Estoy almado | El supergrillo ultrasónico

14/10/2023.- El grillo Ernesto ya estaba ansioso por comenzar su adultez. Después de varias mudas, en su metamorfosis pasó de ninfa a adulto. Ya se le ven alas maduras, fuertes y puyúas para emitir esa peculiar melodía que enamora a los grillos hembra.

Aunque el grillo Ernesto estaba entusiasmado, no sabía por dónde comenzar. Pero recordó que siendo grillito una vez su abuelo le dijo que el mejor cortejo comenzaba en los lugares más iluminados. Entonces, se apresuró a buscar uno. Lo más alumbrado que halló fueron las casas de unos humanos caucásicos, altos, de ojos claros y cabellos rubios, ataviados con saco y corbata, que ejercían labores diplomáticas en La Habana, Cuba.

Esa misma noche, Ernesto empezó a frotar con intensidad sus alas, produciendo un sonido chirriante y fastidioso, sobre todo para los humanos que trataban de dormir. Así estuvo toda la madrugada, pero amaneció y ninguna hembra se le había acercado; ninguna se comió sus alas, como habitualmente sucede cuando una acepta a un grillo macho.

Tal vez fue la intensidad del cri-cri; quizás fue muy alta y acelerada para la primera noche. Gajes de la inexperiencia. Pese al primer intento fallido, en las siguientes noches Ernesto siguió haciendo ruido, en espera de que una hembra le correspondiera.

Sus chirridos no estaban causando efecto en las hembras grillo, pero sí en los humanos que vivían en las casas iluminadas que había elegido para cantar. Los humanos no solo estaban desvelados e irritados por no poder dormir, sino que se quejaban de haber sufrido de mareos, dolores de cabeza, presión en los oídos, confusión, náuseas, pérdida de equilibrio y, por supuesto, insomnio. Estaban desconcertados.

El grillo Ernesto no dejaba de mirarlos y por un momento se compadeció de ellos, pues, como decía su abuela, el sueño era la mitad de la vida. Entonces decidió no cantar por un par de noches.

Así, seguramente a los humanos se les pasarían esos malestares de bichos raros. Además, él estaba cansado de las faenas nocturnas y también necesitaba reponer energías.

Al tercer día o, mejor dicho, la tercera noche, Ernesto retomó su objetivo, esta vez con más fuerza. Frotaba sus alas a ver si por fin lograba cautivar a una hembra.

Los decibeles del cantar de grillos siempre dependen del clima. Generalmente, son más intensos y acelerados en verano; en cambio, en la temporada lluviosa se escuchan más bajos y pausados. Como en La Habana hacía calor, Ernesto parecía un tenor en busca de su amada.

Una noche, algo le preocupó: más humanos de la casa iluminada donde cantaba se estaban enfermando a causa de sus escándalos nocturnos. Se contaban más de doscientos y algunos, presos del pánico, hasta se regresaron a Estados Unidos, su país de origen.

Lo peor vino después: en una ola de histeria, los medios bautizaron aquel suceso como el "síndrome de La Habana". El grillo no hacía más que pensar en su final, pues sabía lo violentos que podían ser los humanos.

En el fondo temía que le declarasen la guerra a los grillos y que extinguieran a su especie, como sucedió con su antigua generación, que vivía en los cultivos de maíz y alfalfa en el sur caribeño. Pájaros de hierro con aspas giratorias rociaron desde el cielo kilos de glifosato. No hubo escapatoria: sus tatarabuelos fueron sacrificados en aquella región de vallenatos.

Con ese antecedente nefasto, el grillo Ernesto esperaba lo peor. Así que por precaución pausó sus conciertos para que los humanos se calmaran y olvidaran este incidente. Claro, no dejó pasar muchas lunas sin cantar, pues como grillo apenas tiene cuarenta noches de ciclo reproductivo. Si en ese tiempo no consigue pareja, se quedaría solo, con el riesgo de que sus alas se pudrieran y se desvanecieran; no tendría oportunidad de volver a cortejar frotando sus alas.

Con temor instalado en el pecho volvió a las casas iluminadas. Cuando llegó, otros grillos tenían un concierto a cielo abierto, cerquitica de los ventanales de las casas iluminadas. Entre salto y salto se calmó, pues notó que a los humanos poco les interesaban los grillos, y tampoco los responsabilizaban del "síndrome de La Habana".

Había ocurrido lo impensable: en su capacidad de fantasear, los humanos creían haber enfermado tras recibir rayos ultrasónicos selectivos que les causaron una conmoción cerebral y graves afecciones de salud.

El grillo Ernesto quedó atónito cuando supo que los humanos lo llamaban "ataque acústico", una suerte de disparo vía microondas dirigido selectivamente y con precisión a las cabezas de aquellos caucásicos diplomáticos. Según la teoría paranoica, solo ellos, los diplomáticos, fueron afectados. Los habitantes del resto de la isla —donde viven un promedio de once millones de personas— resultaron ilesos.

En el fondo, el grillo Ernesto se sentía aliviado de que los humanos caucásicos del norte estuvieran presos de su propia chifladura.

Mientras los diplomáticos caucásicos acusaban de terrorismo a las autoridades de Cuba y huían despavoridos, pensando que habían sido víctimas de rayos ultrasonido, transcurrió suficiente tiempo para que Ernesto encontrara a Lucía en una noche de luna llena, y así no tener que frotar más sus alas cerca de aquellas casas. Después de eso, nunca más profirió chirridos.

Para cuando los científicos humanos descubrieron la enorme farsa del ataque acústico, el grillo Ernesto ya le contaba a sus nietos la historia de un supergrillo con poderes ultrasónicos, capaz de enloquecer en el Caribe a los humanos supuestamente más desarrollados del planeta.

 

Manuel Palma


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