Palabras... | Palestina, por Dios
Yo también te dejo la llave de este mundo.
No sé por qué la tengo si es de nadie.
No es el miedo de morir lo que me preocupa.
Solo que no quiero dejarla en malas manos.
Y sin los trapos que arropan, de aquellos que lo han querido, María.
Y te encomiendo, además, encarecidamente, y con un poco de pena,
la muñeca solitaria, que quedó flotando sobre el mar desatado de
Gaza.
26/10/2023.- Allá, en el lugar de los milagros, ahora Lázaro solidariza su parte.
Setenta y cinco años frente a nuestros ojos no han sido suficientes para saber del objetivo final de un mapa desmembrado, cuerpo a cuerpo, niño a niño.
Las bombas ya caen en la cama, pero en esta fracción de tiempo, en la cama de cada quien.
Los últimos de una estirpe irreductible mirando el cielo de duelo ven caer la muerte cara a cara. Lo suponíamos.
La tierra tiembla, y se abre en otra parte la culpa, de tanta explosión sorda, sobre la gente abrazada del adiós.
Como las nubes de metal, son relámpagos que vuelan, doblando la cicatriz imaginada en la mirada, cuchillos rasgando la lluvia con pólvora y fósforo y clavos que no rebotan en el agua ni en la tristeza tapada con cemento.
En estos campos vejados por la fuerza descomunal de una pandilla miserable de poderosos, hay poca salida para la flor, cuando se es huérfano del mundo.
La soledad es esta guerra sin ejército. Apenas acompañan algunos amigos personales que mueren ahí mismo, en el supuesto campo de batalla, que no es más que un pueblo hecho cementerio.
Ya no puede más el llanto, ni la clemencia civil desarmada, ni los pueblos desesperados, sumidos en su impotencia.
Que de la paz y la tragedia brote un consenso. Ojalá fuera la abolición de todos los ejércitos para vernos la cara en la sensibilidad. Que no sea este loco espectáculo enfermizo del poder sobre los mejores sentimientos de siempre.
Esta tierra herida, así, solitariamente, creo que no podrá ser defendida ni liberada. Apenas una fotografía lunar la descripción, en la intuición de su recuerdo.
Mientras se dan las condiciones de carne de cañón para otra fe, que antes dolió su ultraje y no pesa.
Paz a los restos de aquel último voluntario que dejó todo para irse liviano de equipaje a ser compañero entre los otros "patria o muerte", haciéndose militante de una idea justa.
Que sea lo que tenga que ser. Las cartas cayeron en el buzón de la intransigencia global. Que esta evidencia atroz del poder no pase por debajo de la mesa, ni por encima de la inocencia civil de la muerte.
Que la cabeza de avestruz de una humanidad individualizada, licuada en pánico, también sea llevada al tribunal de los pueblos, para ser acusada de genocidio, por cómplice y, en sí misma, de lesa humanidad.
Que nadie nos agarre confesados de delación, que la tortura de pueblos enteros no sea la nueva inquisición, que la psicología global del terror no nos vuelva cobardes, y que la muerte de las mejores causas y la lágrima de los últimos seres vivos que nos quedan no pasen en vano. Y que el Estado profundo no logre obligarnos a ser esclavos de la decepción y el dinero, con base en esta hambre general, anclada en el estómago, el miedo y la ignorancia.
Palestina, no estás sola, yo también muero por ti, y muchos de mis pocos amigos, y un abuelo que vende incienso en la entrada del metro, con quien hablé un rato, y dos niños que en la concentración gritaban tus consignas y me ofrecieron caramelos, envueltos en tu bandera.
En estos últimos confío primero. Ojalá no todo esté perdido para nadie.
Carlos Angulo