Micromentarios | Inseguridad y propaganda política
19/09/2023.- Uno de los temas más trillados en tiempos electorales es el de la inseguridad. Por tal, se entiende el riesgo que se corre al vivir en determinado lugar o transitar por las calles, avenidas y otros espacios del mismo.
La falta de seguridad es, sin embargo, un producto emocional y propio de las clases media y alta de nuestra sociedad. Es mayor su miedo a perder sus posesiones, la salud y la vida que la posibilidad de que ello suceda.
Que hay robos y agresiones, eso sin duda. Pero afirmaciones como "Ya no se puede salir de casa" o "Venezuela es un país de ladrones" son más consignas políticas que reflejos de la realidad.
Los mayores atentados contra la seguridad no provienen del hampa ni suceden en las calles. Ocurren en las empresas, los comercios y las oficinas públicas. Tanto o más ladrón que quien roba por necesidad lo es aquel que impone precios abusivos a sus productos; quien los hace de baja calidad; aquel que reduce el peso y el volumen sin disminuir el costo para la venta; el que comercia con mercancías a sabiendas de que están en mal estado. También quien, aprovechando un cargo público, comete un desfalco y luego huye al exterior.
La inseguridad no es algo nuevo, como apunta la propaganda de derecha. Su presencia en el país data de la llegada de los conquistadores, cuando estos robaban a los indígenas al cambiarles oro por espejos y bisutería barata.
En la Cuarta República se valían de ella como arma propagandística. Entonces, la lucha política era entre los partidos Copei y Acción Democrática. El que estaba en la oposición empleaba dicho tema para atacar al que estuviera en el gobierno manejando de manera malintencionada las estadísticas.
Estas se originaban del conteo de acontecimientos delictivos, es decir, muertes tras asaltos y robos logrados o fallidos, más los ajustes de cuentas entre pandillas o enfrentamientos con policías. A los mismos se añadía cuanto se agrupaba bajo el nombre de muertes violentas, que incluían accidentes —arrollamientos, ahogos en pozos o piscinas, caídas de obreros desde andamios— y también envenenamientos, e incluso los suicidios y los uxoricidios.
La unión de asesinatos, accidentes y crímenes parentales se hacía para inflar las cifras. Cuando se señalaba que, nada más en Caracas, ocurrían a diario entre 80 y 120 muertes violentas, esto era una verdad a medias. Los muertos a manos del hampa eran, en efecto, muchos, entre diez y veinte, pero la gran mayoría provenía de los accidentes de automovilismo y otros sucesos debidos a la codicia, la imprudencia o la ignorancia.
En los últimos años, las acciones del hampa pobre han disminuido y aumentado las del hampa adinerada. No creo que lo primero se deba a la acción del Estado, sino por algo que he oído decir: que la mayor parte de los delincuentes emigró del país.
No sé cuán cierto sea lo anterior, pero uno sale a la calle y, pese a la angustiante situación económica generalizada, la sensación de inseguridad ha bajado y hasta parece que el sol es más brillante.
Armando José Sequera