Letra fría | La Quebradita de San Martín
22/03/2024.- Lo que no pude imaginar, cuando hicimos trabajo cultural en el barrio La Coromoto, de la avenida San Martín, con Tachuela y El Indio, fue que tiempo más tarde seríamos vecinos al mudarnos al bloque 1 de La Quebradita 1, cuyos habitantes, por cierto, tienen una cuenta en Facebook gracias a la cual pude recordar que el edificio se llama Residencias Terepaima.
Eran los tiempos del primer gobierno de Pérez y, por influencias de mi padre Efraín Márquez y mi suegro Pedro Barazarte, me adjudicaron aquel querido apartamento que me trae hermosos recuerdos. En 1977, me quedaba el último vestigio "hiposo" (léase reminiscencia del "hippismo"), cuando la funcionaria del Inavi y Dilcia me aplastaron el piojo en la cabeza porque yo quería que nos tocara el último piso del último bloque para estar más cerca del cielo. La muchacha me habló del día en que se dañaran los ascensores y me tocara caminar de noche desde la avenida San Martín hasta allá arriba. "Es más, ustedes están recomendados para el bloque uno". Mi querida Dilcia le dijo: "Eso, no le haga caso". Así fuimos a vivir al piso 7 del primer bloque del recién estrenado complejo residencial.
Era un edificio designado a muchos militares retirados. Nosotros éramos de los pocos civiles, lo que en cierto modo era una ventaja por la seguridad y porque era la propia "concha". ¿Quién se iba a imaginar que allí, en un edificio de milicos, se acuartelaban los "ñangaritas" de la UCV? Recuerdo que también vivía un edecán de CAP, que me saludaba con mucho afecto porque tenía instrucciones de cuidarme por orden de Marla Muñoz, gran amiga nuestra y del equipo de secretarias del presidente Pérez. Él me decía: "Mira que te tenemos precisado. Mientras vengan puros carajitos de la universidad, estás fresco, pero ni se te ocurra meter a Douglas Bravo, porque ahí sí te caemos". Yo me reía: "¿De cuál Douglas hablas tú, muchacho?". Él, con picardía, se reía también: "Tú sí sabes, ja, ja, ja". Siempre me pareció cómico que los angelitos de mamá me consiguieran esas protecciones.
Muchos años después, ya en Mavesa, Coles y Carmen Elena me pidieron poner música a unas conferencias de agricultura en el Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional (Iaeden). Contraté a Víctor Cuica y Roberto Girón para la primera noche, y a Tomás Montilla para la segunda. Con Tomás me fui al bar del Círculo Militar para que cogiera nota para el toque, y cuando le tocó abrir con su mejor pieza, Del flamenco al joropo, seguidamente les recitó el poema de Servando Garcés sobre la franelilla ensangrentada del guerrillero muerto. Les dijo a aquellos generales: "No se estén creyendo que a nosotros se nos olvidaron los camaradas que nos mataron en la guerrilla". ¡Yo quería que me tragara la tierra! ¿Para qué me puse a inventar lo de esos tragos? Sin embargo, conociendo a Tomás, igual se los iba a decir.
Lo cierto es que lejos de armarse un drama, los generales se lo tomaron con soda. Incluso el director del Iaeden —un general hermano de un chavista, por cierto, pero cuyos nombres y apellidos no recuerdo— me haló aparte y me dijo sonriendo: "Tú sigues jodiendo, carajito. Ven para contarte algo: cuando tú echabas vaina en la UCV, yo era director de la policía y giré instrucciones para que ni a mi hermano ni a ti los tocaran, porque siempre los he admirado". Lo que sí recuerdo es que fue uno de los que se volteó en el golpe de abril aquel.
Tener casa propia a los 24 años era la merma, y más que concha era un estado de rumba permanente. Todos los discos de salsa y boleros que iban saliendo los compraba "fiados" en Sears y Maracaibo Import, y ya cuando escribía para El Nacional y El Diario de Caracas me los regalaban en El Palacio de la Música y demás disqueras. Igual pasaba con las sopas de rabo, los hervidos de res, los mondongos, los corderos al horno y los perniles de cochino. Luis Pimentel llegaba siempre con meros, pargos inmensos y litros de Buchanan's y Etiqueta Negra, más los jamones serranos, quesos franceses y cañas de diversa índole que nos proveía el saqueo popular de no voy a decir dónde, ¡porsi-porsi acaso esos delitos no prescriben! Ja, ja, ja.
Bueno, el dominó no podía faltar, ¡aunque esos comunistas nunca supieron jugar y yo les ganaba todas las partidas!
Esto se acabó, ¡pero hay más cuentos! Ja, ja, ja.
Humberto Márquez