Letra fría | La onda editorial
06/10/2023.- La onda editorial es una constante que se mantuvo y se mantiene, como contaba la semana pasada. De hecho, de tanto bregar con Gonzalo, un día hasta me publicó un librito de las boleroterapias, Ese bolero es mío y tuyo también, que armé a partir de mis artículos en Notitarde, un diario de Valencia que di a conocer en el país como asesor comunicacional. Un día, a última hora de la tarde, se cayó una pauta publicitaria y mi jefe, un gordo simpático de cuyo nombre no puedo acordarme, me dijo: "¡Rellena esa vaina con un texto! Tienes veinte minutos", y yo escribí la vaina. Así nacieron las boleroterapias. Llegaron varias cartas y no tuve alternativa: seguí escribiendo esas historias de desamores, que fueron muy apreciadas por la comunidad lectora. Pero ya esos son cuentos de los noventa y el libro se publicó a finales del siglo pasado, con el especial orgullo de que fue presentado por Adriano González León y Gabriel Jiménez Emán, en una feria de Valencia. ¡Debe haber fotos! Ja, ja, ja… Si no, Earle Herrera desde la eternidad le dirá a Roberto Malaver: "A veces estoy por creerle. ¡Este maracucho no puede inventar tanta vanidad!". Ja, ja, ja. Pero faltan cuentos para llegar hasta allá.
Ya he venido diciendo que no recuerdo mucho en qué momento desaparecieron mis actividades, y ya no sé siquiera si los cambios ocurrieron de manera simultánea, pero por allá, en el año 87, me llamó una muchacha que había conocido en París. Había vuelto a Venezuela y se había casado con Fernando Camino, presidente de Fedeagro por entonces, a quien no conocía, pero sí era amigo de sus parientes Lepage, hijas de Octavio, sobre todo su hermana Xiomara Camino, con quien comparto mucho afecto. Me propuso apoyarla en una revista agropecuaria por mis vinculaciones familiares con el tema. Me agradó la idea, pero su interés básico era que me encargara de la publicidad. Vale decir que de la gran literatura pasaba a una línea editorial poco convencional, pero mágicamente perfecta para efectos de mis finanzas. Aquello era un tiro al suelo: la agroindustria era mi clientela cautiva. Todos querían anunciarse en la revista de sus proveedores. ¡Ahí fui rico otra vez! Ja, ja, ja.
Al final terminé siendo curador de la línea editorial, pero mi jugada era combinar los contenidos con la publicidad, y hubo dos eventos inolvidables.
Uno con el gerente de mercadeo de Protinal, un personaje supersimpático, creo que era hasta familia de los Mendoza. No recuerdo su nombre, pero era un tipo del carajo. En la primera reunión, surgió algo de García Márquez y tal vez le conté mis relaciones con el man, pero a la segunda reunión le decía a Nelly, su secretaria: "Prepárale la orden de compra de la contraportada al poeta y no me pases ninguna llamada". Mi querido amigo se quitaba los zapatos, se ponía una boina y empezábamos a hablar de la literatura y el arte. Fueron mis ventas más memorables.
El otro episodio fue con Mavesa. Mi contacto era Carmen Elena Maciá, con quien tuve otro encuentro memorable en mis reuniones de venta. Era una mujer muy linda, también afecta a las artes literarias. Vale decir, yo era un poeta vendiendo publicidad. El cuento fue que un día me dijo: "Vamos a inaugurar una planta de palma aceitera en Monagas y quiero las páginas centrales". Solo dije: "OK. Pásame los artes finales, pero te hago esta oferta. Te hago un publirreportaje de cuatro páginas escrito por mí".
¡Y lo aceptó! Ja, ja, ja.
Humberto Márquez