11 de abril de 2002: Dentro y fuera del Palacio, la misma historia
El presidente Chávez siempre valoró la importancia de que no hubiera un baño de sangre
10/04/24.- Es jueves 11 de abril de 2002 y falta apenas un minuto para que sean las doce de la noche. Durante todo ese día, el país entero ha estado mirando hacia el Palacio de Miraflores por medio de las pantallas de televisión. Es el lugar en el que se juega la suerte del país.
Al menos 58 generales de las cuatro fuerzas del componente militar de Venezuela se han declarado en rebelión y suscrito anuncios en los que retiran su respaldo al presidente constitucional del país.
A esa misma hora, pero dentro de su despacho, el presidente Hugo Chávez tras un día que parece interminable, baraja las alternativas. Quizá la que más gana fuerza entre quienes lo acompañan, es la de pasar de la batalla mediática, que le es totalmente adversa, a un enfrentamiento real entre sus fuerzas leales y las que controlan sus enemigos.
De momento, sólo media docena de tanquetas apostadas a las afueras del palacio, y unos dos mil efectivos de la Guardia de Honor y la Casa Militar que cuentan con subametralladoras UZI y fusiles livianos del tipo FAL 762, es lo que puede contar del lado de su balanza. Una última opción que parece en medio de la búsqueda de estrategias, sería iniciar negociaciones con los militares rebeldes.
Como en otros momentos cruciales de su vida política, Chávez luce de combate: uniforme camuflado, su boina roja de paracaidista y una pistola en la cintura. Cuando ya pasa de la medianoche, aparecen otros apoyos militares para el presidente. El del general de división, Julio García Montoya es uno de ellos: "Presidente, estamos aquí para vivir o morir, dígame en qué momento lo hacemos". También confirman su respaldo los comandantes de batallones de tanques acantonados en Caracas y Zulia.
Chávez analiza el escenario y dice a sus compañeros que es momento de evitar un baño de sangre, no de confrontar.
Se ha llegado a este momento definitivo de su Presidencia, tras una secuencia de eventos impulsados por sus adversarios y que culminan cuando, valiéndose de una manipulación de imágenes televisivas (como se sabrá después), los militares alzados han acusado al presidente Chávez de ordenar que dispararan contra manifestantes de oposición. Eso les vale para exigirle que renuncie.
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Afuera del palacio, cerca del puente de la avenida Fuerzas Armadas, Carlos Suárez está encerrado en una panadería junto con un grupo de compañeros que más temprano fue parte de la multitud que pobló el puente Llaguno durante una concentración que pretendió defender al Gobierno.
Ese 11 de abril de 2002, Carlos tiene 58 años y 30 de haber llegado a Venezuela exiliado, como debieron exiliarse cientos de militantes comunistas argentinos durante la dictadura de Videla.
Antes de que cayera el sol de la tarde, a él y a sus compañeros les indicaron que era momento de replegarse, de esperar el reacomodo táctico… y la multitud que cubrió el puente Llaguno se dispersó.
La de la panadería donde se encuentra Carlos es una escena que se repite por cientos a lo largo de la ciudad capital, en la que las fuerzas del chavismo saben que fueron golpeadas con suma rapidez y que deben pasar al contraataque… pero para ello hay que reagruparse.
“Enconchado en aquella panadería, nos tocó ver ese espectáculo patético y doloroso”, cuenta Carlos. “Esa mueca de junta militar dando declaraciones a la prensa. Celebrando el golpe de Estado. Padecimos con el silencio mediático que nos negó la información de nuestros dirigentes. Así que intentando algún contacto con los compañeros, pasamos la noche en vela, ¿por qué? sencillo, no podíamos estar sentados cuando se jugaba el destino del país”.
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El general Lucas Rincón, jefe de la entonces Fuerza Armada Nacional, es enviado desde Miraflores al Fuerte Tiuna, que se ha convertido en el centro neurálgico de la conspiración contra el Gobierno de Hugo Chávez.
En pocos minutos, los alzados le muestran su carta bajo la manga: quieren la renuncia firmada de puño y letra por Hugo Chávez. Mientras que el presidente, tratando de ganar tiempo ya que sus fuerzas están dispersas, les responde colocando una serie de condiciones escritas en la Constitución 1999. En varias ocasiones menciona que no se debe romper el hilo constitucional.
El general Rincón toma un teléfono y pide hablar con el Presidente, le dice que los golpistas esperan una respuesta a la propuesta de renuncia. Chávez maneja el lenguaje, sabe que en esa situación cada palabra tiene un peso específico, sobre todo para lo que vendrá después. Tiene claro, por ejemplo, que no es lo mismo renunciar a un cargo por decisión propia, que presionado por las armas de contingentes militares.
En un momento le manifiesta al general Rincón que aceptará dejar el cargo solamente para evitar sucesos más graves y sangrientos, pero si se cumplen una serie de condiciones, entre ellas la continuidad del hilo constitucional que apunta a la asunción del vicepresidente Diosdado Cabello y el respeto a los derechos humanos y la integridad de sus ministros.
Chávez saldrá del Palacio de Miraflores en un carro blindado, poco después de que el general Efraín Vásquez Velasco, comandante general del Ejército, anunciase que se ha vencido el tiempo de espera y que lanzará un ataque contra la sede de la Presidencia.
Saldrá en medio de gritos y cánticos de sus colaboradores más cercanos que le aseguran cosas como “nuestra vida es lo que tenemos para ofrecer”, “estamos dispuestos a morir aquí, Comandante, no se vaya” o “esto no se acaba aquí, carajo”.
El Presidente es conducido desde su despacho, en calidad de detenido, hasta el Fuerte Tiuna. Minutos más tarde, a un país estremecido por la cadena de eventos que han transcurrido en cuestión de horas, se le dirá que el presidente Chávez ha firmado un decreto en el que disuelve a su gabinete ministerial y su propia renuncia.
…nadie verá nunca ese documento.
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Apenas han transcurrido las primeras horas del viernes 12 de abril de 2002 y sus captores no logran hacer que Hugo Chávez firme la renuncia, ya había firmado según lo que anunciaron en televisión.
“No firmo nada”, dice Chávez, una y otra vez, "soy un presidente prisionero".
Las horas que está por vivir Venezuela, luego del 11 de abril de 2002, serán de las más impensables e incalculadas de todas las que ocupan la historia política nacional… eso se sabrá en breve.
ERNESTO J. NAVARRO /CIUDAD CCS