Trinchera de ideas | ALBA
Propuesta de futuro para América Latina y el Caribe
09/05/2024.- Hace dos semanas se celebró en Caracas la XXIII Cumbre de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP). Dos lectores por separado me escribieron para preguntarme si no iba a escribir sobre ese acontecimiento. Casualmente, unos días después, la Secretaría General de la ALBA, que tiene su sede aquí en Caracas, me invitó a dar una ponencia en el seminario "La unidad latinoamericana y caribeña frente a la geopolítica imperial". El texto que sigue a continuación es una versión resumida de dicha ponencia, en la que intento hacer un aporte para la construcción de esta idea y de esta alianza.
Hablar de la ALBA obliga a hacer un análisis retrospectivo que nos dé las pautas del surgimiento de esta propuesta. Para ello, voy a regresar un poco en el tiempo, con el fin de entender el contexto histórico en el que se desarrollaron las luchas de Bolívar y estudiar su legado, que hoy tiene presencia, porque arropados bajo las ideas de Bolívar es como se puede construir hoy una alternativa al neoliberalismo.
La historia de nuestra América independiente es la historia de la confrontación entre dos ideas: la monroista y la bolivariana. James Monroe diseñó una política exterior para Estados Unidos que en primera instancia se proponía alejar —en interés propio— a los europeos de América. Asumieron que América era una región destinada por Dios para ser dominada por Estados Unidos. De ahí viene la política del destino manifiesto. A esa idea de Monroe, que expuso en diciembre del año 1823, en un discurso ante el Congreso de Estados Unidos, Bolívar respondió casi inmediatamente.
Se vivía un momento de culminación de las luchas por la independencia. En 1824, dos días antes de la batalla de Ayacucho, el Libertador hizo un llamamiento para que los países independientes se reunieran en Panamá, en un Congreso donde se iban a sentar las bases de la unidad latinoamericana.
A partir de entonces, Estados Unidos empieza a construir su idea de la integración panamericana, que se sustenta en su hegemonía sobre la región. A esta se opuso la propuesta bolivariana, que plantea que nuestra América, como posteriormente la llamó Martí en una visión más amplia, debía construir su propia identidad y hacer su propio proceso de integración. Esta contradicción aún hoy no está resuelta.
La idea bolivariana quedó detenida en el tiempo después de la muerte del Libertador en 1830. Parecía incluso que había quedado totalmente derrotada y que no podía tener espacio en nuestro continente. Sin embargo, ya en el siglo XIX, y en parte del XX, hubo intentos por prolongar la idea de Bolívar, tal vez de construir un ALBA en aquel momento, sin Estados Unidos. Entre los años 1847 y 1865, se realizaron tres congresos (dos en Lima y uno en Santiago de Chile), en los que participantes de diversos países se reunieron para no dejar morir la idea bolivariana y retomar el principio de unidad.
En esta época, destacan el chileno Francisco Bilbao, el uruguayo José Enrique Rodó, los argentinos Juan Bautista Alberdi, Juan Manuel de Rosas y Felipe Varela, el puertorriqueño Eugenio María de Hostos, los hondureños Francisco Morazán y José Cecilio del Valle, el colombiano José María Torres Caicedo y José Martí, el apóstol de la independencia de Cuba.
En este ámbito de contradicciones se han movido América Latina y el Caribe durante casi doscientos años. La idea bolivariana de unidad latinoamericana permaneció largamente sumergida y apagada. Los pueblos latinoamericanos no tenían opciones. La primera gran alternativa de libertad —que todavía hoy subsiste— fue la Revolución cubana, que trajo a nuestro continente una opción distinta. Dos décadas después, en 1979, triunfó la Revolución Popular Sandinista, siguiendo el proceso iniciado por Cuba. Es importante saber esto, sobre todo en las nuevas generaciones, para entender que la lucha de los pueblos de nuestra América ha tenido continuidad en el tiempo por más de doscientos años.
Tras el fin del mundo bipolar y la desaparición de la Unión Soviética en la última década del siglo pasado, el campo socialista vivió un período de caos. Se trataba de buscar un paradigma para organizar el mundo y no había una idea clara. La mayor parte de la humanidad deseaba que hubiera más equidad, una institucionalidad internacional más democrática, una redistribución más justa del ingreso, que desapareciera el modelo consumista depredador del planeta, que hubiera una mayor equidad en la distribución de los recursos, para que se pudieran utilizar —ya que no iba a haber más guerras— en salud, educación, desarrollo científico y agricultura. Sin embargo, eso no ocurrió. Los pueblos de América Latina y el Caribe entendieron que debían organizarse, pero tenían que hacerlo de manera distinta, porque lo ocurrido durante el siglo XIX y la mayor parte del XX no había dado resultados positivos para la libertad y felicidad de nuestros pueblos.
Bajo la idea de lucha contra el terrorismo, tras el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos reestructuró su aparato militar en América Latina y el Caribe y en el mundo. Ello estaba ocurriendo cuando finalizaba el siglo XX y comenzaba el XXI, pero en Caracas se escuchó una campanada. En diciembre del año 1998, en las elecciones presidenciales, el pueblo venezolano decidió que esto debía cambiar y eligió al comandante Hugo Chávez como presidente de la República de Venezuela.
El presidente Chávez llegó al poder con un país que, siendo el quinto productor mundial de petróleo, tenía 51% de pobreza y 20% de pobreza extrema, un millón 200 mil analfabetos y un millón 400 mil niños que no podían entrar a las escuelas porque sus padres no podían pagarla. Era un país donde la madre veía morir a sus hijos porque no tenían atención de salud; un país cuyo petróleo era enviado en su totalidad hacia el norte, porque Venezuela no tenía ningún convenio petrolero con los países del sur global.
En esa situación, el presidente Chávez se dio a la tarea de empezar a cambiar esta estructura injusta, y comenzó a recuperar el proyecto bolivariano que había quedado truncado en 1830. Con ese objetivo, inició la ejecución de profundas transformaciones económicas, políticas y sociales que redundaron en una mejora de las condiciones de vida de la población.
Chávez recuperó la industria petrolera para el pueblo y la puso bajo la soberanía del país. Eso evidentemente no gustó a Washington, que consideraba inaceptable que, siendo el amo del mundo, no pudiera sentar las bases y marcar las pautas del comportamiento de Venezuela. Peor aún, existía el riesgo de que ese ejemplo pudiera extenderse por la región y por el mundo.
Chávez comprendió que al apropiarse de su riqueza energética, Venezuela podía y debía utilizarla como instrumento de liberación y de independencia de los pueblos de América. Al hablar de energía, debe recordarse que no se trata solo de petróleo, del cual Venezuela posee la mayor reserva del planeta, sino también de gas, agua y oxígeno, que esta región posee en abundancia.
Ya no se trataba de lograr la independencia política que se había conseguido a inicios del siglo XIX, sino de la independencia económica que se debía conquistar para ser verdaderamente libres. Para ello, los recursos de la región (y los de Venezuela como parte de ello) habían de ser puestos al servicio no solo del pueblo venezolano, sino de los pueblos hermanos de América Latina y el Caribe. En otros países de la región se comenzaron a manifestar también sus propios procesos de toma de conciencia y de emancipación.
Así vinieron, uno detrás de otro, gobiernos populares que emprendieron desarrollos progresistas, populares y democráticos. Los países de América Latina y el Caribe empezaron a conocerse y tener vínculos más cercanos. Asimismo, entendieron que las necesidades de todos eran las mismas. "Sorpresivamente", descubrieron que tenían economías complementarias y que si se lograba establecer un comercio justo entre los pueblos, se ampliaría el espacio de libertad. Poco a poco, se fueron sumando otras naciones, con gobiernos que, aun teniendo un mayor o menor grado de relación y hasta de subordinación con el imperio, finalmente eran gobiernos a los que la fuerza de la necesidad, generada por la crisis que agobiaba —y que agobia— a la región y el mundo, los obligó a producir un acercamiento con sus pares.
Hoy, la crisis no se expresa en un solo aspecto, sino que ya es múltiple. Hablamos de crisis energética, alimentaria, monetaria, ética, moral y política, de manera que se ha ido configurando como una crisis total. Además, no afecta a un único país en un área determinada del planeta, sino que ya se pueden observar esbozos de una crisis estructural: una crisis del capitalismo.
Estos elementos de análisis permiten sacar conclusiones a favor de explicar las razones de la necesidad del surgimiento y validez de la ALBA. Se han ido creando condiciones para reanudar el proyecto de Bolívar, y no solo el de Bolívar, también el de otros padres fundadores de la nacionalidad latinoamericana y caribeña, nuestramericana, como la llamó Martí.
Ya en 1814, Bolívar esbozaba su mirada sobre este asunto cuando dijo:
Es menester que la fuerza de nuestra nación sea capaz de resistir como suceso a las agresiones que pueda intentar la ambición europea; y este coloso de poder que debe oponerse a aquel otro coloso no puede formarse sino de la reunión de toda la América meridional bajo un mismo cuerpo de nación, para que un solo gobierno central pueda aplicar sus grandes recursos a un solo fin, que es el de resistir con todos ellos las tentativas exteriores, en tanto que, interiormente, multiplicándose la mutua cooperación de todos ellos, nos elevará a la cumbre del poder y la prosperidad.
Después, en la Carta de Jamaica, de 1815, avanzó en su proyecto:
Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación, con un solo vínculo, que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno, que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse…
La ALBA es expresión concreta de estas ideas. Bolívar no pudo dedicarse a plenitud a ese objetivo porque las ambiciones mezquinas de las oligarquías pudieron más en las naciones recién independizadas. A partir de entonces, las élites de poder local han insistido en que la integración es imposible porque "somos muy diferentes". Por el contrario, en la Carta de Jamaica, Bolívar enseña que por ser diferentes, los pueblos de América son más fuertes. Nos habían enseñado que somos débiles porque somos diferentes. La verdad es que al estar formada por pueblos diversos, la América es invulnerable. Solo que hay que aprender a manejar e imponer esa invulnerabilidad.
Al ser un continente con enormes reservas de agua, gas, petróleo y tierra, América podría ofrecer energía, agua, oxígeno y alimentos a todo el planeta, pero para ello se necesitan recursos financieros que no se tienen. Para sustituirlos, se requiere cooperación, pero no de cualquier tipo. La cooperación "huérfana", si no tiene otros ingredientes, si no se le da un sentido humanitario y de respeto a la soberanía de los pueblos, carece de valor, porque la cooperación no se puede transformar en un instrumento colonial de dominación.
Por tal razón, la cooperación en el marco de la ALBA se debe sustentar en los principios de solidaridad, respeto a la soberanía, equidad y complementariedad. La solidaridad tiene que ver con que la cooperación sea incondicional, ajena a imposiciones, porque no es cooperación la que se ofrece bajo medidas de fuerza. Eso se llama intervención.
La cooperación en la ALBA la deciden los países miembros de común acuerdo, sin imposiciones, porque actúan en un plano de equidad y complementariedad. Esto hace que en la cooperación no haya donantes agresivos y receptores pasivos, sino que en la ALBA la complementariedad hace que cada quien aporte de acuerdo con lo que puede, participando todos en igualdad de derechos y deberes. Es decir, la participación ha de ser equitativa.
Otro principio de la ALBA es el de la soberanía. Cada acción tiene que partir del irrestricto respeto a la soberanía de cada país, una condición sine qua non para poder participar.
Estos son los principios que rigen la ALBA. Es lo distinto que se quiere construir al apropiarse nuevamente del proyecto bolivariano. La ALBA ya es hoy un conglomerado de diez países, con casi dos millones y medio de kilómetros cuadrados y más de cincuenta millones de habitantes, que tiene presencia en el Caribe, en las entrañas de los Andes y en el norte de Sudamérica, así como en el corazón de la América Central. En la ALBA se habla en inglés y español, en aimara, quechua, y guaraní. Es una alianza de países diversos a lo largo de todo el territorio de América Latina y el Caribe.
La ALBA es una realidad que tiene que llegar a ser mejor, porque es un proyecto que no está totalmente escrito. Aún está naciendo, está siendo construido por los pueblos. Es una conjunción de organizaciones sociales, partidos y gobiernos que deben estar unidos en torno a la idea bolivariana para obtener buenos resultados.
Una de las características diferenciadoras que debería tener la ALBA es que tiene que ser construida de forma colectiva, porque nadie posee la verdad absoluta respecto a cómo desarrollar el proceso. Solo la creatividad y la gran sabiduría de los pueblos es la que permitirá construir esta obra que debe ser de todos.
La ALBA nació hace apenas veinte años, y nadie sabía cómo iba a ser. Surgió de las ideas de Fidel y Chávez, y así empezó a materializarse el renacimiento del ideal bolivariano hecho realidad en la ALBA, por la mera convicción de que la única manera de vencer es estando unidos. Se ha demostrado que es posible si se cuenta con la participación de todos, con una contribución consciente de cada uno, creando, pensando y aportando en el camino de la segunda independencia. Ese es el objetivo de la ALBA.
Sergio Rodríguez Gelfenstein