Parroquia adentro | Un fenómeno social llamado: El Silencio (Parte I)
El Silencio se convirtió en el gran desafío para la sociedad
Quienes hemos transitado en el centro de la ciudad de Caracas, vemos con paradoja que la Reurbanización El Silencio no tiene nada de silenciosa, por lo que nos preguntamos ¿a qué se debe su particular nombre?
Según el ingeniero Ricardo de Sola, para el año 1658, Caracas fue golpeada por una peste que barrió con el 25 % de la población, cantidad que fue calculada en unos 10 mil habitantes. El sector más afectado fue el ubicado en un caserío al oeste de la quebrada Caruata, que hoy pertenece a las parroquias San Juan y Altagracia.
En las Actas del Cabildo, cuando se refirieron a esta tragedia, se puede leer: “En cuanto a la ranchería ubicada al oeste del Caruata, donde comenzó la epidemia, solo se advierte silencio, silencio, solo un profundo ¡silencio!”.
En aquel momento tan devastador, no había trabajadores para atender el gran número de enfermos y fallecimientos diarios, se carecía de médicos y enfermeras, ni siquiera había ya sacerdotes que cumplieran con la labor espiritual. No se contaba con personal en la iglesia ni para tocar las campanas. El cementerio estaba abarrotado de cadáveres insepultos que complicaban las condiciones salubres de la ciudad. En fin, en esa época, la muerte con su pincel dibujó un paisaje desolador cuyo audio era un sombrío silencio.
Tal fue la cicatriz que dejó la peste, que en el plano de Caracas de 1843 se podía ubicar la esquina de El Silencio, en el sector El Tartagal, justo donde hoy está el Bloque 1 del complejo urbanístico del mismo nombre.
Ya entrado el siglo XX, El Silencio aún mantenía una condición precaria, tanto por la cantidad de basura como por el incremento de hospedajes, bares, casas de citas y licorerías clandestinas que contribuían al incremento de la miseria en el área. Prueba de lo anterior lo encontramos en el levantamiento sanitario-social llevado a cabo por el Banco Obrero, donde se señaló que del total de las viviendas del sector, el 57 % de las casas eran clausurables y el 36 % contaban con deficiencias higiénicas; en síntesis, un 93 % de las viviendas no eran aptas para el desarrollo de la vida individual o familiar.
Los problemas sanitarios no eran los únicos por lo cual preocuparse en esa zona, pues también El Silencio sirvió de guarida para el hampa. En un trabajo publicado en el diario El Universal, con fecha 13 de agosto de 1942, titulado “El mundo de horror y de vergüenza de la barriada de El Silencio”, se explica que en dicho sector hacían vida bandas de jóvenes “delincuentes” y “pedigüeños” dirigidos por adultos. Ellos dormían en casas colectivas en situación de hacinamiento y debían pagar a diario su derecho a pernoctar; siendo así, que quien no pagara el dinero correspondiente a la caída del sol, era golpeado, amarrado a cepos o sometido a hambruna.
A mediados del siglo XX, El Silencio se convirtió en el gran desafío para la sociedad. Gobierno, prensa e inversionistas de la época decidieron dar el gran paso para ofrecer una solución contundente a este foco de miseria y deterioro social. En una próxima entrega se expondrá la titánica hazaña de convertir a El Silencio en una urbanización para la vida.
Gabriel Torrealba Sanoja | parroquiadentro@gmail.com
Julio González Chacín †