Letra fría | Vida cotidiana en San Martín
12/04/2024.- Fueron años sabrosos, esos de San Martín. Incluida la vida familiar, que estaba segmentada por la escuela de los muchachos, la Bianco de la UCV, la Escuela de Medicina del Hospital Vargas donde trabajó Dilcia y mi Escuela de Letras con sus extensiones al Gato Pescador, el bar de Susy, Viñedo, Vesuviana, sitio seguro del negro Fabián de la biblioteca, pero fundamentalmente La Bajada y El tío Pepe. La vida en casa era muy grata y me encantaba cocinar, una manera de agradar a Dilcia y a los niños Ligeia y Marcel, y para cubrir mi vida licenciosa, y alguna que otra delincuencia sentimental, el resto era escribir y oír música. Allí compré nuestra primera nevera, a través de un crédito en Sears, donde además compraba discos de salsa y boleros, cuando iba a pagar las cuotas mensuales. De ahí viene el cuento de cuando compré el álbum de Maestra vida, y llegué temprano, a la una tal vez, porque me moría de ganas de escucharlo, mientras lo escuchaba, más me maravillaba, y me pasé el resto de la noche en eso y escribiendo la nota que le llevé en la mañana, y me publicó mi amigo Pablo Antillano en El Nacional, pero ese cuento debe estar en páginas anteriores, lo cierto fue que me abrió las puertas del mundo de la salsa y el periodismo.
Pero también ocurrían cosas inolvidables, como la visita de los amigos. Una noche, sobre las 3 de la madrugada, tocaron la puerta, y yo que estaba escribiendo, voy a preguntar: "¿Quién es?" Y escuchó una voz que reconocí al instante: “Unoooo”, era mi querido Paco Hung, y más adelante, “Dos” , y era Edgar Queipo, y “Tres”, era Ángel Peña, abrí la puerta contento, y después de los abrazos, afortunadamente había que beber, ¡siempre había!, y seguramente ellos trajeron algo. Fue una madrugada inolvidable, Paco sacó los tabacos, Queipo sirvió los tragos y yo cociné. Llamé a Queipo para ver de qué se acordaba, y solo dijo que medio durmieron en unos muebles comodísimos que me había regalado la recién fallecida Sylvia Abudei, y que se fueron al mediodía. Es más, me entero o medio recuerdo que sí, y que incluso Queipo vivió 15 días en casa, no sé si en esa, u otra oportunidad, pero así era antes, hoy me tocan la puerta a las 3 de la mañana, y seguramente no oiré, porque duermo con el televisor prendido, a todo volumen, y si llego a oír, ¡llamo a la policía! Jajaja.
Memorables las visitas de Álvaro Montero que se quedó varios días y en uno de esos ocurrió un episodio incontable con Marcel, el otro fue Tito Núñez que reseñó las piernas de cordero en una de sus cabañuelas, la columna que escribía en El Impulso de Barquisimeto, “Llamadas a medianoche”, denunciando mis llamadas a deshoras jeje… De vez en cuando los panas venían conmigo a casa en las madrugadas. Uno de ellos era Armandito Contreras, un talentoso poeta que vivía en un edificio de María Di Masse, porque eso si teníamos nosotros, nos codeábamos con la realeza caraqueña, y le había permitido vivir en la azotea de donde funcionaba el diario Economía Hoy, de la que cayó tratando de meterse por una ventana porque olvidó la llave y peló el pedal, ¡Y allá rodó nuestro querido hermano! Después de tomarse unos tragos con William Osuna, allí en La Candelaria.
Armando andaba siempre de punta en blanco, léase fluxecito blanco y bufanda, elegantísimo, pero una noche nos pasamos de tragos, fuimos a mi casa a seguir pasándonos, y en algún momento colapsamos sin saber. Ya en la mañana me despierta Marcel diciéndome que en el balcón está dormido el embajador de Panamá, Dilcia me mira con ojos de sorpresa, y yo le digo: 'hasta donde me acuerdo quien llegó conmigo fue Armando Contreras!". Pasados los años, mejor dicho ayer, me percato preguntándole a Marcel, que de dónde sacó al embajador de Panamá y me dice: “No, papá, era Fernandito Villalona, andaba vestido igualito a la última caratula que te había llegado de su último disco”. Cosa que no me extraña porque mi querido Armando era un tahúr de la imagen. Ligeia y Marcel llegaron a nuestro cuarto a decirnos que Fernadito Villalona estaba durmiendo en la sala de nuestro apartamento, y era casi verdad, tenía el mismo blazer y la misma bufanda!
¡Lindo recuerdo de Armandito!
Humberto Márquez