Historia viva | Cipriano Castro y la Guayana Esequiba
15/05/2024.- Cuando Gran Bretaña y EE. UU. despojaron a Venezuela del territorio de la Guayana Esequiba, en 1899, el país se debatía entre revoluciones y alzamientos de caudillos terratenientes que pugnaban contra los banqueros, financistas y comerciantes especuladores por el dominio de los centros de poder político en el país.
Aquel Laudo Arbitral de 1899 fue en parte justificado por parte de la diplomacia colonialista por las discordias políticas y la ingobernabilidad que existían en el país, algo que se ha convertido en una categoría para las intervenciones imperialistas a lo largo del siglo XX y XXI.
La fragilidad de nuestros mandatarios y diplomáticos dejaron hacer a los británicos lo que les daba la gana, a cambio de empréstitos totalmente desventajosos para Venezuela. Por su parte, Francia y Alemania se disputaban el plan de inversiones ferrocarrileras en América, que tuvo en Venezuela un territorio "baldío" para sus negocios.
Las fraguas diplomáticas que rodearon a Cipriano Castro lo encontraron en Valencia, adolorido por un pie dislocado, pero triunfante sin disparar un tiro. Allí, a decir de Pío Gil, estaban Ramón Tello Mendoza, quien fue su financista y luego ministro de Hacienda, y Raimundo Andueza Palacios, su ministro de Relaciones Exteriores. Incluso estaba Manuel Antonio Matos, el mismo magnate que los gringos escogieron para tratar de derrotarlo a principios del siglo XX, y quien ya había hecho tratos y negocios para asfaltar las calles de Nueva York con petróleo venezolano sin regalías, controles de Estado u otro beneficio para el país más que para sus bolsillos.
Esos caballeros, si les cabe el apelativo, fueron los mismos que guardaron silencio ante el despojo de nuestros territorios en la Guayana Esequiba, con la expectativa de nuevos empréstitos británicos, para la buenaventura de sus bancos y negocios particulares.
Al ímpetu con que Castro fustigó los papeles del Laudo Arbitral en 1895, y su carácter al defender la soberanía marítima cuando asumió la presidencia a finales de 1899, le siguieron las blandenguerías de sus ministros de Hacienda y Relaciones Exteriores.
¿Era que Cipriano Castro, siendo presidente, no tenía hombres probos y capaces de vetar un pírrico Laudo Arbitral ante EE. UU. y Gran Bretaña para hacerse de la Guayana Esequiba? ¿O fue que las deudas y otros compromisos contraídos con anterioridad amarraron la suerte de la República para que fuera despojada de sus derechos?
Pensaríamos por las trazas documentales y bibliográficas que Venezuela no presentó una doctrina diplomática que sustentara sus principios políticos y que quedó a la deriva de las decisiones de los especuladores financistas y mercaderes de la política de entonces. Cipriano Castro era una isla cuando describió la patraña con la que se intentaba despojar a Venezuela del gigante territorio. Así escribió su testimonio patriota el 17 de noviembre de 1895:
… como el horrendo espectáculo de nuestra madre común, abofeteada y desgarradas sus vestiduras inicuamente por un gigante insolente y ensoberbecido, es natural que todos sus hijos nos unamos, como un solo hombre, para rechazar y combatir tan injustificable agresión; cesa para mí, desde luego, la causa de los partidos, para enseñorearse únicamente bajo la bandera nacional, la santa causa de la confraternidad venezolana.
Sin embargo, es necesario rescatar la memoria de algunos documentos que suscribieron la dignidad patriótica de Castro, cuando una vez instalado como presidente ordenó bloquear y controlar la circulación de barcos extranjeros que entraban y salían de los puertos venezolanos sin remisión de controles aduaneros.
Como la comunicación del encargado de negocios de EE. UU. en Caracas, Francis B. Loomis, quien escribió un telegrama al jefe del Departamento de Estado el 24 de octubre de 1899: "El gobierno fue entregado a Castro por el vicepresidente en funciones. Castro parece muy popular, pero su gabinete lo ve con sospecha".
Ello nos lleva a pensar que nuestra historia pasada y reciente debe ser revisada de manera crítica, por cuanto en los repositorios encontraremos "los archivos históricos" que nos llevan a los destinos de la gestión actual. Por ello, tratar estos temas tiene una significación particularmente inminente, y sobre todo necesaria, para entender los procesos actuales de reclamos a derechos por nuestra soberanía.
Esto lo decimos a quienes les toca hacer gestión diplomática revolucionaria, pero, y sobre todo, para recapitular nuestra conciencia colectiva como nación y nuestros compromisos en la defensa de la patria, que es un fin superior.
Aldemaro Barrios Romero