Micromentarios | La ostra herida
09/01/2024.- En nuestra vida cotidiana, la mayoría de las veces reaccionamos con actos violentos, vituperios o malas caras ante las acciones que nos afectan de manera negativa. De hecho, muchas personas consideran normal que, al sentirnos afectados psicológica, social o económicamente, dejemos salir lo peor de nosotros, a la manera de un Dr. Jekyll que ni siquiera en el día puede controlar a su Mr. Hyde.
Alguien nos hace daño, voluntaria o involuntariamente, y nuestra primera reacción nos regresa a la célebre ley del talión: "Ojo por ojo y diente por diente". Defendemos esta reacción alegando que somos humanos y que, como tales, estamos sujetos a pasiones y desenfrenos.
Sin embargo, pasados unos minutos, si hemos producido tanto o más daño que el que hemos recibido —e, incluso, menos—, nos sentimos mal y rechazamos nuestro vengativo proceder.
Vergüenza, complejo de culpa y un enorme arrepentimiento sustituyen la sensación satisfactoria que nos produjo el desquite y a aquellos les sucede un vacío que nos sume en una situación francamente espantosa: la confrontación con nuestro yo más íntimo.
En ese diálogo que ocurre en lo más profundo de nuestro ser, comprendemos la futilidad y fatalidad de nuestra acción, lo miserable que ha sido nuestro comportamiento salvaje. Pero es tarde: lo que hicimos ya no tiene vuelta atrás y debemos atenernos a las consecuencias.
Es en este momento cuando vale la pena recordar la expresión del filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson: "Cuando se siente herida, la ostra hace una perla".
La forma de defensa de la ostra consiste en recubrir con múltiples capas de nácar el objeto extraño que vulnera su interior.
Este objeto, las más de las veces, es un irritante grano de arena o un pequeñísimo crustáceo, aunque se han hallado perlas nacidas a partir de minúsculos objetos o de animales diminutos.
La perla, vista desde la perspectiva poética y no en términos de joyería, es un producto sublime que nace de un dolor, una tristeza, un acto negativo. Por ello debemos adoptarlo como el símbolo de nuestra maduración como individuos. Hay que tener en cuenta que aprendemos a ser civilizados, no nacemos civilizados.
Con los años, he descubierto algo más: que actuar como la ostra nos permite sacar lo mejor de nosotros, dado que, sin negar esa base salvaje, animal, de la que no pueden prescindir ni las personas más cultas y que nos induce a cometer actos similares o peores que los que nos han infringido, ofrecemos una respuesta civilizada a un acto particular o al acontecer diario.
No es fácil actuar así, pero sí posible.
Tampoco es utópico pensar que, con nuestro esfuerzo diario, algún día podamos equipararnos a ese pequeño molusco que, cuando se siente lastimado, transforma lo negativo en algo maravilloso.
Armando José Sequera