Palabras... | Amores que se fueron

Lo que se encuentra es eventual, el resto va perdiéndose.

 

15/02/2024.- Es sentimental ir detrás de la nostalgia. Tiene un sentido perturbador, a nuestro pesar, decodificar los amores lejanos y extrañar, como todas las cosas del afecto, que dicen, en silencio, cuándo está partiendo algo.

Amores que se fueron o nunca llegaron para quedarse, porque somos tranvías, activos transicionales a veces, o andantes que van detrás acompañando. Otras, hospedaje de gente "amorando" o ideas en camino de un destino, quizás andén definitivo para lo que también nos corresponde de lo imprevisto.

Solo nos quedamos una vez, o dejémonos ir, si es el caso, como costado que quiso ser ala, tal vez pluma de ave que escribe en el aire lo que va dejando vacío.

Yo he sido, sin saberlo, portador de varios amores, bajados de alguna vuelta de las que da la esfera del mundo. He sido elegido con toda confianza y generosidad para que los abrigara fuera de la intemperie, en lo dulce de alguna experiencia sensitiva, mientras se preparaban para seguir hacia el abrevadero de una probable exquisitez. Luego de mí, de no haber sido así, todavía seguirán trasladándose hacia el dintel de la proximidad determinada de los oasis. Aunque espero que hayan llegado a la exactitud de esa prolongación, preconcebida en lo iniciático, por un compendio de variaciones repetidas del azar.

Nunca lo supe, hasta ahora en que hago conciencia, y no tenía por qué saberlo, pues está escrito en caracteres que solo pueden descifrar la piel y los sentidos. Coincidiendo además con la densidad del otoño, visible, cuando uno se levanta solitario, pero en compañía del amanecer, que define lo grande que es la dicha cuando se posa en la mirada.

Frágil me siento todavía, al comprender lo lejos que hemos estado de vivir, al saber que hay amores que nunca llegaron para instituirse, sino para formarse experimentalmente de una manera breve, en nuestra estancia fortuita, hasta seguir su propósito de astro.

Es personal el afán propio de no posibilitar perder la belleza que se ha detenido en nosotros, eventual, como amor oxigenándose. Son diversas las causas y carencias íntimas, que, en el fondo doloroso del miedo, no dejan fluir, sino persistir en adueñarse de esos amores. Sobre todo, aquellas adheridas a una cultura del dominio, que, sí, ha llegado para quedarse en nuestros cuerpos, con la idea de posesión. Acumular las cosas más queribles, anulando, con premeditación, que también les asiste el derecho de pasar, sin estar obligadas a permanecer.

A esos amores, que echo de menos y siguieron su curso —y que, por ignorancia, malinterpreté perdidos—, quiero desearles en su momento lo mejor y más adecuado a su existencia, al margen de este tiempo triste de la decadencia.

Ojalá que estos amores, desde que decidieron partir hasta cuando hayan llegado, coincidan con una buena puerta, exacta a sus augurios, como era su corazonada.

Es mi intuición ahora corresponder soltando, pidiendo perdón por creer y asegurar que eran míos. Por darlos por perdidos, desviando con dolor personal lo que pudiese haber sido más consensuado de lo que, en cierta forma, es la libertad. Sí, hacerlos menos retenidos, más profundamente sencillos, y quitarles con alegría heredados atavíos, para que así pudiesen haber llegado fuertes, íntegros y totales a su proceso de convivir juntos a otros designios: esa increíble consistencia y basta capacidad universal de poder ser amor humano, todavía.

Lo siento, y lamento mucho el tiempo que perdimos, el dolor que nos causamos y el amor que nunca me fue dado retener, sin menospreciar la belleza de las horas vividas.

Apenas nos queda trascender como gente, y no miremos como propiedad a quien nos damos a querer.

Vamos acaso postergados y entendidos en este tránsito abierto del horizonte, donde permanecemos pasajeros, en paralelo de lo desconocido, hacia otra conjetura.

Débiles aprendices somos de los vértices diversos de lo que significa amar como liberación.

Fue un honor haberles dicho adiós, y deseo, con toda franqueza, que ya hayan topado con el complemento amoroso de aquella consagrada premonición, y que, por supuesto, en nada se parezca al desequilibrio que tarde o temprano emerge en toda sujeción. Incluso, asintiendo al derecho que les asiste a desviar los pasos hacia otra senda de mayor clamor interior, que no tenga por qué ser un amor convencional y determinante. Algo así como sendas propias, consustanciadas con los anhelos de un ser desencadenado, que atiende a ser libre como lo exigen los caminos no recorridos o aún por inventar.

Desde este certero desprendimiento, son otros brazos los que abrazan y estos ojos los que imaginados. Virtud es saber despedirse con el símbolo de los pañuelos blancos, tanto como pequeño se vuelve el corazón ante el asombro bello de la más increíble bienvenida que fuimos.

Inequívocamente, se van los amores, como también la vida, con la diferencia de que nos despechamos por un amor, pero jamás por la vida, porque sería el colmo de lo trágico. Y esa sí es la perfección: no tener la posibilidad de dolernos por haber perdido la vida. Tal vez por eso lloramos antes, por tantas cosas y por saber que moriremos.

En fin, nada de la existencia es atrapable en lo definitivo; todo se debe al origen, la diversidad y el movimiento. La verdad, como podemos percibir, tampoco sirve de nada para explicar la vida, como el amor no es la mejor referencia para hablar de libertad.

 

Carlos Angulo


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