Letra veguera | Chávez entre nosotros
13/12/2023.- Cuando Hugo Chávez apareció como presidente electo en un programa moderado por aquel sibilino agente del performance televisivo venezolano —ese que el 11 de abril de 2002 exhibió el video de las corporaciones mediáticas anunciando, bajo las alas de las cúpulas eclesiásticas, empresariales y sindicales, el golpe de 2002—, el mismo Napoleón Bravo nunca imaginó encontrar, entre los trazos primarios de la biografía de aquel locuaz campesino barinés, bembudo y pelo pegado, que no pronunciaba los plurales, una pizca de ese humor sui géneris en su talante político.
Recuerdo claramente ese día porque Chávez mostraba un rostro cuya gestualidad no podía disimular la contracción de los adenoides cuando sonreía o fruncía el ceño. Una vieja sinusitis de adolescente —que nunca como desde entonces fue tan observada en figura pública alguna— inauguró las marcas de una identidad similar a la del Anticristo. Fue una suerte de modelo "antiestético" de un zambo que emergió de la Venezuela profunda para tomar las riendas de la nación, aliarse con los pobres y pataenelsuelo de la patria, arreglarles la dentadura, incluirlos en el sistema educativo, sacarles la cédula de identidad y sentar de culo a los amos del valle. También emergió para convertir la risa en un músculo libre y popular que por gravedad hizo sobrellevar, de emoción y gracia, los domingos de los hogares empobrecidos del país, y callar, de muda estupefacción, a los ricos de siempre, racistas, "exclusivos", herederos sin rastro de sangre de las familias asociadas a esa "leyenda" de los amos del valle o a la casta de la clase media apostada en las universidades públicas y privadas, socias de la renta petrolera.
Sobrecogidos, asomándose al borde del asombro que causaba la presencia de Chávez en televisión, ciertos aspectos de la semiótica del Presidente fueron también convirtiéndose en accesorios de la vida de muchos que, con o sin agrado, no tenían por qué esconder una especie de complicidad muchas veces silenciosa.
Recuerdo con seguridad ese día porque Napoleón Bravo estuvo a punto de aludir a la diabólica verruga y al diastema de Chávez, que lo exhibía también como una pieza de museo en la historia de los Presidentes de Venezuela. Y Chávez lo sabía: la disonancia ideológica no iba a marcarse tan temprano. Había que agarrar fuera de base a los esteticistas de la burguesía, primero con su físico "vernáculo", veguero, su mirada aguileña, como ponderando el horizonte que tenía ante sí, y simular su ingenuidad a pesar de ser lo que era: el enemigo histórico que por fin había salido de la espesura del "subdesarrollo" a pelear contra los dueños del mundo.
¿Y cuál era ese escenario confrontativo? Rocco Mangieri señala que los estudios semióticos en Venezuela han estado destinados de manera esencial al análisis sistémico de los medios de comunicación: prensa, radio y televisión. ¿Sabía Chávez que estos espacios generadores de contenidos estaban asociados de forma gradual al accionar político —y, quizás, más expresivamente desde 1989, cuando se produjo el Caracazo—, y por ello el mundo entero comprendió la tragedia de ese terrible impacto que significó la exhibición en vivo de una de las más sangrientas batallas entre los poderosos y los pobres en la Venezuela Saudita, la que iba a dar un paso más al frente del abismo (según las palabras de Carlos Andrés Pérez)?
Desde luego que Chávez sabía eso, incluso más que sus contrincantes, quienes poco pudieron contener la capacidad de uso que el Presidente dio a la organización de los códigos —como dice Mangieri— "sonoro-musicales" de la televisión y a la capacidad narrativa que Chávez desplegó en esos medios desde el "por ahora", pasando por el cinematográfico relato del día de la incontenible diarrea y los perros que lo acecharon, hasta el "aquí huele a azufre" cuando se burló de Bush ante el mundo entero.
"Chávez entró a nuestros hogares", decía la gente en los barrios del país. Nos enseñó con jocosa sabiduría a vivir entre cuatro paredes, a ser solidarios y responsables de nuestros actos.
Hoy estuviera conversando con los asistentes desde el palacio del Marqués o en la sala de teatro José Esteban Ruiz-Guevara, y entre chanza y chiste, habría preguntado por qué no invitaron al gobernador Sergio Garrido a cantar Linda Barinas.
A ese Chávez yo lo recuerdo hoy con ternura y admiración.
Federico Ruiz Tirado