Hitler murió, pero el nazismo goza de buena salud

La expresión más prominente de este resurgimiento de la ideología nazi y de otras del espectro fascista, ha sido Ucrania.

03/05/24.- Adolfo Hitler se vio perdido en aquel abril de 1945. El día 20 había celebrado un cumpleaños amargo, el número 56, que lo encontró al borde de la derrota, con el Ejército Rojo a punto de acorralarlo en su führerbunker, vendido como inexpugnable por la propaganda del Tercer Reich. Según la historia parcialmente aceptada, cuando aceptó que había perdido la guerra, el hombre se casó con Eva Braun, dictó su testamento, mandó a ejecutar a unos cuantos colaboradores a quienes consideró traidores o cobardes, y luego, el 30 de abril, se suicidó.

Como dejó instrucciones de que su cadáver y el de Braun fueran quemados (no quería que los “humillaran”, como había ocurrido con su secuaz, Benito Mussolini y su pareja, Clara Petacci, días antes), desde ese mismo día se sembró la duda y se forjó la leyenda de que Hitler no se mató, sino que huyó y vivió disfrazado en una variedad de ubicaciones que van desde la misma Europa hasta Estados Unidos y Argentina.

Fue el mismísimo Iosif Stalin quien puso a rodar la versión de que Hitler seguía vivo. Pretendía demostrar que el líder nazi había sido protegido por las potencias occidentales porque, en el fondo, eran caimanes del mismo pozo, defensores de las grandes corporaciones capitalistas que se habían enriquecido de manera obscena con la guerra, luego de la crisis del sistema burgués que se hizo patente con el crac de 1929.

Ya en plena Guerra Fría, los servicios de inteligencia occidentales y del bloque soviético hicieron de la muerte o supuesta muerte de Hitler, uno de sus asuntos recurrentes, un comodín para la distracción de las masas en todo el planeta.

Más allá de las teorías conspiranoicas, lo realmente angustiante es que a casi ochenta años de la derrota del nazismo en la Europa devastada, Hitler podrá estar más que muerto (si viviera, habría cumplido 135 años), pero sus ideas gozan de buena salud. Y esto no solo ocurre entre alemanes nostálgicos de lo que pudo haber sido su imperio planetario, sino también en todas las sociedades europeas, en Estados Unidos y en muchos de los países del sur global.

No es algo reciente ni repentino. Comenzó desde los primeros días de la postguerra y siguió durante décadas, como movimientos clandestinos que se vincularon a manifestaciones underground, como ciertas ramas de la cultura punk y los cabezarrapadas. Lo nuevo es que ahora se expresa abiertamente y han tenido el respaldo también declarado del statu quo occidental: Estados Unidos, la Unión Europea, demás socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y otros aliados y satélites.

La expresión más prominente de este resurgimiento de la ideología nazi y de otras del espectro fascista, ha sido Ucrania. Una Europa obsecuente en extremo con Estados Unidos ha accedido a cooperar con el plan de asediar a Rusia para balcanizarla, y prepararse luego para una guerra total contra China.

Una de las bazas de ese proyecto es Ucrania, país limítrofe de Rusia con fuerte presencia histórica neonazi. Washington y la UE no han dudado en apoyar a esas fuerzas ucranianas. Lograron instalarlas en el poder mediante el Euromaidan, un cruento golpe de Estado disfrazado de revolución pacífica, en 2014. Desde entonces y hasta el inicio de la operación militar rusa, en 2022, los sectores más radicales, bajo el signo de un nacionalismo racista, no pararon de agredir a las provincias de mayoría eslava y habla rusa dentro de su propio territorio. Fue una genuina cacería humana cometida con el visto bueno de los países que se autoproclaman adalides de los derechos humanos y la democracia.

El apoyo a gobiernos y movimientos neofascistas y neonazis es producto, por una parte, del crecimiento de los partidos ultraderechistas en todas las naciones de la UE; y por la otra, de la tibieza cómplice de la derecha moderada y de la “izquierda” europea. Los primeros respaldan de manera natural a los ucronazis, pues comparten su visión y sus procederes; los segundos no quieren pagar el costo político de oponerse a los dictámenes de Washington, pues esto los haría aparecer como prorrusos.

El rebrote del nazismo y el fascismo ha tenido, adicionalmente, una manifestación vil y depravada como pocas: La élite de Israel, que siempre se ha presentado ante el mundo como la única víctima de Hitler, está cometiendo un ominoso genocidio transmitido en vivo y directo por medios de comunicación y redes sociales y apoyado también por toda la estructura de poder imperial de Estados Unidos y la UE.

El apoyo de Estados Unidos a Ucrania e Israel, bajo un gobierno demócrata, anima aún más las desaforadas ideas políticas de los grupos internos de extrema derecha, que ya estaban bastante exaltados durante el período de Donald Trump. Profesan el supremacismo racial, se enfocan contra los inmigrantes y los afrodescendientes (aunque sean nacidos en Estados Unidos), practican la violencia y cuentan con el apoyo de las fuerzas estatales cuando realizan marchas y manifestaciones desembozadamente pronazis.

Algunas de las organizaciones más destacadas de este ámbito están “proscritas” y son consideradas terroristas, pero no han sido desarticuladas. Entre ellas destaca Atomwaffen Division, que incluso tiene un nombre alemán que significa “división de armas atómicas”. Los miembros de este grupo no solo emiten declaraciones contra los inmigrantes, los sexodiversos y las minorías raciales, sino que también se declaran contrarios al gobierno de Estados Unidos, queman constituciones y amenazan con atentados, incluso contra instalaciones nucleares.

Para un país que ha aupado el neofascismo y el neonazismo en Europa, esto es una expresión del karma. Como en una cámara de eco, las palabras de los agentes estadounidenses para alentar a los extremistas en otros países, retornan multiplicadas en las voces altisonantes de estos grupos.

El riesgo de contagio

La expansión de las ideologías de extrema derecha en el norte global, tiene su efecto en el sur. No puede ser de otro modo. Y es así como presenciamos un crecimiento de los movimientos fascistas y hasta de insólitos grupos neonazis en nuestros países.

Han ingresado por diversas vías. La más directa ha sido la fundación de partidos políticos con ideologías abiertamente ultraderechistas, los cuales han ocupado los espacios dejados libres por viejas organizaciones socialdemócratas o socialcristianas, derruidas por la corrupción y el fracaso en la gestión gubernamental.

Integrantes de las familias oligárquicas, de manera directa, o representantes muy evidentes de ellos, han asumido el liderazgo político y han conseguido ganar elecciones con los votos de esas masas a las que secularmente desprecian y contra las cuales se vuelven a través de políticas públicas y medidas de expoliación y de negación de derechos adquiridos.

La mezcolanza de ideas es casi surrealista. Las fuerzas radicales unen a fachos comunes y corrientes con racistas de diversa laya; cristianos evangélicos que son, a la vez, filosionistas, anticomunistas rabiosos, neoliberales fanáticos y, en los últimos tiempos, los insólitos libertarios capaces de votar por un individuo que habla con su perro muerto e hizo campaña blandiendo una motosierra.

¿Alguien puede sentirse a salvo de este riesgo de contagio?

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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