Palabras... | Tiempo de pájaro
Todas las cosas animadas o inanimadas están solas, son huérfanas por la causa misma de haber comenzado a existir, de ser finitas.
Reginald Horace Blyth
Salvatore Quasimodo
25/01/2024.-
Luna
Extraviado está lo nuevo por hacer. No se pierde lo que nunca ha sido nuestro. Solo conseguimos lo que sabemos perdido. Solo encontramos lo que no buscamos y nos asombra.
El momento festivo no nos entristece porque lo vemos desde lejos. Se sufre por lo perdido, por lo que no tenemos, por lo que estamos perdiendo. Por el mundo que no ha girado como queremos.
Y nada de lo que en verdad hemos perdido retorna totalmente. Siempre nos estará dado padecer tristalgia por un anhelo.
Cuando el pájaro vio la luna, creyó haber develado una parte de su cuerpo de pájaro hasta el momento ignota para su habilidad de conocer. Entonces empezó a quererla como mano que obedece, como objeto que siempre se encuentra y nunca contradice. Sin imaginar el devenir de amar y no saber. Sin avizorar la consecuencia de construir, con esquemas prestados, lo que es tener y no tener, como la vida.
La pasión tiene su tiempo incondicional en la niñez. Luego es sueño que se vive. El placer no garantiza grandeza. Propicia, sí, un duelo difícil de soportar. Esa es su dolorosa alevosía.
Es hermoso estar en el mundo y tener una relación natural con él. Pero, actualmente, el principio de nuestra realidad exige saber y no debe verse con los ojos exclusivos de la ingenuidad, porque dentro de nosotros y en el rededor acechan subterfugios no conocidos y propios del dolor.
Decir sí o no es un derecho que nos asiste. Es nuestro primer acuerdo y es adonde tenemos que volver cuando el fracaso nos invade o el triunfo nos envanece. Desde el principio en que decidimos, sabemos que el camino es riesgo. Gracias a ello existe el esfuerzo de empezar. Pedir consuelo tras la derrota es despreciar un poco esa libertad.
A quien tiene la libre opción de quedarse no se le ha de negar la libre decisión de marcharse. No obstante, en el amor hay quienes luchan por la libertad teniendo presos a los otros (Diario de la luna).
El encuentro de la luna con el pájaro tendía a lo genuino. No había palabras ensayadas, ni pretensión alguna que esconder. Sencillamente, lo aceptaba como era: instante nido, instante pájaro, nada de historia. Allí tan solo convergían tiempos ajenos de fracasos y triunfos.
La luna vivía la compañía de esa manera por haber descubierto que nadie está obligado a amarnos para siempre. Había aprendido que equivocarse es un derecho inesperado y reconocerlo es un deber con la humildad. Y que siempre se puede amar algo más allá de lo más amado. Eso lo comprendió hace tiempo al notar que nacer no es simplemente nacer; es, simultáneamente, duelo. Que venir a este mundo no es nada más inscribirse en él, sino, además, llegar desnudos como un don, pero llorando. Que el dolor solo se cura siendo útil.
La última estrategia de la luna a que conducía su experiencia era entrar como el sol al alba, como nosotros la primera vez. Sin embargo, allí predominaba la razón y en el fondo lo espontáneo no era tal. La magia del encuentro sembraba un laberinto donde el final era un círculo que se reproducía.
Carlos Angulo