Letra fría | Más hojas sueltas
03/05/2024.- Las noches en Nueva York siempre han sido calientes, y aquellas del año 88 no podían ser la excepción. En las dos hojas sueltas quedó reseñada una que debió ser bien sabrosa, con un concierto en Sob's, de Eddie Palmieri y sus refugees. Lo que me extraña es que no haya escrito una especial sobre ese concierto —que a lo mejor sí la hubo— y no haber sido más explícito con eso de los "refugiados", porque nunca he sabido si era una agrupación de la que no he oído hablar, salvo esa mención, o si era un "vente tú", cosa que dudo, porque Palmieri siempre ha sido muy celoso con sus formaciones musicales. No sé si tal vez era un grupito de jazz, por el perfil de la sala o músicos con quienes grabara —en el Museo Nacional de Historia Estadounidense, de la Institución Smithsonian, en Washington, D. C.— dos de las actuaciones de Palmieri para sus archivos de 1988. Sea como fuere, ahora dudo que yo mismo haya ido a ese concierto, porque debería recordar los detalles. Más temprano esa noche se realizó el bautizo del libro La importancia de llamarse Daniel Santos, del catedrático de la Universidad de Puerto Rico Luis Rafael Sánchez, libro que comentaba en las hojas sueltas, "que por el solo nombre valía la pena llevárselo de regalo a Pedro Chacín y a sus muchachitas de la Escuela de Comunicación, donde yo hacía equivalencia".
De día, escribía los fulanos libretos y las reseñas. Entiendo que la primera reunión con el señor Colón fue en un estudio de grabación.
La cita es a media cuadra del Madison Square Garden, en la sesión de grabación de un último LP que va marchando lentamente bajo conducción de Tito Allen y el ingeniero de sonido Irving Greenbaum, el mismo del primer disco de Colón.
Revisando la discografía, me percato de que en el año 88 no salió ninguna producción discográfica del cantante, por lo que presumo que estaban grabando Top secret con su banda Legal Alien. Fue el octavo disco como solista, pero se editó en el año 1989, y tuvo El gran varón como único éxito de mayor difusión. Hubo una segunda reunión-cena en Victoria Café, de Julio Gutiérrez, en la cual vimos entusiasmo por nuestro proyecto, tanto que hasta pagó la cena, pero, como ya dijimos, aquel plan se diluyó. Lo de pagar la cena fue un decir, porque convinimos en que nosotros pagábamos el estacionamiento, ¡aunque salió más caro el parking! Je, je, je.
A partir de otras hojas sueltas —no recuerdo si las escribí antes o después, o en la misma época, que las dos mencionadas—, esta vez en cuartillas de la Revista Número, que dirigía Eleazar Díaz Rangel, publicaron mi entrevista exclusiva de cuando el señor Colón hacía campaña para senador de Estados Unidos. Pero este manuscrito encontrado relata en realidad una noche en El Pozo Canario de La Candelaria, con recuerdos de semanas previas en los bares La Vitrola, La Rotonda, La Escollera y El Club Náutico, y de un viaje reciente a Cartagena. La noche siguió en La Menta, donde estaba tocando el piano Juan Carlos Núñez, con una asistencia de lo más variopinta: el escritor Denzil Romero, el panita burda Víctor Cuica —de visita porque él tocaba mucho en ese local de la Plaza Venezuela—, el entonces publicista Néstor Francia, el editor Gonzalo Rodríguez, el empresario de espectáculos Moncho Porte —asiduo a los bares de jazz— y una bella modelo, Hodaliz Paiva… "En eso, Isabel Cristina Márquez, una joven cantante que anda por ahí dándole mordiscos a la vida, envolvió una penumbra de Brasil con su melodiosa voz".
A las tres y treinta, recordé que, doce horas antes, embarqué al señor Colón en el estudio 12 de RCTV, y también recordé que a las cinco de la madrugada había sesión de fotos en La Rinconada. No me pregunten por qué. Allá fuimos a dar Isabel Cristina y yo, a buscar un texto que me escribió Colón para la contraportada del libro Noches de rumba, que aún no ha sido publicado.
Humberto Márquez