Letra veguera | Un bloqueo para siempre

15/05/2024.- Una pregunta que me hizo de sopetón una antigua profesora de secundaria por la mensajería de una red social, que poco frecuento, impertinente y sorpresiva, me ocasionó un insospechado sobresalto emocional: "¿Tú todavía sufres el duelo por la muerte de Hugo?".

El asunto es algo más que un tema de crónica literaria en mi vida. Sin embargo, lo contaré para que no se olvide.

La docente aludida se refirió a Chávez por su nombre, Hugo, cuando sé de sobra cuánto lo odió desde siempre y cómo suspiró de gozo el 5 de marzo de 2013.

Su encono hacia Chávez ella misma lo expresó una vez, en voz baja, mucho antes de que "Hugo" se convirtiera en "Chávez". Fue un susurrante eco apenas percibido entre los amigos, todos adolescentes, que allí estábamos reunidos en la plazoleta del barrio.

Esa tarde que lo vio, él estaba cantando una canción en italiano "machucado". El tono con el que salieron de su boca unas frases muñidas y despreciativas hacia la entonación, un tanto chusca e ingeniosa, con la que Hugo lanzó al aire seco de la tarde una canción era de burla. Esta hablaba de un amor incomprendido, en un pueblito del sur de Italia, con unas copas de vino y un rumor de mar verduzco. Bastó entre quienes la oímos para comprender que ella gustaba de él, o él de ella.

Se trataba de un amor de esos cuya razón de ser no la contemplan a ciencia cierta las filosofías ni los tratados, sino los destinos cruzados por las incertidumbres del insondable porvenir.

Esta madrugada le dije, a modo de respuesta y con abreviaturas, que yo lo que tengo es un despecho. No es un "guayabo", como le dicen muchos a las grietas que deja el amor fallido, o un desamor narrado por Corín Tellado, o llevado al plano de una tragedia griega en opereta. "No —le dije—, el duelo lo viví cuando él se enfermó". Un duelo anticipado.

El despecho que lleva a la víctima a recordar que la verdadera causa de la pérdida fue porque ella lo dejó por un tipo con cuatro tallas menos de pantalón es, ciertamente, una tormenta perpetua de sangre en el corazón. Pero ese tipo de despecho no es el que deja la extrañeza, la ausencia, la no espera.

Le dije, además, otras reflexiones que fueron haciéndose solas antes del amanecer, hasta que me escribió en mayúsculas horribles expresiones sobre el presidente Nicolás Maduro y alabanzas sacrosantas sobre una suerte de OTAN en la Guayana Esequiba.

Nos bloqueamos sin más palabras.

 

Federico Ruiz Tirado


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