Caraqueñidad | Diciembres, eneros y sus cosas
08/01/2024.- Los diciembres y los eneros, históricamente, al menos en este lado del mundo —subdesarrollado como cada vez más es—, con independencia del credo profesado, se funden entre celebraciones, fe, gastadera de plata, rumbas y muchas promesas. Todo ello sobre la base de la esperanza en que "este año sí dejamos lo malo atrás para iniciar otro, con caminos abiertos a la prosperidad, al amor y la unión familiar", y, sobre todo, "con mucha salud y calidad de vida, porque con eso nosotros hacemos lo demás".
Esto sucede entre la población común. Los diciembres: la carta al Niño Jesús, el pesebre, el arbolito con bolitas de adorno —como la nieve que es falsa—, las luces, los estrenos, la pirotecnia, las proyecciones de portarse mejor el venidero año y la muy lógica "estiradera" de los aguinaldos, eso si eres parte de los casi dos millones de empleados públicos, porque si eres del sector privado entonces recibes utilidades, que igualmente tienes que rendir al máximo, debido a la hasta ahora indetenible mega superhiperinflación —inducida o no—, producto de las medidas coercitivas unilaterales, o sea, las sanciones, la maldad de los imperios, la derecha ultrasalvaje o los evidentes desatinos económicos y sordera gubernamental, pero de que existe, existe, y aporrea duro al más vulnerable.
Los eneros inician con nuevas esperanzas: lo que no me trajo el Niño Jesús ni mucho menos el gran San Nicolás, me lo traen los Reyes Magos, aunque andan sin camellos, porque no hay medicinas veterinarias ni pasto; y sin vehículos, porque no hay gasolina. La vaina se les pone cuesta arriba…
Mientras eso sucede, y a pesar de existir nuevos órdenes, nuevas tecnologías, incluyendo la inteligencia artificial, la obsesiva idea del poder, tanto político como económico, sigue un guion que, al menos en este lado, donde se impone el prototipo del frustrante subdesarrollo, fue elaborado por el imperio español con complicidad eclesial desde los días del coloniaje. Nadie sabe por qué, pero desde esos días inmemoriales, las fechas cercanas al fin de año han servido para afianzar o cambiar autoridades, sea por mandato, a dedo, o por elecciones u otros procesos que han servido para tales fines.
¿Será que desde entonces creen que año nuevo implica cosas nuevas? ¡Será!
Lo cierto es que al final de cada proceso de decantación para saber si siguen o no al frente del "coroto", los ganadores irán a celebrar y los perdedores, lógicamente, a matar su despecho. De esos resultados dependen navidades felices —o no— para esa élite a la cual no pertenece el protagonista principal: el pueblo.
"En los años 1600
… cuando el tirano mandó", en las calles de toda América, esta triste historia se vivió. Y fue así como las autoridades recién electas, por mandato del rey de España, debían cumplir un ritual hegemónico que daba como resultado el afianzamiento en el poder al culminar la ceremonia: una extraña mixtura entre lo político, lo ecuménico y lo mundano.
Las autoridades, para consagrarse ante su pueblo oprimido, marchaban desde la casa de gobierno hasta la catedral de las plazas principales. Iban con atuendos especiales que denotaban superioridad. Ese era el acto político. Al ingresar a la casa de Dios, iniciaban oraciones, alabanzas y promesas, pero sin dádivas ni sacrificios. Era la parte religiosa. Y al concluir la homilía, venía la festividad, lo pagano, lo mundano, la rumba. Desde entonces, es un hecho marcado en la historia del mal llamado nuevo continente.
De todo aquello, sin dudas, lo más sabroso, que persiste y que no debe morir jamás, es que las guaraperías y sus alrededores resultaban los sitios más concurridos por todas las clases sociales. Lugares de verdadero encuentro, pues.
Así fue hasta 1820, ocasión de la última navidad realista en Caracas y en Venezuela. Ese diciembre, nada de celebración. Los realistas, preocupados ante el huracán que —sabían— se les avecinaba, y los patriotas, en alerta por su responsabilidad por consumar la libertad. Seis meses después, se daría la batalla definitiva, la de Carabobo, ese 24 de junio. El rumbón de los libertadores sería posterior. Aunque a más de doscientos años de aquella gesta, aún no se ha consolidado el objetivo.
Esto lo escribimos al respecto en una nota publicada en internet hace tres años, fuente de donde nacen los siete párrafos subsiguientes.
Nuevos órdenes recurrentes
Ese término del nuevo orden no es un invento de sociólogos ni historiadores contemporáneos. La cosa viene de más atrás. Por mandato europeo, primero; por requerimiento interno, luego; por dinámica histórica, en algunos casos, y por ley, después; diciembre —o fechas previas muy cercanas— ha servido para la consolidación de nuevos órdenes políticos en el país, sea por sucesión, por golpes de Estado o por elecciones, lo que, reiteramos, deja bandos ganadores y perdedores.
Llegamos al siglo XX y Juan Vicente Gómez, como para seguir la tradición, le da un zarpazo a su compadre "el Cabito" Cipriano Castro y le quita el coroto en diciembre de 1908. Gomecistas celebraron sus navidades. Castristas, perseguidos, asustados y tristes. Imposible fiestear.
Tres días antes de diciembre de 1945 se instala la Junta de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt, que decide expulsar a los mandatarios precedentes López Contreras y Medina Angarita, en compañía de Uslar Pietri y otros más, cuyas familias y entorno no tuvieron felices pascuas.
Un año más tarde, se apagan las llamas de un intento de golpe. Entre sus cabecillas cae capturado Jóvito Villalba y una gran comitiva. Tampoco tuvieron una feliz navidad.
El 5 de diciembre de 1948 sale desterrado Rómulo Gallegos, quien, luego de nueve meses de un incipiente gobiernito, recibe un golpe de Estado. Él y los suyos, sin celebración.
Peor para la gente del teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, quien, en condición de presidente de esa nueva Junta de Gobierno, fue asesinado en noviembre de 1950. Diciembre sin navidades, ni para sus seguidores ni para los de sus sicarios, donde Rafael Simón Urbina resultó ultimado y una veintena de participantes arrestados. Sin embargo, se supo de cobardes celebraciones privadas.
La tradición de elegir en diciembre se afianzó: el día 15 (año 1957) se realiza el plebiscito de Pérez Jiménez para afianzarse en el poder. Es derrocado. El 7 de diciembre de 1958 gana Rómulo Betancourt. El 1.º del mismo mes, en 1963, lo hace su copartidario adeco, Raúl Leoni. Justo cinco años después, gana por vez primera Rafael Caldera, quien repetiría triunfo electoral el 5D de 1993. El 9D de 1973 obtiene su primer triunfo Carlos Andrés Pérez, quien repite el 4D de 1988. El 3D de 1978 gana Luis Herrera Campins y el 4D del 1983 lo hace Jaime Lusinchi. El 6D de 1998 ganó Hugo Chávez, quien repitió siempre en diciembre, a excepción de octubre de 2012.
Fin de la larguísima, pero necesaria cita.
¿Y Pablo Pueblo…?
Esa pugna por el poder continúa. Todo el año se habla de política y sus intereses, sus proyecciones, sus promesas. Se vuelve tedioso. La apariencia es que todo se ralentiza. No se palpan avances. Y la fecha para los eventos decisorios es recurrente: diciembre, o muy cerca. Ahora mismo hubo, con resultados negados de lado y lado, elecciones primarias opositoras y un referendo en defensa del territorio nacional. El pueblo, protagonista, cada vez acude menos. Por la innegable diáspora. Porque no están convencidos. Por lo que sea.
Ahí están las estadísticas, a pesar de los magos informativos —repetimos, de lado y lado, que jamás leyeron ni una página del cubano Baldor, ni mucho menos de El hombre que calculaba, del carioca Júlio César de Mello e Souza, bajo el seudónimo de Malba Tahan.
Lo justo y lo importante, en todo caso, es que, desde esas tan anheladas y luchadas máximas instancias, sean oídas, comprobadas y resueltas las exigencias y necesidades reales de —machistas como la histórica letra— Pedro, Pablo, Chucho, Jacinto y José, de sus mujeres y sus carajitos, y sus padres y sus abuelos, que encarnan a Pablo Pueblo, ungido en esperanza y fe. No los descuiden.
Pasó otro diciembre. Inicia otro enero. Veremos si santa Genoveva, los desprovistos Reyes Magos, la Divina Pastora, o quién, mete su mano para que desde el poder antepongan los derechos y solicitudes de todos por igual.
Luis Martín