Retina | Yo creí que mi padre era inmortal
02/10/2023.- Me contó mi papá que en uno de sus viajes de Mérida a Maracaibo, siendo él uno de los choferes de Líneas Unidas, se presentó un debate de política en el que participaban las seis personas que ocupaban el carro, incluyendo mi padre. La discusión fue subiendo un poco de tono porque uno de los pasajeros exigía que sus argumentos fueran aceptados por todos. Ya molesto, el hombre increpó al resto diciendo que no estaba seguro de si se habían percatado de que él era doctor.
Mi padre respondió: “Yo sí. Desde el primer momento supe que usted era una persona graduada, porque usted fue el único que se montó en el carro sin dar los buenos días”.
Como creo que nos pasa a casi toda la humanidad, creí por mucho tiempo que mi padre era inmortal. Hace relativamente poco, quizá tres años, comencé a sentir el miedo de perder la certeza de tal inmortalidad. Ese hombre, que jamás había estado en cama enfermo, que nunca tuvo vacaciones, que sobrepasaba todos los horarios de trabajo, de pronto resultó tener una serie de males, adquiridos unos y congénitos otros.
Papá creció en un campo en las afueras de Maracaibo. Desde los cuatro años tuvo la tarea de ir en burro hasta la ciudad para vender las conservas de merey o coco con papelón que preparaba su abuela Trina.
En ese mismo burro fue a la escuela hasta que un camión, en tercero o cuarto grado, los arrolló y papá se salvó por poco, pero no tuvo igual suerte el burro.
Hizo el servicio militar en Caracas, en Palacio Blanco. Regresó a Maracaibo a manejar un camión que vendía agua en una ciudad que la requería como pocas otras.
En 1961 se mudó a Mérida y se hizo conductor de carro por puesto, pero también aprendió Teneduría de Libros, que así se llamaba la contabilidad antes de que comenzaran a elevarse las exigencias académicas del oficio de los contables.
Los años le fueron otorgando una sabiduría dulce y abarcante que lo dotaron de una particular forma de querer más y mejor a la gente más humilde, pero de joven nunca evadió hacer frente a lo que le pareciera injusto.
Dejó de emitir su voto desde las elecciones de 1968. La política le interesaba y trataba de mantenerse informado, pero no había figura que le moviera a participar en elecciones. Volvió a votar treinta años después y votó por Chávez. Desde entonces no dejó de acudir a poner su voto por la Revolución Bolivariana en todos los eventos electorales.
Perdonen si les parece que no hay nada particular en su historia. Comprendo que es casi el mismo relato, con leves variaciones, al contar la vida de cualquiera de los padres de mi generación. Quiero compartirla, un poco, porque le extraño ya y hace apenas unos días que me llegó la triste novedad de que nunca más me sentaré a hablar con mi papá, Sandino Segundo Fernández Reyes, y a compartir el café amargo, sin azúcar, que a los dos nos gustaba.
Freddy Fernández
@filoyborde