Ríase: el humor también tiene su Día Internacional
Puede decirse que, si dividimos a la población por estratos sociopolíticos, hay un humor para cada sector. Hasta ese punto hemos llegado en materia de polarización
24/04/24.- El uruguayo-argentino Juan Verdaguer, notable antecesor de eso que ahora se llama stand up comedy, tenía un chiste adaptable al ámbito al que fuera dirigido. Por ejemplo, si estaba reunido con gente de la prensa, contaba que va un señor, muy compungido, haciendo una colecta de (por decir una cifra) 500 bolívares “para enterrar a un periodista”. Se topa con un funcionario de alto nivel que le da 1.000 y le dice: “¡Tome, entierre dos!”.
Es un chiste corto, pero tiene su subtexto. Por ejemplo, dice que cuando un periodista se muere muchas veces hay que “pasar el sombrero” (o, siguiendo con los neologismos anglo: hacer un gofoundme) para sepultarlo; y confirma que muchos funcionarios de alto nivel odian a los comunicadores, tanto que si pudieran pagar para enterrarlos (de a dos), lo harían.
Así es el humorismo. Una manera de hacer reír a la gente, casi siempre de bote pronto, sobre la base de la sorpresa, apoyándose en lo cotidiano, pero, al mismo tiempo, disparando una reflexión y, a veces, hasta una rabia o una angustia.
Y hoy estamos hablando de este tema no porque hayamos amanecido “de buen humor”, sino porque este 26 de abril se celebra, desde hace ya algunos años, el Día Internacional del Humor, una efeméride cuyo origen no aparece muy claro, sospechándose que la decisión fue tomada por la Asamblea de la ONU mediante alguna especie de broma, pues ese ente intergubernamental, aparte de ser sumamente inútil, se dedica a debatir asuntos muy opuestos a este, como las guerras, los genocidios, los bombardeos humanitarios y otros por el espeluznante estilo.
Claro que el espectro de lo que puede entrar en la definición de humor es bastante ancho. Caben desde las refinadas ironías de grandes literatos como George Bernard Shaw, Mark Twain o nuestro maestro Luis Britto García hasta las necedades de cierta generación de tarados que en estos tiempos se hacen llamar comediantes.
[Hay consenso, sin embargo, en que ese amplio abanico no abarca a aquellos que incurren en la burla contra los vulnerables y los excluidos. Eso ya no es humorismo, sino repulsiva infamia. No son humoristas sino haters (otro anglicismo: odiadores). Pero ese es otro tema].
Puede decirse que, si dividimos a la población por estratos sociopolíticos, hay un humor para cada sector. Hasta ese punto hemos llegado en materia de polarización, aunque los humoristas no radicalizados siguen creyendo que este puede ser un espacio para el encuentro. (Advertencia: no es un chiste).
Una de las mejores características que tiene el humor como género o como tono de diversos géneros es que el autor puede optar por tomarse como objeto de sus propias chanzas. Un ejemplo excelso es el escritor guatemalteco Augusto Monterroso, maestro de la brevedad en la fábula y el cuento. Como era bastante retaco, una vez sentenció: “Desde pequeño fui pequeño”. Acostumbraba a bromear acerca de sus narraciones ultrabreves (como la que dice: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”). Una vez un crítico lo fustigó diciendo que eso no era un cuento, como pretendía su autor, y él respondió: “Tiene razón, es una novela”.
Otro de los grandes atributos del humor es que en él se encuentran diversas disciplinas y especialidades. Se puede hacer dentro del campo de la lírica, con poemas jocosos como Las celestiales de Miguel Otero Silva, en el que cada santo tenía su copla irreverente. Por ejemplo: "En su gran laboratorio / de lógica y de latín / el sabio San Agustín / inventó el supositorio”. También es aplicable a las artes dramáticas, en especial, como es lógico a la comedia. Y en su versión musical, funciona en la opereta, la zarzuela y el sainete. Por supuesto, se ha instalado en el cine, la televisión y las redes sociales.
Históricamente, una de las grandes interacciones del texto humorístico con otras expresiones creativas está en la obra de los ilustradores y caricaturistas. Algunos son extraordinarios en sus mensajes escritos; otros son grandes artistas plásticos y una élite excepcional brilla en ambos campos. En Venezuela hemos tenido titanes del exigente subgénero muy asociado también a la publicación de numerosos y míticos semanarios humorísticos a lo largo de toda la historia del periodismo local.
La guerra mediática venezolana que se desató a partir de la victoria del comandante Hugo Chávez en 1998, también dividió el territorio del humorismo en dos bandos que se han enfrentado duramente. Cada practicante de las artes híbridas del humor se puso del lado que le dictó su conciencia. Muchos de los que se alinearon a la derecha han recibido retribuciones y reconocimientos a granel, en especial cuando se han deslizado hacia el campo ya mencionado del odio y la inquina. Quienes militan en los predios revolucionarios se han centrado en evidenciar las incoherencias de una supuesta lucha democrática por la libertad y los derechos humanos que ha apelado de manera recurrente al fascismo y a la injerencia extranjera.
En ese quehacer, como lo planteó alguna vez Joaquín Lavado, “Quino”, el creador de Mafalda, ha sido inevitable trabajar con lo peor del ser humano, con sus debilidades y vilezas. Es casi un milagro sacar de ese pozo oscuro una de esas sonrisas que derivan luego en reflexión, indignación y protesta.
Unos cuantos humoristas han tratado de evadir el choque entre dos maneras de estar en el mundo, latente hoy por hoy no sólo en la polarización venezolana, sino también en todos los grandes dilemas geopolíticos. Son los que siguen trabajando en el fértil campo de la cotidianidad de todas y todos y en la burla de sí mismos. Imitan al legendario Verdaguer, que (siendo bastante feo) decía haber representado a su país en un concurso de belleza masculina. “Casi pierdo la nacionalidad”, remataba.
¿Somos gente bienhumorada?
A la hora de las definiciones, las venezolanas y los venezolanos siempre mencionan el buen humor. Estamos de acuerdo en que somos, en promedio, gente de sangre liviana que tratamos siempre de pasarla bien, incluso cuando confrontamos graves dificultades.
Los hechos parecen dar la razón a quien repita ese aserto. En los años muy duros de escasez, acaparamiento, hiperinflación, migración masiva, disturbios, intentos de magnicidios, de golpe y de invasión y apagones totales prolongados, la gente se las arregló para mantenerse a flote. Y una parte de ese empeño fue gracias a la maravillosa virtud del humor colectivo.
Claro que no es una verdad absoluta ni abarca a todos. Los enemigos del proceso político venezolano del último cuarto de siglo se han esforzado en sembrar, cultivar, cosechar y consumir un producto que anula la alegría y la chispa venezolana de cualquiera: el odio.
Basta pasearse un rato por las redes sociales y los grupos de Whastapp para constatar que aquí hay mucha gente que perdió por completo la sonrisa y sólo destila hiel, ya no únicamente contra los adversarios políticos a los que culpan de sus desgracias, sino contra cualquiera que no comulgue con sus ideas. Lo acabamos de ver con el horripilante caso de venezolanas y venezolanos que se mostraron felices por la lesión de Yulimar Rojas. Con gente así no hay humor que valga.
CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS