en el Zoológico de Caricuao. En 2018 lo acabó la huella del mal de las garrapatas. En esos años se agrupó con otros jóvenes para rescatar perros y gatos, cuyo abandono en las calles se incrementó con la estampida loca de millones de venezolanos que creían que Venezuela se había acabado y debían correr. Por la vía de los hechos seguí su ejemplo de rescate de perros. Mucho antes había rescatado dos gatas en Maracay. Al perrito Bolt lo tomé en el metro que va a Caricuao; a Chana en la avenida Bolívar; a París en Boconó a medianoche y a Kissinger en El Turagual, por los lados de Motatán.

Sentí la obligación de socorrer a un necesitado. Un perro. El tiempo de hoy es diferente. Las revoluciones también. Es otro giro el que debe dar la humanidad.

A los catorce años (en 1977), entré en la ultraizquierda. La revolución radical. En varios episodios sentí la muerte cerca. Mucha suerte con harto palo, como escribió Ciro Alegría. Y nunca hice adscripción al ateísmo. Soy culturalmente católico. Siempre tengo presente la existencia de Dios. Un día en Trujillo hice un mal comentario sobre él y no pasó media hora cuando volé desde un camión. Arrastro huellas de un brazo fracturado.

Algo existe. Y ese algo también nos exige amor a los animales. Lo entiendo porque lo he visto. Mi hija trata a los animales como seres especiales y ellos responden de ese modo. Por eso nos duele que se haya ido Bolt.

En casa de mi hija, Bolt era mi vigilante. Dormía en la puerta de la habitación. Prefería que yo le sirviera comida y lo viera comer. Y si yo no estaba, su vida era mi hija.

No es fácil perder un perro así. "El vínculo con un perro es el más duradero de esta tierra", dice Konrad Lorenz.

He contado la historia de Bambú. Ahora se fue Bolt. Un denominador común: perros rescatados y educados. Dios existe y es grande. Bolt llegó y demostró ser un perro de una naturaleza superior.

Hay muchas maneras de escribir sobre perros. Están Los perros hambrientos de Ciro Alegría. Tengo mis historias. Entre ellas, Tras los pasos de Kissinger.

A Bolt lo vi en un tren rojo del Metro. De esos que dicen "tren en prueba". Su color blanco relucía entre mucha gente. No sé cómo apareció. No sé si alguien lo abandonó subrepticiamente o llegó de lo desconocido. Ahí estaba. Su calma y su dulzura. ¡Cómo es posible! Yo estaba parado en una parte del tren que llaman "acordeón". Me acerqué al perrito blanco, vi que estaba solo y pregunté: "¿Quién quiere este perrito?". Nadie habló.

Tomé una decisión. "Bueno, si nadie lo quiere, me lo llevaré yo". Me quité la correa y tuve cuidado de halarlo. Para mi sorpresa, mi hija lo recibió feliz. Cinco años con él. Con el tiempo, una barba de color vino tinto le dio un toque especial.

Quedan Chana y el Negro. A Chana solo le falta hablar. Cuando el metro procedente de Caricuao paró en la estación Nuevo Circo, me quedé. Iba a Candelaria por algo, una compra, algo así. Pude quedarme en Parque Central, pero opté por salir en Nuevo Circo. Caminaba y en la calle que baja de la avenida Bolívar paró un carro y rápidamente soltaron dos o tres perritos, cerca de la Misión Nevado. Temeroso de que un auto atropellara a una perrita, la tomé y la llevé a la sede de la misión. Di mis datos, le hicieron la primera inspección y me fui con mi perra. En una calle de Candelaria, en la puerta de un restaurante, vi a varios dirigentes de Bandera Roja. Estaban Pedro Veliz, presidente, y Eder Puerta Aponte, secretario general, entre otros.

Años, décadas de amistad con el viejo Pedro, excomandante guerrillero y con mucha historia, entre ellas casi una década preso, su única detención tras mucha actividad y persecución desde los años sesenta. Nos conocimos en una visita que hice a la cárcel de La Pica hace unos 35 años, cuando llevé una ayuda a un militante de la Liga Socialista que estaba como preso político en esa prisión de las afueras de Maturín.

Somos orientales y eso es denominador común para esta amistad. Donde nos conseguimos Pedro y yo, conversamos, tomamos café o una cerveza y si hay para comer, se come. Saludé a todos, me invitaron a sentarme y dije: "Pedro, ¿quieres esta perrita? No tengo dónde meterla".

Eder Puerta dijo: "A mí me gusta pa llevármela pa Sucre, pero hoy no puedo. Cuídamela".

Consumimos varias cervezas esa tarde, hasta que se hicieron las siete de la noche. Al llegar a casa, a mi hija le gustó y la llamó Chanel. A los días me encontré otra vez con Eder Puerta Aponte: "¿Qué hiciste con la perra?". "Te jodiste. A mi hija le gustó y se quedó con ella", le dije.

En efecto, "son decisiones en su momento", diría Bertrand Russell.

Estos asuntos de la vida cotidiana enseñan.

Es revolucionaria la ampliación de los centros de estudios de Medicina. Se acabó el filtro de la UCV y la curiosa hegemonía de judíos en ese centro, solo para sus hijos. Hay que seguir avanzando en este punto. Igualmente, debemos proteger a los animales domésticos y silvestres. Que se abran muchos centros de estudios de veterinaria y biotecnología, empezando por el Zoológico de Caricuao. ¿Cómo un trabajador puede pagar un servicio veterinario en dólares y caro, cuando lo que recibe por su trabajo es poco?

Proponemos estudios de veterinaria para la liberación. Que el veterinario atienda a los animales del bosque, a los perros y gatos abandonados que deambulan por las carreteras. No solo a los animales de los millonarios.

Hace unas semanas salí de Maturín para Caripe. Mucho animal abandonado, hambreado por esas carreteras. Tristes. ¿Qué hacen los alcaldes? La Misión Nevado estará incompleta mientras no esté presente en todos los municipios de Venezuela, incorporando laboratorios para pruebas de sangre, entre otros exámenes, y radiografías, para perros y gatos o cualquier animal que lo necesite.

En Venezuela los estudios de Veterinaria están para servir a la burguesía ganadera vacuna. Por eso es que el viejo Domingo Alberto Rangel nos decía que en Venezuela las universidades servían para formar cuadros para la burguesía. Y lo grave es que la burguesía se organiza en Cámaras bajo criterios grupales de clase dominante. Los asuntos de las masas no les interesan. O les importan poco.

Bolt es como Bambú. No sé cómo lo conseguí en el metro. Tenía que llevarlo. Y lo llevé. Además, la vida lo va llevando a uno. Es lo que en inglés llaman performance. Lo performativo. Lo que se hace. "Actué correctamente —le digo a mi hija—. Llegó a tus manos. Y fue feliz".

Bertrand Russell dice que la vida es horrible y para encararla importan las decisiones que se tomen. Llevaré el nombre y la imagen de Bolt siempre. Por eso hablo. Quedará escrito.

"Ayudarlos siempre será la decisión correcta", dijo mi hija. Bambú y Bolt son nuestros ejemplos.

La república es cosa de todos. Incluye ciudadanos, animales, pajaritos, mariposas, todo. Will Kymlicka y Sue Donaldson hablan de ciudadanía animal, en Canadá.

El mundo va a seguir cambiando. Todos deben ser protegidos. Es el conato, la vida y esta se garantiza con territorio. Sin territorio y soberanía territorial no hay vida. ¡Cómo cuesta que mucha gente entienda esto!

Hay que buscar el nuevo tiempo. Fíjense: los europeos hablan de cambio climático, pero no de cambio de civilización. Aquí seguimos con políticos antiguallas como el gobernador enfermo que tiene Margarita, gallero e inútil. Arsenio Henríquez, buen amigo, defensor de la gente pobre, planteó un referéndum para salir de ese estorbo adeco que es Morel Rodríguez, y lo amenazaron.

Hay que buscar ejemplos moralizantes. Ética y política. Vida cotidiana, como decía Agnes Heller en mejores tiempos. O Lefebvre o incluso Harvey. Mucha gente intuye que los mitos y ritos de este Occidente sobran. Se botan perros y gatos. Pero no he visto al primer loco que tire a la calle vacas o búfalos, ni gallinas. Son mercancías.

Por eso recuerdo a Douglas Bravo, el viejo combatiente falconiano. Advertía que el asunto iba más allá de lo ordinario. Lo recuerdo en Parque Central o en su casa, ofreciéndome mangos, café, arepa pelada, aguacate y queso de cabra. Me hablaba y me hablaba. Siempre me llamaba carajito: "Lo que hay que cambiar es la civilización, carajito. ¡La civilización!".

Hay mucho que evaluar. Hace un tiempo le dije a un musulmán que todas las religiones judeocristianas, incluyendo el islam, maltratan a los animales, los matan en grandes cantidades y los comercian implacablemente. Igual, esas religiones tienen pocas consideraciones hacia la mujer. Eso debe superarse elevando la conciencia y disipando aturdimientos. Vivimos en una civilización inconsciente. Pocos se dan cuenta de la sabiduría del toro, que no solo no monta vaca preñada, como me dijo un apureño. El toro sabe que lo van a matar cuando llega al matadero y empieza a batir cascos en la plataforma del camión, queriendo escapar. "Terrible, camarada", me dijo Jorge Reyes, un revolucionario de El Callao, estado Bolívar.

¿Cuál es el problema de que un animal sienta amor por las personas, que sea espiritual? "Es una blasfemia", gritará más de un imbécil. Esa palabra, espíritu, tan antigua, fue desterrada en la Edad Media. Los clérigos ordenan el mundo según sus intereses.

Este debate es viejo, pero lo mantienen oculto. Pocos hablan de la protección y el respeto a los animales. No digan que no da votos. Vean el Eclesiastés 3:19.

Porque la suerte de los hijos de los hombres y la suerte de los animales es la misma: como muere el uno, así muere el otro. Todos tienen un mismo aliento (de vida); el hombre no tiene ventaja sobre los animales, porque todo es vanidad.

Paz y alegría por Bolt, por siempre.

 

Julián Rivas


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