Crónica y delirios | Quienes no leen son como lechugas o taburetes
02/02/2024.- La comparación se debe al notable escritor Javier Marías, fallecido en el lustre de su madurez creadora, cuando muchas fervientes voces lo postulaban para el Premio Nobel de Literatura. ¡Cada quien es dueño de su tiempo vital!, dirán los sempiternos conformistas.
El símil entre los no lectores y las cosas inanimadas, como lo formula Marías (él agrega los españolísimos percebes), está en un artículo de prensa que data de hace algunos años, incluido luego en libro recopilatorio. Allí, el autor alude al reportaje de un diario madrileño sobre hábitos de lectura, en el cual se asienta que el 55% de los entrevistados no lee nunca, admitiendo con desparpajo las causas: "Porque no me gusta" o "no me interesa".
Y ante ello, Javier Marías se extiende en juicios que por su interés (y por no resistir la tentación de mencionarlos) transcribimos casi completos:
Alguien a quien no le gusta o no le interesa leer es alguien, por fuerza, a quien le trae sin cuidado saber por qué está en el mundo y por qué diablos hay mundo; qué ha pasado en la Tierra antes de que él llegara y qué puede pasar tras su desaparición; cómo se formó el universo y por qué la raza humana ha perdurado pese a las guerras, hambrunas y plagas; por qué pensamos, por qué sentimos y somos capaces de analizar y describir esos sentimientos.
A ese individuo no le provoca la menor curiosidad que exista el lenguaje y haya alcanzado una precisión y una sutileza tan extraordinarias como para poder nombrarlo todo; tampoco que haya innumerables lenguas en lugar de una sola; no le importa en absoluto la historia, es decir, por qué las cosas y los países son como son y no de otro modo; ni la ciencia, ni los descubrimientos, ni las exploraciones y la infinita variedad del planeta; no le interesa la geografía, ni siquiera saber dónde está cada continente.
Es un primitivo en todos los sentidos de la palabra: acepta estar en el mundo que le ha tocado en suerte como un animal —tipo gallina—, y pasar por la Tierra como un leño, sin intentar comprender nada de nada. Come, juega y folla si puede. Al que no le gusta o interesa leer jamás le llegará la emoción de enfrascarse en El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, o en Historia de dos ciudades, de Charles Dickens. Tampoco sabrá qué pensaron y dijeron Montaigne y Shakespeare, Platón y Proust, Eliot, Rilke y tantos otros. Es sorprendente —y también muy deprimente— que un 55% de nuestros compatriotas estén dispuestos a pasar por la vida como si fueran percebes; o quizá ni eso: una lechuga; o ni siquiera: un taburete.
El afán de lectura honda, comprensiva e íntima, ha sido tema recurrente de los autores. Jorge Luis Borges, el ciego de tantas luces, dijo: "Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído", para luego asentar: "El libro, maravilla de que nos dotó la tecnología, extensión de la memoria y de la imaginación". Rudyard Kipling metaforiza al libro como "el azar inmóvil", los diversos mundos en la palma de la mano.
Somerset Maugham consigna su norte eidético: "Adquirir el hábito de la lectura es construirse un refugio contra casi todas las miserias de la vida"; Hermann Hesse apunta que no debemos leer para olvidarnos de nosotros mismos y de nuestra vida cotidiana, sino, por el contrario, para aferrar nuestra vida con mayor fuerza, consciencia y lucidez. Y el fraterno Eduardo Liendo expresa: "Sin los libros que me marcaron, el escritor no existiría. Si de golpe me quitaran todo lo que la lectura me ha dado, sería el hombre más pobre del mundo. El más indigente".
Sin embargo, en esta época cibernética, tanto la lectura como el libro tradicional han ido perdiendo con fuerza retrógrada su presencia y énfasis, su soledad de secretos comunicativos, para ceder paso a la barahúnda de Internet y las redes sociales, donde los teléfonos celulares y las tabletas son el instrumento para sustituirlos. En sentido genérico, Umberto Eco sostenía:
Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente, y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio nobel. Es la invasión de los idiotas.
Con respecto a las estadísticas sobre el libro de formato físico, Javier Marías apunta que en España (2018) se cerraron cotidianamente dos librerías; y aquí, en nuestro país, la Cámara Venezolana de Editores informó que durante ese mismo año clausuraron sus puertas ochenta librerías. Por otra parte, los números de Estados Unidos revelan que ya en 2017 el formato digital superaba al impreso en una tercera parte. Sin embargo, todavía no es posible juzgar el impacto cultural que tendrá ese cambio aparentemente adjetivo, y si las grandes corporaciones que manejan Internet están dispuestas a difundir las obras clásicas del pensamiento, la literatura, la ciencia y el arte de nuestro planeta, con el interés de que los jóvenes obtengan la necesaria e indispensable raigambre de ideas. ¡Pedimos perdón por la duda!
Propongo, como fin de estas letras al viento, que el gobierno cree un Sistema Nacional de Lecto-escritura (como el de las Orquestas), destinado a erradicar para siempre cualquier mentalidad de "lechugas, percebes o taburetes" entre las nuevas generaciones. ¡Ojalá!
Igor Delgado Senior