Letra veguera | Confín del prisionero
31/01/2024.-
I
A veces se oyen risas desde el pabellón contiguo
Gregorio Samsa emite gruñidos escalofriantes.
Hora de despertar
El novelista prisionero
contempla una luz
verde fresco
y recuerda el álabe
de la bailarina rusa
hablando sola en el Café Pushkin
Desde hace mucho tiempo
nadie ve el sol
El sol no existe
para uso doméstico
El sol toma largas vacaciones
por temor a los bichos
Samsa quiere ver el crepúsculo
El novelista prisionero lee a René Char
se reúne con sus palabras
en las aguas altas de la mañana
Yo escucho el ruido de sus pasos invisibles
Huelo su indumentaria de campesino
la sombra de un paisano Su escudero
Un buque encallado en el Puerto
No puede morir por mucho tiempo
sin recibir señales de este lado del mundo
II
¿Cómo puede imaginarse el origen del planeta el Prisionero? Desde el pavimento rugoso, la Nada es una silueta sin volumen y aquellos árboles estrambóticos y los ríos voluptuosos que lo despertaban por las noches en la selva han regresado al vientre de la tierra, al lugar de sus poros.
Instante de las montañas de rocas antropomorfas y zoomorfas con nombres en idiomas nativos, desnudas o casi como sus guardianes esculpidos por el frío, el incandescente sol, incontables gotas de lluvia por millones de años, casas de espíritus innombrables, nacientes de ríos, escondrijos de animales, hogares de flores nunca vistas sin vida que originan la vida.
En cada pestañeo 400 mil litros de agua pasan por tus dedos, agua que lleva vida y muerte a la vez porque la vida siempre va de la mano con la muerte.
Millones de años han pasado y pasarán, el ser humano es una consecuencia más de este majestuoso milagro de la creación, del Big Bang.
Todavía en pleno siglo XXI el hombre estúpido sigue buscando El Dorado, la ciudad perdida y, con ese insidioso empeño, lastima, hiere, el vientre de la madre que lo parió.
Pero sus hij@s guardianes ya saben distraer al invasor dejando regadas pepitas para que se regodee en su falso paraíso, mientras la vorágine de la selva se lo va tragando hasta que lo transforma en otro ser o en otra cosa.
Porque el indio lo sabe: la riqueza no es esa, sino los cientos de verdes entretejidos que atrapan miradas, los cantos agudos de aves que anuncian las estaciones, los misterios que han reinado por siempre en las creencias, los espíritus que viven en las rocas, en las sombras y caminos, en las frutas variadas y desperdigadas en el canto del Chamán, en su palabra de viejo sabio en el brazo portentoso de la madre que cuida la familia y golpea la tierra para que dé frutos y en las sonrisas que se escuchan siempre que son ecos de alegrías pasadas y un día serán tristezas, pero es cierto que esta madeja de verdes lluvia, sonidos animales, bichos, misterios, gente con distintas lenguas, la sonrisa es su modo de vida, su escudo, el antibiótico, su riqueza, su oro.
Federico Ruiz Tirado