Letra veguera | Storytelling of Edmundo
24/04/2024.- A partir de este momento, este apunte biográfico del ultraderechista Edmundo González Urrutia podrá ser, en cierto modo, el ejercicio de una escritura personal que no descansará en la búsqueda del adjetivo preciso para calificar su cursus honorum, o al menos un grano "vítae" de su desempeño "diplomático", su trotamundos de caballo viejo por "la vereda de los malvados" políticos, expresión proverbial esta que representa, sin duda, el transcurso ideológico del neofascismo en la historia de la humanidad.
Y será así porque a González Urrutia se le ha dicho, en el mundo tribal de las redes sociales, misógino, fascista, racista y otros asquerosos epítetos. Sin embargo, yo, que tuve la mala (o buena) leche de sentarme un tiempo en el sillón que ocupó en un palacete interno de la Casa Amarilla para remover la costra del cargo (o de la poltrona) que para entonces ostentaba (un residuo de la Cuarta) como agente de la Cancillería venezolana, no podría dedicarle ni siquiera la canción de Paquita la del Barrio: Rata de dos patas.
Aunque uno debe ser ecuánime en casos como este: también la 2.0 está poblada de bienaventurados que lo albergan en sus dominios de este y del otro mundo (el del Opus de Dios), así como los dueños de hatos protegen y celan con supersticiones a sus reses. Me explico: lo adoran y le aplican el lavatorio de los pies, tiñen de bondad su temperamento, entalcan su alma, le chupan las medias con agua bendita y lo eternizan como a Escrivá de Balaguer para que en medio del escollo de la MUD luzca como un comensal de la Última Cena y pueda devolverle a Venezuela la democracia puntofijista perdida desde el 27 de febrero de 1989 y sellada el 4F por ese zambo barinés llamado Hugo Chávez.
Esta alharaca de alabanzas, sin embargo, no ha podido borrar las palabras que a viva voz pronunció el notable diplomático, hoy candidato de la ultraderecha, para enfrentar a Nicolás Maduro y al pueblo venezolano: "Así sea una burra, así sea una prostituta, así sea huelepega, tienen que ponerla porque tiene una 'cuchara'". Es la oración que elevó al cielo González Urrutia respecto a la condición de paridad de género establecida por el CNE en el 2015.
No será tan confuso el relato, en realidad, de cuando supe, vi y escuché por primera vez la voz de esta prodigiosa criatura que hoy sale de una fosa.
Una tarde en la esquina de Pajaritos conversábamos el hoy diputado Jacobo Torres y yo sobre las alocuciones de Chávez y, por vía telefónica, me enteré de que debía acompañar a Jesús Pérez en la Cancillería. Edmundo González Urrutia era director de la Oficina de Seguimiento de Políticas Públicas del Ministerio de Relaciones Exteriores.
El presidente Chávez me nombró director de esa instancia ministerial y el tipo nunca quiso entregar el coroto. Tuve, a los dos meses, que amenazarlo con la seguridad del MRE. Por sugerencia del Presidente y del canciller, esperé unos días.
Su proceder era comprensible pero inaceptable: que no se iba porque él era quien más sabía de la política internacional de Venezuela, que yo era un ignaro barinés, que él tenía "inmunidad", que fue uña y carne de Calvani, de Caldera, pana de José Rodríguez Iturbe (quien posteriormente fue nombrado canciller por Carmona Estanga).
Todo eso me lo hizo saber a través de un muchacho, pues él no hablaba conmigo.
Tenía fama entre el personal femenino de homofóbico y era el jefe del Frente Socialcristiano de la Cancillería de entonces.
Cuando el referéndum revocatorio me lo encontré y casi nos caímos a golpes en una esquina. Iba en cambote con Ramón Guillermo Aveledo, una señora alta y gruesa, que lucía una vieja franela con el rostro de quien parecía ser Jesús espinado de amor, y una brigada de primeros, segundos y terceros secretarios del MRE, que a diario paseaban por los pasillos y observaban con sus portes de virreyes.
Hoy, González parece una especie de hombre fugado de las cavernas de la colonia.
Lo sorprendente es que haya salido buscando el oxígeno que a la derecha le urge.
Su rol en el tablero es de peón que llegó a la octava casilla y se corona como reina, más no como rey. Vaya moraleja.
No es el primero que ha medrado en la Cancillería y ahora presta su nombre para las marramucias de la banda.
Ese Edmundo en realidad es un mascarón de proa, uno de esos conejillos de laboratorio.
Federico Ruiz Tirado