Mundo alerta | Haití, el rostro feo de Europa

31/03/2024.- Hay quienes atribuyen la mirada displicente de Europa hacia Haití a un resentimiento acumulado desde 1804, cuando el pequeño país masacró a centenares de colonos para lograr su independencia. Tal vez no están muy lejos de la realidad. Pero si de resentimientos mutuos se trata, Haití podría esgrimir los suyos durante el dominio colonial francés desde el siglo XVI hasta el XVIII. En 1789 fallecieron millares de esclavos a causa de enfermedades, hambre, trabajos forzados diurnos y nocturnos y envenenamiento por virus infecciosos, introducidos por los piratas coloniales para eliminar a los que se declaraban en rebeldía.

Francia solventó “su” emergencia comprando mano de obra negra africana y de otras nacionalidades a una velocidad de 36.000 por año para reemplazar a los fallecidos, mientras las pandemias reducían la población hasta casi extinguirla. Algunos estudios señalan que la mortandad recortó para siempre el ritmo de la cadena generacional haitiana.

La violenta despedida de Francia

Las crónicas de la época reseñan que la violencia desproporcionada de Francia no cesó ni un solo día, ni siquiera cuando sus más de 3.000 colonos abandonaron el territorio tras la independencia de la isla. Cargaron con todos sus bienes transportables: vehículos, libros, medicinas y tractores, y no satisfechos con eso, destruyeron todo lo que no se podían llevar. Derribaron escuelas, guarderías y edificios de la Administración pública; dieron muerte a caballos y vacas en las granjas, y en los almacenes los alimentos fueron incinerados o envenenados para evitar el consumo.

Contrariamente a lo que significa para Europa, Haití se puede exhibir, aunque con rubor, como uno de los capítulos más exitosos y representativos de la historia económica de Francia. Fue “El Dorado” que soñaron los conquistadores españoles encabezados por Cristóbal Colón. La mitad del café y el azúcar que consumía el enclave colonial en Europa y América, producto del esfuerzo de los esclavos, enriqueció al país galo durante más de tres siglos. Solo Haití pagó el equivalente moderno a 21.000 millones de dólares desde 1804 hasta 1947 (casi siglo y medio) como indemnización por los “daños” que le causó al abolir la esclavitud y declararse Estado independiente. Por el “delito” de haberse independizado, 14 naciones africanas continúan pagando impuestos coloniales a Francia. El Banco Central de cada país africano está obligado a mantener al menos el 65% de sus reservas de divisas en una denominada “cuenta de operaciones” abierta en el Tesoro francés, además de pagar otro 20% para cubrir los pasivos financieros.

Europa existe para sí misma

En ese contexto, la opulenta Europa ha rectificado su error solo de palabra, no de hecho. Hace más de medio siglo, el presidente francés François Miterrand: admitió públicamente que “sin África, Francia no tendrá historia en el siglo XXI”. Y el actual mandatario Emmanuel Macron opina que se debe “construir una nueva página” con África tras “el colonialismo”, al que calificó de “error de la República”. La tibia solidaridad de Europa está muy a tono con el aislamiento institucional de Haití por parte del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, que ordenó al Secretario General del organismo Antonio Guterres elaborar un “plan de paz” para Haití, que en la práctica no es más que un operativo de orden público –y tal vez de derechos humanos– similar al que desarrollan las redadas policiales tradicionales ante calamidades naturales o hechos violentos circunstanciales, con la sola diferencia de que actuarán efectivos de varios países. La crisis recuerda a los delincuentes que libertaban los conquistadores con la condición de que se instalaran en Haití. La historia se repite tres siglos después, con otras pretensiones, pero igualmente inhumanas.

Ahora el premio para los criminales no es solo la libertad, sino el privilegio de gobernar un país, lo que podría resultar insólito si no fuera porque hace largo rato la protección de la ONU es solamente declarativa, lo cual es peor que lo acontecido en El Salvador, donde Bukele puede –aunque no debe– violar los derechos humanos porque ganó las elecciones limpiamente. En Haití el hampa gubernamental puede crear –y seguramente lo hará– sus propias leyes electorales y se autolegitimará. Si para la ONU se trata de un evento circunstancial y no un problema político de fondo, el orden mundial está más enfermo de lo que se pensaba.

Haití, ¿un problema político o de orden público?

 

Raúl Pineda 


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