Crónicas en bici: Comerse la luz

Fractales, café y besitos de coco.

 

Quienes van al volante y no se están mojando, sea porque miran el celular, o porque ya estamos mojados, pasan a buena velocidad, a metro y medio, la distancia de ley, exactamente por el charco que nos rebaña, y que uno sabe porque el agua está más caliente. Calor de calle. Hay que extremar el cuidado cuando se rueda con el suelo mojado.

“Me voy”, anuncio sin tonalidades, digo yo, y cierro la puerta suavemente. La lluvia arrecia. Es mediodía de ayuno, come ella, sigue lloviendo, me dejo la chaqueta puesta. Saco la llave, aprieto la tuerca aislada, cesa el chirriar por un rato. Toda Caracas es un fractal. Gerardi, como en los tiempos de Cantaura, brinda un café. Pido dos, el pedal se afloja, la llovizna permanece, los semáforos son inútiles. Hay que tener, siempre, un pedazo de cartón. Usted lo coloca entre el sillín y sus nalgas, y ese pedazo de cartón le sostiene todos los escupitajos de chimó que se lavan cada vez que llueve. Y los miaos, las cagadas de perros y de gatos, de cerveceras y cerveceros; los huecos que no se ven. Hoy, un árbol, un jabillo, quedó atravesado en la avenida Libertador. Se derrumbó parte de una casa en Colinas de Bello Monte. Otra casa por Turmerito, en Las Mayas, Coche. Maestras fueron a clases, madres decidieron quedarse. Un sobrino de alguien se baña, “busca la ropa más vieja que tengas”, le dice el tío, y el chamo le canta y le baila al cielo bajo el palo de agua que está siendo esta ciudad hoy, sin tanta cola. Me bajo, aprieto por no dejar, tres pedaleadas y siento que el pedal izquierdo se va a caer. Ya. Hasta aquí llegué.

Mirar para todos lados

“Qué nadie se coma la luz”, exclamó alguna vez el presidente, así, con ese tono. “Aquí nadie respeta la luz”, sentenció con firmeza la turista argentina. Cruzar por el paso peatonal de la avenida Bolívar, a la altura de Parque Central, o a cualquier altura, es un deporte de alto riesgo. Por eso, la primera entrevistada de una serie que vendrá, aprovecho para anunciarla, ya que usted está tan inmersa en la lectura: será Stephany Hernández, “nuestra” medallista de oro olímpico. Juan Carlos Valdez, Rómulo Hidalgo, Amaranta, Sandino Primera, Nikki García, por nombrar algunas de las personas que andan en una, y que sobre una bicicleta, rodando por Caracas, nos lo contarán. Cruzar la calle con el semáforo en el color debido. Luego, todo el mundo se la come. En La Cañada, 23 de Enero, el pasado 4 de octubre recordaron, y rindieron homenaje, a las y los caídos en la denominada Masacre de Cantaura. “El café es el hilo conductor”, me dice un periodista que ha rodado bastante, aunque tiene su bici arrumada por allá. “Los rodearon, bombardearon, masacraron. Antes, en un lugar, pudieron reunirse. Compartieron. Por aquí…”.

Desde Agua Salud hasta El Son del 23, a pie. La bici tiene el pedal flojo, otra vez. Es el izquierdo. El lado femenino, dicen. Caminamos por la calle. En Caracas, por calles y callecitas, las aceras son murmullos. Zonas para el equilibrio, la danza, la contorsión. La ciclovía, que está como está, es una autopista. Las personas de movilidad reducida están más reducidas que nunca. “Investiga”, exclama como si se tratara de comerse la luz de cualquier semáforo en la avenida Urdaneta, tantas veces reparados, tantas veces anunciados, tantos segundos que nadie cuenta. “Pedigüeño”, me asumo, ripostando a quien tiene tan buena voz para mandar a investigar. Política editorial, le dicen.

La UCV

Allá dentro, no hay semáforos. María Lionza, la obra de Alejandro Colina, “permaneció por 18 años confinada en un apartado galpón de la Ciudad Universitaria de Caracas”, según un boletín de prensa publicado en la cuenta Twitter del Instituto de Patrimonio Cultural, IPC. Sin semáforos, comerse la luz dentro de la UCV es cotidiano. Desde el IPC, exhortan al Ejecutivo nacional a “desplegar las acciones y los recursos necesarios para reubicar a la estatua María Lionza”, y yo con el pedal flojo. En pandemia, en las madrugadas, cuando no había ni un solo carro en la autopista, mi bici y yo nos estacionábamos un rato ahí, al pie de la réplica de María Lionza, haciendo lo que se hace ahí. La reubicación será en la montaña; “Al pie del Monumento Nacional María Lionza, en el estado Yaracuy, en condiciones adecuadas…”. Félix Gerardi, el de los charcos del mundo, el de los besitos de coco, desde wasap, nos cuenta un poco: “Es mi diosa, mi protectora, esté en Yaracuy o en la universidad. Creo que es un acto de reivindicación que vaya a Sorte. Es un acto lúdico y patrimonial. La UCV jamás tuvo conciencia del patrimonio histórico que tenía en sus manos. Las cosas pasan… porque pasan”.

Pa Sorte entonces, con buenos pedales. Mientras, en Caracas, escampó. Se regaron todas las matas de todos los organopónicos de la ciudad, que no son muchos. “En Londres sería un beautiful day”, dice una de las maestras que se puso las botas de caucho. La bici sigue sonando pero el pedal no se ha caído. El Palacio Arzobispal es pintado de amarillo, las cúpulas de las iglesias impermeabilizadas con ese gris brillante de última tecnología, el premio que se ganó la arquitecta con el sistema de recolección de aguas de lluvia no se ha traducido en la recolección y hoy cayó bastante agua. La sonrisa de Caracas es un emoticón, por ahora.

Próxima entrega: Una canción de Alí

GUSTAVO MÉRIDA / CIUDAD CCS


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