2019: La guerra de los apagones también fracasó
Pese a las terribles profecías de los consabidos expertos opositores, el país logró solucionar en paz el grave problema causado por el primer apagón
28/03/24-. Son tantos los momentos difíciles vividos por Venezuela durante los últimos 25 años —producto de las acciones de una oposición violenta y descarriada, dirigida desde las alturas imperiales— que con ellos se puede armar una antología. Pero algunos de esos episodios merecen estar en una lista selecta como los peores. Uno de ellos es el capítulo de los apagones nacionales de 2019.
El país había experimentado la falta de gasolina, producto del paro petrolero de 2002-2003; los terroristas disturbios de 2004, 2014 y 2017; el golpe de Estado de 2002; las colas interminables de la guerra económica (entre 2013 y 2018); el intento de magnicidio de 2018, además del terrible trauma de la muerte del líder Hugo Chávez, en 2013. También había sufrido de una pertinaz crisis eléctrica desde 2009. Pero no se había presentado la situación de un prolongado apagón en todo el territorio.
Y no fue el apagón de manera aislada ni fue un único apagón. Fueron tres nada más en marzo (otro en abril y uno más en julio) que se presentaron en tiempos de mucha tensión política, cuando estaba en su máxima efervescencia el experimento imperial del gobierno interino encabezado por el autojuramentado Juan Guaidó. Fue una guerra de apagones.
La primera falla eléctrica general se produjo apenas unos días después del fallido intento de Estados Unidos y sus aliados en el vecindario latinoamericano de invadir Venezuela mediante el subterfugio de introducir ayuda humanitaria, episodio que se cerró a favor de la Revolución Bolivariana gracias a la denominada Batalla de los Puentes.
En el contexto internacional había alcanzado toda su potencia la estrategia de alinear contra Venezuela a los gobiernos de derecha de la región (Colombia, Brasil, Guyana, Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Paraguay, Panamá, Honduras, Guatemala, México, Canadá y varios estados del Caribe) en el Grupo de Lima, manejado de forma nada oculta por Washington.
La conexión entre el evento inicial ocurrido el 7 de marzo a las 4:55 de la tarde y este clima enrarecido se hizo evidente en la euforia de los opositores, quienes rápidamente dejaron ver que se trataba del punto de inflexión que estaban esperando para tomar el poder real en el país. El propio Guaidó habló como lo haría un secuestrador en una toma de rehenes: “La luz volverá cuando cese la usurpación”.
El otro gran componente de la guerra multimodal, la maquinaria mediática global, actuó perfectamente orquestada con el plan imperial: esparcieron el alarmismo; estimularon y magnificaron los problemas de orden público; ofrecieron los pronósticos más pesimistas acerca de las posibilidades de resolver el problema y restablecer el servicio; y, por supuesto, acusaron al gobierno y al sistema socialista de ser el culpable único de lo ocurrido.
El trabajo mediático tuvo también la tarea de descalificar y ridiculizar las denuncias hechas por las autoridades venezolanas acerca de la causa real del apagón, un ataque de pulso electromagnético contra la Central Hidroeléctrica Simón Bolívar, la represa del Guri, de la que depende 70 % del suministro eléctrico nacional.
Los grandes medios impresos, digitales y televisivos de alcance mundial pretendieron descalificar esta tesis, catalogándola de fantasiosa y absurda. Curiosamente, esos mismos medios presentaron con mucha seriedad y rigor científico la noticia de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó el 27 de marzo (luego del segundo apagón y poco antes del tercero en Venezuela) un decreto para proteger la tecnología e infraestructura de su país de hipotéticos ataques de pulso electromagnético (conocidos por sus siglas en inglés PEM).
El decreto presidencial titulado Coordinación de la resiliencia nacional a los pulsos electromagnéticos instruye a las agencias federales a crear una lista de sistemas esenciales cuya interrupción abrupta pudiera poner en peligro la seguridad del país, reseñó Telesur en su momento.
Al respecto, William Castillo, quien se desempeñaba entonces como viceministro de Comunicación Internacional, dijo: “No es sólo una orden ejecutiva para ´defenderse´. La defensa es una excusa también para atacar a otros países. ¿Buscan Trump y la CIA legalizar lo que probablemente acaban de hacer en Venezuela?”.
La abundante literatura existente sobre este tipo de ataques indica que se trata de armas que producen emisiones de energía de alta intensidad capaces de averiar o destruir los equipos eléctricos y electrónicos dentro de su radio de acción. Uno de los puntos más vulnerables es precisamente la red eléctrica de un país. Esta perversa tecnología bélica se descubrió accidentalmente, en las pruebas atómicas que realizaron Estados Unidos y otros países a mediados del siglo XX, cuando se observó que a cierta distancia del lugar de los estallidos, los equipos eléctricos quedaban inutilizados.
El portal chileno de noticias El Ciudadano aseguró haber tenido acceso a los datos registrados por los magnetómetros más cercanos a Venezuela, ubicados en el Centro Espacial de Kourou, Guayana Francesa, los cuales habrían detectado actividad inusual en la magnetósfera, aproximadamente a la hora en que se produjo el apagón en Venezuela.
Pese a las terribles profecías de los consabidos expertos opositores, difundidos con gran entusiasmo por la prensa global, el país logró solucionar en paz el grave problema causado por el primer apagón. Ese fue el presagio de que la guerra de los apagones también habría de fracasar.
Sin embargo, la historia apenas estaba empezando, pues el 25 de marzo, pasada la 1 de la tarde, se registró el segundo apagón que afectó a 16 estados; el 29 de marzo a las 7 de la noche sobrevino el tercero, otra vez en todo el país y que en algunas zonas se prolongó hasta por cuatro días. El 9 de abril y el 22 de julio ocurrieron el cuarto y quinto siniestro del sistema eléctrico.
La organización popular iluminó la ruta
En los tanques pensantes de las conspiraciones made in USA deben seguir preguntándose cómo fue que una sucesión de apagones nacionales tan prolongados, que afectaron a todos los demás servicios públicos, no derivaron en el resultado deseado por esos factores: la caída del gobierno venezolano.
Si han hecho análisis rigurosos deben haber concluido que la organización popular fue clave, junto a la integración cívico-militar. Las estructuras de participación surgidas durante dos décadas de Revolución pudieron contener los planes insurreccionales que pretendían generar el caos social y propiciar así la salida de fuerza.
El pueblo iluminó su propia ruta de salida a la crisis generada por estos eventos. La paciencia fue fundamental para enfrentar delicadas situaciones en cada rincón del país, de manera simultánea.
En la esfera gubernamental fue necesario moverse con gran agilidad para conseguir los repuestos que el feroz bloqueo negaba con el criminal propósito de mantener al país en las tinieblas. Los opositores radicales, los gobiernos enemigos y la maquinaria mediática apostaron a que el blackout eléctrico produciría el ansiado “cambio de régimen”. Se equivocaron de nuevo.
Las cicatrices siguen doliendo. El país sufre aún de constantes fallas del servicio eléctrico y, para variar, la ultraderecha intenta sacar provecho político de ello. Entonces, ¿quién puede dudar de que el peligro sigue latente?
CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS