Palabras... | Envanecido, el cuerpo sobre el poema
Libro de Delia Polanco
18/04/2024.- Un 4 de julio a horas de la firma épica que nos recordaba todo lo que se disponía de vida para ser liberación, extraigo indireccional del anaquel la desnudez de un libro. Es poca la simplicidad que ejercita un cuerpo intelectual, solo presagios transparentes y moretones acrilicos como evidencia labial. Casi día feriado la fiesta de lo infiel, nuevamente pocas camas quedan donde dormir tranquilo.
El sueño dice a su tiempo en código, porque es fiel a no delatar, pero hay tantas coincidencias en la coincidencia en cuanto a lo andado y hecho con afán, como si con ello necesitaramos avanzar a un destino que ni siquiera conocemos sensiblemente.
Cuánto de lo extraordinario ha rozado la piel en la multitud o en el mensaje o en el acontecer que nos junta de una u otra forma, y por descuido jamás lo sabremos. O será una condición del vivir, una consideración relacionada con no acumularnos en la duda para poder seguir el camino que no extrañamente es casi el mismo cada día.
Eso entre líneas detallo en este libro de Delia Polanco, semioscuro o al trasluz, revelando cómo la vida de perfil cuando otea con la equina del ojo. Esa, la de aquel que no sabe arriesgar ni se percata de la silla que amablemente ofrece al caminante. Sin obviar lo que el fondo oculta, sin dejar de ser desvío de lo que cada quien insiste en seguir, así esté detenido.
Envanecida en bella letra y abundante cabellera baja a la cadencia del verso, lo que se apreciaría como un rigor que tiene la fuerza del cactus de origen para contonear un secreto.
Es decir, en el ritual de existir se forja la costumbre, y en toda tradición hay algo de vejez que nos limita. La moral de la cama tiene cuatro esquinas como la manzana, como el poema desgajado en la lengua.
Este libro, en un contexto, aguardaba su entrega a estas manos y yo postergaba abrir sus páginas en el extravío. Y al no diseñar los pasadizos que dieran a la conversa seguramente algo decepcionaba el placer. Incauto tal vez he sido en estas hojas, probablemente destinadas a ser vestigios y contrastes de un viaje interminable, como nombra Aníbal Camejo alguna vez en la exposición de su sendero. “Culto y misterio” (1) sin razón, del cuerpo, aunque no exento de belleza y fatalidad, porque tiene su esplendor, pero también sus días contados.
Este libro alzado a la enésima estética por José Luis González y con una extraordinaria portada de Trinidad Inierri, que ya instruye sobre la intimidad de este viaje, pareciera mirar desde la imprecisión, como no queriendo dejarse ver del todo. Así quizás la vida teje el desencuentro, mostrar a medias no es entrega. De ello se compone la materia, que no da latido al instinto. Seguro, muchas vivencias conducirán al cuerpo de lo no confrontado. Quizás donde el olvido sea el último lugar donde se recuerda, lo ya no posible.
Un dique nos contiene, pero también nos sueña cuando se oyen las sílabas caer en la espina dorsal, como seduciendo en silencio. Digamos, las fronteras del cuerpo no es el vestido, sino el otro, porque en la silueta no se puede escribir la caricia con la punta de los dedos, pues hace falta tocarse y embriagarse de emociones.
Para el sentido de existir, igual no basta la palabra ni el antojo, pero es también el abrazo colgado del cuello mirando las páginas desnudas de su verbo. Y para ello, hay que saber como indicio conocer, dónde está la ansiedad que intriga y el pasadizo que aclare fuera de las sombras al otro, aunque seguramente ese misterio no sea, sino plural de un azar libidinal.
De allí la desnudez atrae, pero de la misma forma se imagina cuando las hojas de un árbol queda desvestido para renacer, para esperar, para volver a ser primavera. El ciclo del atuendo que levanta la novia como de niebla contrasta con la oscuridad que la esconde, la mariposa al salir de la derrota es más golosina en su donaire.
La consabida tristumbre de la dualidad de ser solo y compañía, la de cabalgar en vano por no querer llegar. Y ahí, está aún la belleza no entregada, como diciendo quédate con todo.
No obstante, el espejo sigue allí, vertical suma otro cuerpo, donde el horizonte somos nosotros. Como si queriéndonos llega a ser primero que el temblor de la carne rota. Ejercicio para salir a mirarse y tocarse, de horizonte a horizonte, para derramar estos sentidos que se desbordan solapados por el no uso de la génesis de un arte corporeo.
La luna es otra luz, aquí alumbra y nos deja sin avisar que vuelve en las ganas del goce. En la liviandad del ser, desde el momento en que el cuerpo del otro va aflojando los músculos como cuando la mariposa otra vez mueve sus alas, avisa que se va. Es el sueño que sigue, y descansa por cautela, porque por más juntos dormir es soledad, no soledumbre en flor.
En fin, hemos pintado los cuerpos en el sudor, detalles que quedan en el verso que no diré. Siempre habrá necesidad de imaginar. Habrá que distribuir la riqueza del deseo. Bastará la mirada para entregar o poseer. Otra cosa será la verdad, consistente en los fluidos del cansancio, en la determinación de bordearse y completarse.
Eso es esta entrega en piel de ave, sobra todo si no estamos. Sabe a despedida, y extrañamos no ser parte de las altas horas de los cuerpos y de la obra. ¿Desaparecemos en el agua desnuda que nos baña? Posiblemente en el momento animal de limpiarnos del recuerdo o en la ausencia de lo que no llega, aún estemos vestidos de domingo.
La vida tiende así a no colmarse. Casi todo se queda en el camino, o en el presentimiento desnudo de un cuello que se ofrece a la caricia. Y así nos perdemos los unos a los otros y los presentimientos quedan sujetos en otros brazos. Tal vez el poema no escrito que lleva dentro sea la conversa inconclusa de una dedicatoria, que se llevó el viento al no pasar por el corazón.
Definitivamente somos inocentes de lo que sucede, como la sombra. En este su libro, de finales bellos cuerpos en movimiento y páginas en blanco como una piel de susto, ojalá sean suficientes para acostar allí el último cuerpo y el poema que le falta.
4 de julio 2023. Carlos Angulo
(1) Rafael Rondón Narváez. En la presentación del libro.