Araña feminista | Sobre la guerra

¿Qué realidades (virtuales) se construyen para la guerra?

13/11/2023.- Casilda Rodrígañez, bióloga e investigadora, plantea que la civilización occidental está montada sobre el asesinato de la madre, sustentando así el gran aparato cultural de la guerra. Asesinando a la madre simbólica (y acaso a la fáctica), la sociedad occidental ha llevado el sello espartano en su feroz ataque a la ternura, la empatía, la solidaridad; esenciales para la paz, para la vida. El amor materno filial y la sensibilidad necesarios para ejercer el cuido es visto como un símbolo de debilidad y continuamente atropellado con el objetivo de sostener el parapeto de la productividad para el capitalismo.

En la región, esta lógica opera en las redes sociales desde dos frentes. Uno, malponiendo a las madres vs. la figura del gamer. La neoexaltación del arquetipo del héroe, montaje del modelo civilizatorio patriarcal que vino a sustituir a la diosa erótica, fecunda y dadora de las culturas prepatriarcales. Este arquetipo de figura viril, joven, con poderes extraordinarios, presente en la mitología grecorromana, se traslada a la literatura occidental, luego al cómic, al cine y ahora a los videojuegos. Un Hades que desciende al submundo, enfrenta mil dificultades y sale ileso. Un Hércules con fuerzas extraordinarias, un Superman, un Capitán América. Es decir, el mismo musiú, pero con diferente cachimbo…

Los algoritmos les presentan a los muchachos videos muy cortos de influencers en donde, desde un humor perverso, caricaturizan la figura de la madre, ridiculizándola como una chancletuda, disociada de "su" realidad (la del joven gamer), poco lista, obsesionada con la limpieza o con la fidelidad del marido. Este, el padre, se presenta ecuánime y encasillado en el cliché del pobre hombre asediado bajo el "yugo" de la esposa, buscando una oportunidad para ser infiel. Como complemento, exaltan las ventajas de ser gamer: es lo máximo. Cuenta con autonomía, resolución, capacidad de ataque y defensa. El mundo es un gran campo virtual de entrenamiento para perpetuar su guerra.

Dos: Latinoamérica (la misma madre, pero en grande) se volvió otra categoría para desprestigiar. No sirve, todo en ella es un caos, la inseguridad es atroz, nada funciona. Vete de ahí, sal de tu casa (de la madre), vete de Latinoamérica u ódiala hasta morir. Sé cómplice del padre despreocupado y benevolente, que te puede dar todas las diversiones (el imperio): comida chatarra, sexo, no tener que pensar, confort, desarraigo, individualismo.

El poder dominante conoce muy bien la relación estrecha y doliente que tiene una madre con sus hijos e hijas. Al afectar a nuestros muchachos, empujándolos hacia la ludopatía, las drogas legales e ilegales, el sexo irresponsable y sin afecto, sabe que va matando —como quien fumiga una plaga— la ternura y toda posibilidad de lazos y vínculos afectivos para la construcción de una sociedad sana.

Paralelamente, nos han encasquetado desde hace siglos un arquetipo colonialista. Uno que se repite, de tanto en tanto, en mitos urbanos, como en pequeñas localidades y en el pop: la loca. La mujer que se desquicia y pierde el sentido de la realidad por un fracaso de pareja o por la pérdida de sus hijos. La Llorona, la loca Luz Caraballo, la Penélope de Serrat y la loca de San Blas.

Nada más alejado de la realidad. Como la Abia Yala (la gran abuela), las madres latinoamericanas siempre hemos sido fuertes, cimarroneamos, embestimos los duelos y las dificultades con entereza, tejiendo la urdimbre de un nosotras que hacemos y deshacemos, día a día, con ingenio.

Esto también va a pasar y nos haremos más fuertes.

 

Penélope Claret Toro León


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