Caraqueñidad | Mucha historia bajo tus pies
Hay tumbas alrededor de la Plaza Bolívar y sus edificaciones
Cuando usted, caraqueña, cuando usted, caraqueño, se pasea por los alrededores del centro capitalino, podría estar pisando sobre su pasado, sobre su historia. Y, como es un cuento, se lo cuento.
Casi todas las edificaciones en torno a la plaza Mayor –antecedente de la plaza Bolívar– tenían tumbas improvisadas –y luego legalizadas–, donde solían enterrar a sus habitantes, a sus constructores o a quienes allí purgasen alguna pena. Algunas eran reclusorios, como la Casa Amarilla y el que hoy funge como Museo Sacro. Y quienes allí fallecían, allí yacerían por los siglos de los siglos.
Coinciden los cronistas en que serían incontables los cadáveres que aún buscan descanso en el céntrico subsuelo. Presos comunes, otros no tan comunes, curas y hasta monjas, y algo más alarmante y que la historia ha dejado –quién sabe por qué– a la interpretación –thriller citadino similar al de grandes urbes de México, España, Irlanda, Argentina, Perú, Colombia… ¿y Venezuela?–, en referencia al hallazgo de incontables fetos enterrados en los sótanos que conforman laberínticos pasillos entre conventos de monjas y seminarios de curas.
Trabajo pendiente para la criminología histórica. Lo cierto es que muertos y enterrados hubo de sobra. En 1673, de La Torre a Gradillas, nació la residencia para curas y desde 1713 sirvió de prisión para todo religioso que se portase mal (¿?). Hasta 1876 fue el cementerio de la Catedral –Guzmán Blanco lo sustituyó por el Cementerio General del Sur–. En aquella vieja casona colonial funcionó la Escuela Episcopal y más tarde el diario La Religión, hasta que en 1993 se abrió al público como Museo Sacro. Allí reposan los restos de los 12 primeros obispos de la capital. Luego aparecieron muchos cadáveres, posibles víctimas de Boves, de las ejecuciones en la plaza Mayor o de la fiebre amarilla. Y en la Catedral estuvieron hasta hace nada los restos de los padres y la primera esposa del Libertador, posteriormente trasladados al Panteón Nacional.
Así que cuando merodee por el centro, pele el ojo dónde y a quién pisa. Evite que se le pegue un ánima en pena.
Entierros menos macabros
En su afán modernizador, el Ilustre Americano dejó constancia de su inclinación europeísta de la estética, la renovación y las bellas artes, y quiso inscribir su mandato en la historia nacional. Ordenó un entierro atípico.
Historiadores y cronistas lo denominaron cápsula del tiempo –recipiente hermético para resguardar mensajes y objetos de aquel presente para ser desvelados por generaciones futuras–, costumbre que data desde la antigua Mesopotamia.
El 7 de noviembre de 1874, por decreto, la vieja plaza Mayor pasa a llamarse plaza Bolívar, que estrena una estatua ecuestre del Libertador –el escultor itálico Adamo Tadolini copió fielmente la exhibida en la plaza principal de Lima, Perú, atribuida a la Fundación Von Müller–. Acto oficializado con repiques de campana y 21 cañonazos.
El pasado 13 de septiembre de 2021, en un artículo publicado en varios portales, titulado “La primera cápsula del tiempo venezolana”, Víctor Torrealba asevera que “…además se decide construir jardineras, plantar árboles, recrear en las esquinas las cuatro estaciones del año, con cuatro fuentes de hierro ornamentales, instalar unos 100 postes de hierro con diferentes decoraciones y rodear la plaza con una balaustrada de metal. Las pequeñas escaleras al sureste de la plaza le dieron nombre a esa esquina conocida como Gradillas”.
En el marco del entierro de la cápsula del tiempo, y bajo el pedestal del homenaje a Simón Bolívar, por órdenes de Guzmán Blanco reposan varios objetos representativos de aquella época y que no son más que un verdadero tesoro histórico.
Entierro inventariado
Toda la literatura coincide en que esta especie de arca milagrosa, que guarda el pasado para traerlo al presente, contiene reales tesoros que resumen cómo fue la Venezuela de esos días de transición hacia la modernización. Documentos, joyas y piezas icónicas hablan de ese pasado y del egocentrismo que genera el poder.
Por ello, debajo del pedestal en el que se apoya el caballo de Bolívar, yace la cápsula contentiva del acta de colocación de la piedra fundamental de la estatua ecuestre, una copia del decreto publicado el 18 de diciembre de 1873, en el que se ordena la construcción de la estatua, con la firma autógrafa del general Guzmán Blanco, una pieza de un venezolano de plata, una pieza de 50 céntimos, una de 10 céntimos y una de 5 céntimos de venezolano. Las monedas que se encuentran bajo el pedestal de la estatua realmente son ensayos; una medalla con el busto del Libertador, una medalla conmemorativa que se distribuyó en el acto de la inauguración de la estatua, dos medallas del Capitolio de Venezuela, los tres tomos de la Historia de Venezuela por Baralt y Díaz, un ejemplar de la Geografía de Venezuela, por Agustín Codazzi; un tomo de las Leyes y decretos de los Congresos de Venezuela desde 1830 a 1850, cinco tomos de la recopilación de leyes y decretos publicados por el general Guzmán Blanco en 1873, mensaje y documento de la cuenta presentada por el presidente al Congreso en 1874, un ejemplar del primer censo a la República (1874); una fotografía, un retrato en litografía y varias litografías alegóricas del general Guzmán Blanco, un plano topográfico de la ciudad de Caracas, ejemplares de las Constituciones de 1857, 1858, 1864 y 1874; una copia del Acta de Independencia del 5 de Julio de 1811; ejemplares de los periódicos del 10 de octubre de 1874: La Gaceta Oficial, La Opinión Nacional, el Diario de Avisos y una colección de periódicos de varias ciudades del interior.
Así que, caraqueño, caraqueña, mosca por dónde anda y dónde pisa. Recuerde que hay mucho pasado, mucha historia y muchos fantasmas bajo sus pies.
Luis Martín