Caraqueñidad | Mi Semana Santa 2024

 
03/04/2024.- Quizás la más irrefutable prueba de que algo sagrado ocurrió en días recientes es que, según relatos oficiales, más de 10 millones –igual que los que aprobaron el referéndum del Esequibo– lograron estirar sus emolumentos y salieron con la tropa familiar, en nombre de Dios, a disfrutar o a rezar, y todo lo que ello implica. Uno de los sitios más concurridos fue, posiblemente por el nombre, Playa Los Ángeles. Con 10 dólares tenías toldo y dos sillas. Mucha vigilancia debido al mar de fondo –“jaladera”, dicen los salvavidas–. Con 20 bolos tienes baño con pocetas y duchas. Con 10 orinas. Así de simple. Vendedores de rompecolchones, dulces de lechosa y otros manjares provocativos que instan a pecar. Pero el bolsillo no da pa’ eso. Contradictoriamente, abundaban camionetotas –igualitas a las que sobran en la zona F del 23 de Enero– que con su desagradable música “a toda mecha” causan contaminación sónica. Sabroso sería ir a una playita privada, sin alboroto.
 
El Miércoles Santo, el personaje principal fue el Nazareno de San Pablo. Ciertamente, mucho orden y vigilancia extrema en la iglesia Santa Teresa. Muy bien, pero afuera del templo, incontables bachaqueros de la fe ofrecen de todo, incluso polvos sacrosantos. En serio. Ligaban el famoso Palito de Romero, con Mirra y Estoraque más cualquier otro aromatizante y vendían un puñado de ese polvo a manera de sahumerio. Igual pasó el Jueves Santo, con la misa crismal de “hacer por los demás” y el tradicional recorrido de los Siete Templos, en honor a los momentos previos a la crucifixión de Cristo. Las redes sociales reproducían el discurso político de uno de los líderes eclesiales. La feligresía acudió a renovar esperanzas porque cree en su país.
 
Muchos evitan el Metro por sus desventajas, a pesar del innegable esfuerzo por maquillarlo: operación morrocoy, escaleras mecánicas dañadas, vagones sin aire, vendedores ambulantes, pedigüeños y carteristas, entre otras incomodidades. La gente prefiere usar sus vehículos –aunque la crisis de la gasolina sigue igual–. Así caen en las garras de los anarquistas dueños de las calles, que como bandas organizadas ofrecen su servicio “te lo cuido, te lo cuido, señor”, y si te niegas a pagar tarifas preestablecidas no te estacionas, y si los retas porque ese es tu derecho, te rayan tu carrito y no pasa nada porque Dios está ocupado en otros líos.
 
La Candelaria, recién refaccionada, atraviesa crisis estética. Full de negocios fastfood –lastimosamente murió la tradicional Flor y Nata–. Hay que visitar a José Gregorio Hernández. Aceras allanadas por motorizados; entre ellos, funcionarios policiales. Además, basura de todo tipo, pero sin comparación con el franco deterioro de la avenida Sucre de mi Catia querida. Esto sucede a pesar de las promocionadas, pero vulneradas normas de convivencia ciudadana. Una de las doñas rezanderas evita que la “coja la noche”, por temor a la inseguridad. No hay fe que valga contra el malandraje y la anarquía.
 
La oscurana nocturna fue iluminada, en Caracas y La Guaira, por candelabros en forma de angelitos –a pesar de las constantes fallas de energía eléctrica, que unos le achacan al Imperio y otros a la falta de mantenimiento–, que adecentan el paisaje y cuidan al transeúnte.
 
En mi recorrido, sentido oeste-centro-este, como copiloto, protagonicé un hábil zigzagueo que ejecutó la tenaz choferesa en una maniobra salvadora del tren delantero de su carrito –cerca de la calle C de La Carlota, cerca del colegio Francia–. Todo para esquivar la peligrosa “huecamentazón” como si transitáramos por La Yerbabuena de Carrizal o en la entrada de Altavista o la calle México de Catia. Ah, la avenida que une la entrada de Caurimare con el bulevar del Cafetal luce decorada con tumultos de basura y ramas de árboles recién podados a la espera de que las recojan las instituciones correspondientes.    
 
Nosotros andábamos protegidos con las cruces de palma bendita que nos regalaron. Efectivos amuletos que nos salvaron de un par de alcabalas fantasmas que vimos frente a la alcaldía de Baruta. Los polis estaban pidiendo papeles a los chamos que trabajan de Yumi, quizás con la esperanza de pescar algo, jaja, porque carne ni pensarlo en días sagrados.
 
Se nos antoja ilógica la ley seca con este calorón. Le pedimos con fe ciega, en una suerte de homilía pagana, a San Trago, quien nos iluminó con su GPS celestial y nos llevó hasta el sagrado líquido. “En estos días vendo más y más caña que cuando no la prohíben”, confesó sin que nadie le preguntara la amable doña, que Dios me la cuide siempre porque como buena cristiana supo saciar la sed en nuestra peregrinación. Por eso no hay que ser tan ateo. Fe. Aunque muchos, convencidos de los efectos de las sanciones imperiales, pidieron en sus oraciones el restablecimiento de internet, telefonía fija, agua y luz.
 
Al igual que años anteriores, desde el Empíreo político, anunciaron un par de bonos para resolver un bagre rayao o un par de kilitos de sardinas en la Caravana del Pescado que habilitó el Gobierno en varios sitios, posiblemente para suplir las laticas de atún o de sardinas que antes traía el Clap. Ese dinerito extra hubo que gastarlo rápido, antes de que la hiperinflación o el dólar criminal se lo comieran. Vi cocos secos, pero no hubo quien los “echara”. Por cierto, previo a los días santos, emergió una candidata sustituta que, aunque juró volver, duró menos que el bono de guerra en bolsillo de periodista.
 
En franca charla con Jesús de Nazareth –en su versión de moreno trajeado de púrpura–, además de consultarle varias dudas acerca de nuestros temores, le reclamé: Mi mamá, una de tus máximas devotas, ¿por qué así? “No fue la única. Pero está en paz”, me dijo. No me convenció mucho, pero genera más tranquilidad.
 
Y el domingo, en medio de tantos Judas que quemaron, bajo el influjo de la variopinta temática política, estuvimos en camposanto visitando a Trinita por los dos meses de su partida. A esquivar troneras en la subida al cementerio La Guairita. Por cierto, nada de resurrección ante una extraña polarización ecuménica. Plegarias van. Oraciones vienen. Y aunque cada vez se pierden más tradiciones, de un lado y de otro, juran trabajar por la paz y la confianza. ¿Acaso basta con ir a misa solo una semana, a darse golpes de pecho y a lucir los mejores trapos, peinados y sus aromáticos perfumes?
 
Así fue nuestra Semana Mayor. Acá seguimos apostando a un país mejor, con salud colectiva y por una Caracas en crecimiento. ¡Amén! Ah, no nos ocupamos de las cifras porque eso es tarea de las páginas de sucesos...
 
Luis "Carlucho" Martín

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