Estoy almado │ Zapatos colgando del cableado eléctrico

20/01/2024.- No tener prejuicios es como no tener pecados. El prejuicio es nuestra reacción desinformada para discriminar a alguien o algo en particular. Todos heredamos o construimos nuestros propios prejuicios. Por tanto, siempre tenemos uno disponible.

El prejuicio es quizás la acción que nos devuelve siempre al estado de animales instintivos. Como otras especies, hacemos juicios previos para esconder nuestros miedos más profundos o solapar el pánico hacia lo desconocido.

Justamente, a partir de los prejuicios, valoramos nuestro entorno. Le ocurrió a María Auxiliadora. Pensó lo peor cuando vio unos zapatos sucios y desvencijados, que colgaban por las trenzas en el cableado eléctrico que atraviesa el barrio por donde tiene que caminar hacia su trabajo. Nunca había visto algo así. Por un momento pensó que era una marca para decirles a los transeúntes que no pasaran por ahí, por lo que en un instante sintió que la podían robar o hacerle daño.

Fue entonces cuando vio a su alrededor y notó a una cándida señora que vendía empanadas, barriendo la entrada de su negocio, y no parecía que algo malo fuera a ocurrirle a ninguna de las dos. Los niños uniformados saliendo para sus clases tampoco eran señal de que su vida o la de ellos corriera peligro. Y ver después a los perros dormitando en la acera le transmitía cierta calma cada vez que transitaba por aquel lugar.

Sin embargo, no podía negar que le perturbaba ver esos zapatos colgando del cableado eléctrico. Todas las mañanas, cuando pasaba por ahí, los miraba con recelo.

"¿Por qué habría unos zapatos ahí? ¿Qué significan? ¿Qué querrán decir? ¿A quién coño se le ocurre dejar sus zapatos colgados?". Las preguntas no cesaban en la cabeza de María Auxiliadora.

Los zapatos eran de color rojo, con trenzas color tierra (antes blanco). A simple vista, la talla no parecía de niño; era más bien como de un adulto, como de treinta años, tal vez de alguien de un metro ochenta, de contextura ancha. "¿Quién se habrá quedado sin zapatos? ¿Andará descalzo?". María seguía atormentándose con más interrogantes.

Por un momento, pensó que podría ser algún tipo de brujería. Algún maleficio contra aquel barrio sumido en la pobreza y en la sobrevivencia diaria. Durante varios días, María Auxiliadora, cuando pasaba por ahí, se persignaba y agarraba con fuerza el cristo que colgaba en su pecho.

El amigo de su papá, de una marcada tendencia paranoica, le dijo que esos zapatos colgados podían ser un signo de la comunidad contra alguien que cometió fechorías y causó mucho daño a los vecinos. Esa idea se conectó con otro prejuicio de María Auxiliadora, aquel que le dice que en los barrios aplican su propia ley cuando los resortes de las instituciones fallan.

Aunque, viéndolo bien, los zapatos también pueden ser el recuerdo de alguien querido. Un miembro de ese colectivo que intempestivamente cambió de paisaje y, por eso, en su memoria, dejaron sus zapatos colgados en la entrada. "Esas cosas suceden en los barrios, yo lo he visto en las redes", le llegó a decir una de las amigas de su entorno opulento. Si en realidad los zapatos son un homenaje póstumo, de solo pensarlo, a María Auxiliadora la embargó un sentimiento indefinido entre la ternura y lo macabro.

La verdad es que no sabía qué pensar o, mejor dicho, qué sentir cuando veía los zapatos como parte del paisaje popular del barrio. No se atrevía a preguntar entre los habitantes, porque le avergonzaba que solo a ella le inquietaran aquellos tenebrosos calzados colgantes. Comentar el asunto podría parecer como algo fuera de lugar, sobre todo porque el resto de la comunidad actuaba como si nada, sin aspavientos ni aparentes angustias baladíes.

La señora que vendía las empanadas le empacó un par a María.

—¿Con guasacaca o sin guasacaca? —le preguntó a María Auxiliadora antes de incluir en el pedido una tetica con salsa.

—Sin salsa, por favor.

Se acercaba la celebración del carnaval y el barrio estaba siendo adornado con máscaras por doquier. Precisamente, cerca del cableado eléctrico, donde colgaban aquellos siniestros zapatos, también intentaban colocar unas guirnaldas. "¡Qué peligro!", pensó María Auxiliadora para sus adentros.

Lo bueno para ella es que iba a estar libre por unos días del trabajo, con lo cual no pasaría por la zona y se olvidaría de aquellos inquietantes zapatos colgantes. Porque no verlos significaba no pensar en ellos. "Ojos que no ven, corazón que no siente".

El fin de semana, en pleno carnaval, tres viejos del barrio comentaban lo que hizo el último adulto mayor que se fue al exterior.

—¿Viste lo que hizo Claudio?

—Se fue del barrio. Y dejó sus zapatos colgados en la entrada.

—¿Y para qué los dejó? ¿Está loco?

—Porque dijo que un día volvería.

—Yo creo que los dejó para que el barrio nunca sea olvidado.

En efecto, María Auxiliadora nunca olvidó el barrio, aunque cambió de trabajo y nunca más pasó por ese sitio. Actualmente, vive en otro continente, en otro ambiente donde jamás volverá a ver un par de zapatos colgando en el tendido eléctrico.

Sin embargo, en la puerta de su casa, mucho antes de entrar, se pueden ver colgados unos diminutos zapatos rojos, con la frase: "Deje sus prejuicios afuera".

 

Manuel Palma


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