Parroquia adentro | Los románticos
A veces la cosa no era fácil, en especial cuando la cortejada solicitaba pruebas de amor
25/10/2023.- Los galanes de antaño fueron grandes maestros del coqueteo, y aunque pocos conocen las costumbres en materia de conquista, se puede encontrar en la obra del cronista José García de la Concha un compendio de algunas de las prácticas que, aunque ya están en desuso, dejarían a más de uno con ganas de traer esos hábitos a esta era de las relaciones digitales.
Por fortuna, las flores son de los pocos vestigios que quedan de la galantería del pasado, pero entre las diferencias de aquel entonces, teníamos que estar muy pendientes de cómo eran usadas en el ojal de la chaqueta de un caballero. Si colocaba un botón de flor blanco y lo combinaba con otro botón de color rojo, el mensaje era claro: "El fuego de vuestra mirada ha iluminado mi corazón". Si la flor era un clavel rojo, la cosa era más intensa y el mensaje era de "amor vivo y puro".
Las frutas también tenían su significado. Si el pretendiente traía una cesta de duraznos, indicaba que estaba convencido de hacer una declaración de amor ese mismo día.
Las damas no se escapaban de estas costumbres y, de manera similar, tenían sus códigos para coquetear. Por ejemplo, si vestían de amarillo, se decía que estaban "dando calabazas". Esta expresión en desuso significa que no estaban interesadas en relaciones o no estaban disponibles. Contrario era cuando se vestían de rojo.
El uso del abanico también formaba parte de un sistema de comunicaciones típico durante banquetes, misas y hasta en funerarias. En el caso de que un joven enviara a una dama una carta con alguna propuesta, ella podía dar respuestas claras a través de su abanico. Si se encontraba cerrado y se daba golpecitos en la sien, era señal de "lo pensaré". Si se daba golpecitos en la boca, se trataba de una respuesta afirmativa, pero que "no se debía decir nada a los demás". Por último, si abría el abanico y se ventilaba rápidamente, como si estuviese sofocada, era señal de incomodidad o desprecio.
A veces, las cosas no eran tan fáciles, en especial cuando la cortejada solicitaba pruebas de amor o, en muchos casos, las usaban como excusas para repeler una propuesta. Se supo de mozas que pedían al pretendiente presentar un diente de leche, nada más inverosímil para quien su mamá no se lo guardó en la infancia. También se pedían versos, una gota de sangre en un pañuelo, retratos dedicados y hasta un mechón de cabello. Esto último era para depositarlo en el cofre "guardapelos", artefacto muy valioso para la época.
Los novios también eran exigentes, pues obligaban a sus amadas a escribirles cartas donde les describieran lo que hacían durante sus días. Imponían las amistades, escogían los horarios de misa y hasta les pedían comulgar a diario.
El envío de postales era ideal para quienes carecían de inspiración, cuando de escribir mensajes románticos se trataba. Estas venían con poemas y dibujos alusivos al amor, como lo son los populares corazones, cupidos y otros menesteres. Dichas postales eran atesoradas en cajas de metal o dentro de un diario que era cerrado con un pequeño candado.
Los románticos más valientes eran quienes en definitiva se lanzaban a la visita del hogar de su amada. En principio tenían largas tertulias en el ventanal de la casa, pero luego las cosas se ponían más intensas y era cuando el guerrero decidía hablar con los padres. "Joven, ¿cuáles son las intenciones de usted con mi hija?", era lo que el padre preguntaba principalmente, mientras la madre y la jovencita tenían que estar fuera del área de la tensa reunión.
De recibir la aprobación, ya a nuestro galán se le daba derecho a visitar a la moza, eso sí, ambos en sillas separadas y frente a la madre, quien fingía tejer mientras los jóvenes charlaban. Allí se daba inicio a otro tipo de códigos entendidos solo por ellos, pero esa es otra historia.
Gabriel Torrealba Sanoja