Letra fría | Y ahora sí: ¡sayonara!
08/12/2023.- La semana pasada, para el cierre de este capítulo de Japón, tuve que picar en dos un texto que me salió larguísimo. Ahora sí, como diría Mercedes, sigamos.
Después de aquella sobredosis de templos y santuarios, aunque muy bien disfrutada, vino el regreso a Tokio con varios episodios simpáticos.
En uno, estaba yo de zapping —o zapeo, mejor—, cambiando de canales con el control remoto, buscando una peliculita en inglés, cuando de pronto escuché una voz en español diciendo que Gala era su hermana en Júpiter, y que cuando una obra le salía bien, la firmaba con su nombre. Y era, por supuesto, mi pintor preferido, Salvador Dalí, en una suerte de exposición por televisión, que disfruté mucho.
Hubo otro cuento buenísimo de cómo agarrarle el ruedo al pantalón de un fluxecito de lino que me compré en un remate de una prestigiosa tienda caraqueña, para la ocasión de entrevistar, por petición expresa del embajador Sakamoto —no hay almuerzo gratis, je, je—, a Pedro Tinoco, presidente del Banco Central de Venezuela entre 1989 y 1992 —durante la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez—, Imelda Cisneros, ministra de Fomento y el empresario Philippe Erard, que asistían a un evento en el hotel Imperial. El cuento es que cuando saqué el pantalón no tenía ruedo, así que imaginemos lo que fue tratar de explicar en el hotel que necesitaba que me tomaran el ruedo, en un país donde toda la ropa ya viene terminada. Las peripecias, que están muy bien descritas, quedarán para el libro, pero son para morirse de la risa.
El otro suceso fue la cena que me preparó en su casa Nelson Morantes, un buen amigo que estaba de corresponsal de Venpres en Japón y atendía otros países cercanos.
No quiero irme sin contar de la fiebre de escribir con la que llegué, y cuando ya llevaba como veinte páginas completas, me llama la señora Placer, secretaria del embajador, para decirme que me va a pasar al agregado de prensa, no sin antes advertirme que tratara de entenderlo. El desesperado señor me pide un tanto fuera de control: "Señor Márquez, no escriba más, por favor, se lo suplico". "¿Qué pasó? ¿Hice algo malo?". "No, señor Márquez, es que soy yo quien tiene que traducir todo". Aguanté la risa porque me acordé de un recuadro titulado El carro que toma caña y le dije: "Tranquilo, está bien, no escribo más, y disculpa, no fue mi intención".
El caso fue que en la visita a Toyota City, me presentaron un vehículo que funcionaba con alcohol, y ya en Caracas, cuando recordé la vaina, por joder, escribí un artículo imaginando —vainas de uno— las parrandas con el "Fiita" que tenía por entonces. En medio de tanta joda, la nota terminaba en la piedra grande de playa Pantaleta, con los dos despechados, cayéndonos a curda y brindando: "¡Por ellas, compadre, aunque tan mal paguen!". Y mi carro me responderá con los ojos, perdón, con los faros empañados en lágrimas: "Por ellas, compadre, por las malucas camionetas".
¡Imagínense traducir al japonés una playa que se llame pantaleta, un carro que toma caña y ese mismo carro brindando despechado con el dueño! Ja, ja, ja.
Humberto Márquez