Una guarida para el cómic debajo del Puente

Miguel Beomont lleva 30 años viviendo de historietas, novelas de bolsillo y libros raros

Disfruta ser librero, no lo considera un trabajo y con ese oficio ha levantado a su familia.

 

28/11/23.- Miguel Beomont no es un personaje excéntrico ni pintoresco. No responde al estereotipo de un coleccionista de cómics, tampoco ostenta una personalidad extrovertida, como algunos de sus compañeros libreros del emblemático Puente de la Avenida Fuerzas Armadas, en Caracas. No obstante, tiene más de 30 años dedicado –no al “negocio”, dice– al oficio de recabar títulos de cómics, novelas de bolsillo, juguetes de súper héroes, objetos y libros raros para ofrecerlos, no a un público selecto, si no al pueblo.

Conocí a Beomont en la Feria del Libro de Caracas de este año. Su puesto privilegiadamente ubicado en unos de los pasillos centrales, vivía atiborrado de personas de todas las edades, fascinadas por la exhibición de coroticos, afiches de manga, cómics de siempre, facsímiles raros de dicho género. Miguel se ocultaba entre las columnas, observando el alboroto de sus posibles clientes, con asombrosa calma y una especie de picardía en la mirada. Por lo general, andaba acompañado de su amigo Daniel Zerpa, un sujeto de barba excéntrica, a quien antes de conocer confundí con el propietario, dado el anclaje perfecto del personaje en los estereotipos de un coleccionista de cómics.

La relación se estrechó cuando Ismael, mi hijo adolescente, quien no salía de aquel nicho, apostándose en él con una mezcla de comodidad y euforia, me dijo que había concertado con Miguel para ayudarlo en el puesto. El ímpetu de “chambear” de uno y la receptividad del otro, me dejaron en el sitio. Luego entendí que una historia se repetía y que no sería la última experiencia conmovedora junto a este experimentado librero.

El club “la mata de cotoperiz”

El personaje me intrigaba. ¿Cómo llegó al oficio? ¿De dónde había sacado tan singulares ejemplares? ¿Era un aficionado coleccionista o un librero común? En medio de la algarabía del concurrido evento hice algunas preguntas. La respuesta fue letal: “Yo tengo 30 años dedicado a esto. Todo empezó porque mi papá me rompía las revistas. Decía que eso no me iba a servir en la vida. Entonces, yo hice un escondite encima de una mata de cotoperiz (aquí le dicen mamón); empezamos a reunirnos algunos muchachos y se formó un club de lectura. La gente decía que nosotros nos reuníamos ahí a fumar marihuana”.

Tenía que saber más sobre esta fascinante historia. Concerté una entrevista en su guarida actual: “Debajo del Puente”, como él le dice a su lugar por el que siente especial afecto.  

Se viene a Caracas a los 15 años con su madre, desde Valle de Guanape, estado Anzoátegui, donde vivía con su papá ganadero; pero a Miguel no le gustaban las vacas. Prefería las historietas de Kalimán, Memín Pinguín, de las desaparecidas editoriales La Prensa y Navarro, que llegaban al pueblo con el camión de los periódicos.

En Caracas descubre un mundo nuevo con la ciencia ficción y la aventura. La lectura para él representó, y sigue siendo, la posibilidad de escapar a un mundo maravilloso. Se define como un “devorador de todo lo que tenga letras”, no solo de historietas. Las narraciones de dragones son sus favoritas y también la historia como género, por ejemplo, la etapa del surgimiento de las religiones por allá en el siglo XIII. En ciencia ficción Ray Bradbury e Isaac Asimov han sido sus autores preferidos.

Con apenas 16 años comienza a trabajar debajo del Puente de las Fuerzas Armadas, con un tío suyo, de los fundadores, Horacio Beomont, aún activo. Este joven le ayudaba en el puesto y “tenía a mi disposición todos los libros que quisiera”, –dice sonriendo–. “Se supone que no debía, pero mucha gente decía que yo tenía que estar estudiando. Estudiaba bachillerato y con él aprendí a trabajar con los libros”.

Se dedica a la atención de su público.

 

Con su tío aprendió el oficio que se dice fácil, pero no lo es. Un librero debe lidiar con las dificultades de trabajar en la calle, debe tener una cultura lectora que le permita conocer lo que puede comprar y recomendar a una clientela a menudo exigente; discriminar lo que va a comprar, o incluso recibir en donación o regalía, qué se exhibe y qué no, entre otras habilidades. Recuerda cómo fueron sus inicios a los 18 años cuando se independiza y es parte de los primeros que pueblan la segunda ala (parte sur) del Puente.

“Yo aproveché la oleada y metí un escritorio, pero al día siguiente me lo botaron para la esquina de allá, porque yo tenía cara de muchachito, pues. Yo con toda la paciencia del mundo lo agarré y lo volví a colocar, en esta misma pared”, –dice señalando el muro que está frente a su puesto, el número 53.

Comienza formal e independiente a los 18 años, con libros cedidos por su tío y bajo la defensa de su clientela, quienes abogaron para que no lo sacaran. El alegato de sus detractores: No tenía una familia que mantener.

Un cajón de lujo, un platal

Un evento hace que pueda invertir en un cajón para sus libros. Un día llegó una persona en un carro preguntando si compraba libros. El aprendiz se acercó, vio los libros como muy feos y se negó. Aquel –el del carro – le dijo que al menos le diera algo, y así lo hizo. Curiosos los viejos libreros, querían saber qué había adquirido el novato. Miraron y llamaron a otros: “¡Vengan, vengan a ver…!”. Miguel sintió vergüenza, pensó que se burlarían por haber comprado basura. ¿Cuál fue la sorpresa…? Tuvo mucha suerte de comenzar su negocio con títulos antiguos que valían mucho dinero, libros en alemán, ediciones especiales. “Recuerdo que uno de ellos lo llegamos a poner a la venta en 300 bolívares. Un realero en esa época. Con la venta de ese primer lote me compré mi buen cajón que me costó mil 500 bolívares, para la época. ¡Imagínate, un platal!”.

Más adelante decidió meter historietas despertando un interés particular en la clientela, llegando hasta hoy a ser el único puesto en el Puente donde se puede encontrar este género.

—¿Has visto cambiar mucho esta ciudad? ¿Cómo la vives desde este lugar, cómo la sientes, cómo has resistido? Porque este es un lugar fuerte, ¿cierto?

“Sí, así es. Aquí he presenciado tiroteos y tener que meternos dentro de los cajones, secuestros, individuos de vida oscura que habitaban el Puente. Pero este lugar dejó de ser fuerte desde que se colocaron acá los libreros organizados, esos individuos se fueron yendo. Por eso los vecinos nos apoyaron cuando intentaron sacarnos en el año 2000, antes de que estuvieran estos stands, cuando todavía estábamos con los cajones”.

Miguel es un defensor de la preservación del oficio y del lugar desde la tradición de la venta de libros usados en el Puente. Es crítico ante la proliferación de puestos con papelería, artículos escolares y libros nuevos que desvirtúan el espíritu de ese lugar que con tanto esfuerzo han resistido, intensos cambios sociales incluidos.

Una vieja costumbre que enternece

Mientras conversábamos llegaban hombres adultos mayores. Noté que todos se parecían: de paqueticos en mano, bastón y ropitas gastadas. Miguel les hacía un gesto con la mirada y estos pasaban “como Pedro por su casa” a jurungar unas cajas que estaban a la mano, a pesar de que aquel día Miguel tenía el puesto patas arriba, estaba reestructurando.

“Esto es cada ratico, es de locos. Tengo cajas llenas de esto. Vienen muchas personas mayores que no tienen televisión, viven solas en pensiones y leen puro libros de estos –los señala–. Tengo un sistema de intercambio para ellos y cobro una cantidad simbólica por el cambio”.

Se trata de las viejas novelitas de bolsillo, vaqueras, terror, policiacas, rosa, de guerra. Las más buscadas son las de Marcial La Fuente Estefanía, Miguel Oliveros Tovar (con sus muchos seudónimos como Keith Luger, Bronco Mike, Miguel Romano y Jay Kanata),Silver Kane: Francisco González Ledezma; todos ellos españoles.

Miguel Beomont dice que no ve su puesto como un negocio. Le satisface mantener un lugar donde, según él mismo dice, la gente se relaja, se ríen cuando ven las cosas, hablan solos, se recuerdan de sus abuelos de papá, echan cuentos “…traen recuerdos bonitos y yo disfruto mucho eso”.

Público de todas las edades visitan a Beomont, quien no descansa en la preservación del libro impreso.

 

Así mantiene aquella antigua costumbre de los kioscos de revistas de pueblos y barrios. Estas fueron, por mucho tiempo, las primeras lecturas de la adolescencia de nuestros tíos, tías, madres, padres. ¡Cuánta razón tenía Miguel acerca de su labor! Pude recordar los cuentos de mi mamá imitando a mi tío, de jovencito, sacando debajo de la litera su western de cada noche diciendo: “Esta noche me voy para… ¡Kansas!”.

Pero no solo acoge hombres solitarios, también mujeres de distintas edades, en busca de novelas rosa. Los días especialmente femeninos: viernes y sábado. Jóvenes, y no tan jóvenes, quienes como Miguel han mantenido su niño vivo, se citan los sábados en la mañana. Se arman buenas, sus buenas tertulias sobre cómics, historietas y manga.

La mística de la gente de antes vs el quiebre de la generación de cristal

“La mercancía llega sola. Mi fuerte es la atención al público, no la mercancía. Mi público también llega solo y se queda. Tengo una clientela fija de años. Este es el único puesto debajo del Puente en que la gente puede conseguir lo que aquí se consigue. Si tú me preguntas si yo trabajo, yo no trabajo. Porque al que le gusta lo que hace, ya deja de ser un trabajo”.

Uno de esos cambios que le ha tocado vivir (y sobrevivir) es el que sufrimos hoy con Internet y el libro digital. Para Miguel no es una opción desistir en la preservación del oficio y del libro físico.

“Yo veo esto que llaman la “generación de cristal” como bastante delicada, que depende de la pantalla, de los que otros opinen, de los “likes” que les den… Es una generación que no soporta el abandono. Es una generación que no soportaría lo que hemos soportado nosotros”.

La ética con la que lleva su vida profesional hace que todas las revistas de cómics, sin distinción, cuesten lo mismo. Su interés no es acusar el ansia fetichista de un facsímil valorado en “lo que vale un edificio”, como, por ejemplo, los primeros números de las series en idioma inglés. Es por eso que aun sin redes sociales, ni un afán por ventas al exterior, ahí le llegan coleccionistas de muchos lugares del mundo, atraídos por su particular política de ventas, cuyo fin es “que el cómic llegue, eso es lo que yo quiero”.

También llega la amistad y el respeto de este promotor de lectura, que es, sin lugar a dudas, Miguel. Ismael ganó un amigo y un ejemplo más de este oficio en supervivencia, aparte del de su padre, quien se dedicó a ser librero alguna vez.

Gracias a la tranquilidad que despide Miguel David Beomont y a este oficio, levantó a su hijo e hijas y junto a su esposa, adquirieron una vivienda propia y ha sido feliz reproduciendo su pequeño club de lectura de la mata de cotoperiz, en una Caracas que ha visto cambiar “sopotocientas veces”.

PENÉLOPE CLARET TORO LEÓN / FOTOGRAFÍA: ALEJANDRO ANGULO / CIUDAD CCS 


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