Palabr(ar)ota | Leer a Palestina

31/01/2024.- La avanzada genocida de Israel sobre Gaza ha costado, a estas alturas, la vida de más de 26 mil personas, entre ellas un altísimo porcentaje de niños. Si quedaba alguna duda, semejante cifra desmiente de forma tajante el argumento según el cual el ejército israelí solo apunta a los combatientes de Hamás y confirma, en cambio, que la estrategia de tierra arrasada que adelanta el sionismo tiene como objetivo la desaparición total del pueblo palestino, al menos del que aún permanece en la Franja de Gaza.

Para quienes somos testigos lejanos de esta guerra, este episodio puede parecer un hecho aislado, motivado por el ataque de Hamás del 7 de octubre pasado. Para los palestinos, en cambio, se trata de un nuevo capítulo de una tragedia colectiva que tuvo sus inicios en 1948, con lo que suelen denominar con la palabra Nakba. La Nakba, es decir, la catástrofe, conmemora la expulsión de los palestinos de sus casas y aldeas para permitir el establecimiento del Estado de Israel. Se estima que el 80% de la población palestina fue expulsada de sus hogares. La mayoría conservó las llaves de su casa, convencidos de que regresarían en breve plazo. Por ello, la llave sigue siendo, aún hoy, el símbolo que encarna el deseo y el derecho de los palestinos a retornar a los sitios de sus antepasados.

Como no podía ser de otro modo, la literatura ha construido un enorme repertorio en el que, en novela, cuento y poesía, sus autores dan testimonio del sufrimiento de un pueblo desplazado y de las diversas estrategias de supervivencia a las que ha recurrido durante décadas.

Ghassan Kanafani es uno de los escritores palestinos más representativos de esta corriente literaria, por sus escritos y porque él mismo fue un luchador comprometido con la causa palestina; tan comprometido que fue asesinado por el Mossad en 1972, cuando apenas contaba con 36 años.

Curiosamente, los personajes de Kanafani no hablan mucho de política, tan solo se mueven en un contexto de exilio y migración forzada, de búsqueda de lugares propicios para vivir, de la necesidad de encontrar medios de subsistencia y, en fin, de encarar además una geografía y un clima por lo general inhóspitos. De ese modo, el escritor logra personajes de un realismo y una profundidad psicológica, a partir de los cuales el lector percibe una visión clara y verosímil de la situación en la que se desenvuelven. El que no se involucren directamente con interpretaciones del hecho político hace que su peripecia sea de una dimensión mucho más humana, puesto que, en cuanto lectores, los conocemos a través de los pequeños o grandes problemas de la supervivencia y no por medio de la afiliación a un discurso ideológico en particular. Eso no significa, sin embargo, que no seamos capaces de captar la tragedia de un pueblo expulsado de sus territorios ancestrales, reprimido y ferozmente discriminado.

Sin duda, uno de los mayores logros de la obra de Kanafani es el haber sido capaz de integrar al otro, entiéndase el pueblo judío, desde una perspectiva tan humanizada como la representación que hace de los palestinos. Un claro ejemplo de ese talento del escritor puede leerse en su obra Regreso a Haifa. En esa novela, una pareja de palestinos, que había perdido un hijo en el momento de la Nakba, regresa a visitar su antigua propiedad solo para encontrarse que está ocupada por una pareja de judíos que, habiendo perdido a su vez a un hijo en el conflicto, acoge y cría como suyo al hijo desaparecido de la pareja palestina.

Kanafani es capaz, de ese modo, de hacer una clara distinción entre un pueblo desterrado de sus territorios ancestrales, otro pueblo sometido a un conflicto que no siempre entienden y apoyan, y un Estado represor y genocida, claramente representado, en este caso, por el sionismo enquistado en el gobierno israelí.

 

Cósimo Mandrillo


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