Palabras... | Veinte años no es tanto: Karelyn Buenaño
Notas sobre el libro Siniestra
Siempre sentí ser bueno con los muertos, pero no sé por qué nunca fui así de total con mis hermanos de mundo.
Carlos Angulo
22/02/2024.- Truenos y relámpagos para liberar la lluvia detrás de la ternura, en el libro Siniestra, de Karelyn Buenaño. Siempre me gustó esperar la lluvia para saber de los espejos en las improvisadas lagunas de la calle, así como organizar la lectura de un libro que espera su tiempo en el perfil de una biblioteca personal.
Allí, en ambas vivencias, también aprendí a hablar en sustitución de lo no necesario, a versar el mundo en medio del temporal, porque en el temblor somos otros en cada espejo, al moverse las ondas de las aguas, como el ejercicio del adiós. Es como sentir una lectura hecha barco de papel y azul de mar, escrita en las olas de regreso, vueltas las páginas en la orilla, algo parecido al primer sueño que se inaugura, tal vez como el presentimiento de un pescador.
Todo lo que duele es al ojo determinante escritura que ancestra: "Gimo una garza / al vergel de los estanques / pido un pescado / al Sangrante Corazón de los Anzuelos".
La llama que se va en la ceniza no quema dos veces la misma idea que se olvida, como nunca volvemos a lo que está ahí siempre: un verso hecho de hojalata, para que no lo oxide el largo viaje del salitre.
La fortaleza, eso sí, nos viene de la misma vida. Y cada vez que se acuda a ella tendrá que ser superior a la "esperanza". Hablo de los libros: ¿qué más fuerza la de hallar las palabras adecuadas en el fondo del incendio, a nuestro nivel de hallazgo, para que sean dignas representantes de nuestro hacer? Siniestro es casi todo esto. Suelta sílabas que no logran huir del placer que contiene toda sombra. Nada más antiguo que bañarse juntos bajo los acentos, goteando celeste las palabras, estando al borde de la orilla de un esplendor.
A la orilla del margen de ese libro está el autor mirando, cuando repiensa. Mientas tanto, ambos se hablan de reojo, y se dejan, y se apartan para buscarse en la exactitud.
Veinte años después se toma Siniestra de la espera, y veinte años después se sostiene el libro y la autora en el andamio, donde Karelyn Buenaño imaginaba la tesitura trenzada de un lenguaje. Amalgama la ley de los contrarios para desnudar lo oscuro con belleza. La cotidiana herrumbre de una comunión descosida desde una perplejidad, descifrando la conmoción de ciertas conjeturas con una "arcilla extraña". En verdad, la clepsidra no es importante aquí, porque el tiempo, aún breve, sobra en el libro todavía. En ese toma y da, el poema brota y no lo pierde la mirada. No hay descuido.
Erguido como un roble, insiste y tampoco se deja talar más, elevándose para agradecer al surco haber adelantado. "Leibe, / como en un juego / te hastían / los fracasos / te enfrascas a beberte la derrota / días después / los días grises / van cediendo // ¿Lo ves? // Así / se juega".
De allí que la musicalidad y su ritmo no contrastan y dominan, se desvanecen dentro de sus aguas para refrescar la novedad.
Hay gente que llega cuando no tiene prisa. En el fondo es un juego de arcoíris, donde se huye del gris o del hastío, que pudiese ser lo mismo. De por sí, en esta noche, después de tanto tiempo, el libro despierta conmigo en mi pecho, cuando el lenguaje se estaba liberando en el sueño de un recuerdo para volver de visita a sus orígenes. Eso lo sostiene, aún, el desenfado de estos versos sitiados en la espera, capaz de llegar a dos décadas sin morir. Con poemas traídos de la ristra, de un fondo claroscuro, no visibles fácilmente, pero por ser también parte de un gran suceso carente de altivez, acéfalo de arrogancia.
Hay un fulgor en cada quien que lee y en cada quien que escribe. Basta encender la lámpara y desembocar en el libro, con la alegría de un final de río en el mar. Esencialmente, cuando trae la historia de esa nombrada dualidad de la orilla y de la página: Era tan fiel / al gran sepelio de los buenos / mientras los sabios / fijaban fecha y hora / para el póstumo homenaje de los malos / al excelso sacrificio de los bellos (Karelyn Buenaño)".
No miente el duelo de los otros en este cortejo que se devuelve, expreso al abrir y cerrar cualquier poema como "hiedra clemente". Lo que se despega del tiempo se traduce en sentimiento. Y seguramente es recuerdo para un verso como bendición a una mariposa, que ha aleteado del otro lado de este corazón escrito.
Carlos Angulo