La brecha digital se hace abismo y campo de batalla
Los recursos digitales se han expandido en casi todo el planeta, pero las grandes potencias tienen el control de la tecnología y de su uso en el escenario global
15/05/24.- Como ocurre con la mayoría de los días mundiales e internacionales, el que se refiere a la Sociedad de la Información y las Telecomunicaciones tiene el declarado objetivo de disminuir la brecha entre países ricos y pobres y entre personas ricas y pobres dentro de cada nación. Un propósito que uno no sabe si es ingenuo o meramente cínico.
Y es que esa brecha, que aparece por todos lados (no sólo en el ámbito digital), tiene unas causas estructurales que la hacen cada día más profunda. En lugar de disminuir, se agiganta.
En el caso de la sociedad de la información, las telecomunicaciones e internet, más que de brecha debería hablarse de un abismo porque si bien es cierto que estos recursos se han expandido en casi todo el planeta, no es menos verdad que las grandes potencias tienen el control tanto de la tecnología como de su uso en el escenario global.
Este día mundial, como tantos otros, hace reflexionar acerca de la faramalla discursiva de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y sus organismos afiliados. En sus alocuciones, los burócratas intergubernamentales hablan de desarrollo inclusivo y sostenible, la atención a los países menos desarrollados y de transformaciones en la educación y la atención médica, mientras en la vida real, la llamada “revolución digital” se usa para reforzar la exclusión en todos esos campos y para cuestionables avances en la industria de la guerra, en la subordinación política y en la dominación cultural.
Para no quedar como demasiado comeflores, los jerarcas de los organismos internacionales acompañan sus sermones con denuncias muy severas. El secretario general de la ONU, António Guterres, dice que “para aprovechar el potencial de la tecnología, debemos sortear sus peligros: la falta de normas éticas y de marcos de gobernanza sólidos; la proliferación del discurso de odio y la desinformación; el agravamiento de las brechas sociales y la desigualdad económica; y el riesgo que encarna el uso de la inteligencia artificial, desde los deep fakes (falsedades profundas) hasta las decisiones sesgadas tomadas por redes neuronales que ningún ser humano puede explicar plenamente”.
Dice Guterres que la tecnología debería ser un instrumento para reducir las divisiones, no para ahondarlas y advierte que en la misma medida en que internet adquiere cada vez más importancia para el desarrollo laboral y la innovación, los países menos desarrollados se van quedando más rezagados.
“Debemos mejorar dramáticamente la accesabilidad y la inclusión, apoyar la creación de bienes públicos digitales, software de código abierto, datos abiertos y contenidos abiertos. Debemos invertir en la capacidad de las instituciones públicas para que dispongan las competencias y los recursos necesarios, con miras a comprender, supervisar, dar forma e interactuar con la inteligencia artificial y otras tecnologías transformadoras”, añade.
La máxima autoridad de Naciones Unidas invita a todos a unirse al Pacto Digital Mundial para evitar la fragmentación, salvaguardar los derechos humanos y garantizar que la tecnología sea una fuerza impulsora del bienestar humano, la solidaridad y el progreso.
Guterres pasa de la voz de alerta a los buenos deseos, al tiempo que las grandes potencias mundiales se pelean a cuchillo digital porque la hegemonía en este campo tiene todas las características de ser el factor determinante de la geopolítica actual. En rigor, la guerra mundial se está dando en esa arena, aunque los fuegos y los bombardeos no sean tan evidentes y ruidosos.
En el plano electrónico se proyecta lo que ocurre en el dominio real: las potencias emergentes como China, Rusia e India se tornan vanguardia tecnológica por su capacidad de innovación y de producción, mientras Estados Unidos, Europa y Japón decaen. La prueba más contundente de esto es que el todopoderoso Estados Unidos, paladín del libre mercado y la libre competencia ha tenido que aplicar medidas proteccionistas contra empresas chinas para evitar que “impongan” sus productos y servicios, es decir, que ganen la batalla en la mente de los consumidores.
Una antigua efeméride
El Día Mundial de la Sociedad de la Información y las Telecomunicaciones no es una efeméride nueva. Se estableció por iniciativa la Unión Internacional de Comunicaciones (UIT) en 1969, en una época en la que el desarrollo de la computación y la telefonía inalámbrica era reservado a los relatos y películas de ciencia ficción y a los ultrasecretos planes militares.
Se eligió el 17 de mayo porque ese fue el día, en 1865, cuando se firmó el Primer Convenio Telegráfico Internacional, fruto de la Conferencia Telegráfica Internacional de París. Este convenio unificó criterios técnicos y de costos y precios para los servicios telegráficos, pues hasta entonces esta actividad se regía por acuerdos bilaterales entre países. Ese también puede considerarse el punto de partida de la UIT, que se perfila así como una de las organizaciones internacionales más antiguas, entre las que aún siguen en actividad.
Es conveniente considerar que el telégrafo constituyó un primer salto en materia de telecomunicaciones con una magnitud tal que tal vez sólo pueda compararse con el reciente auge de internet, las redes sociales y la inteligencia artificial. En medio de estos dos grandes hitos están la aparición del teléfono convencional y el celular y de medios de comunicación como la radio y la televisión.
Nadie puede dudar de la trascendencia de este sector en el mundo actual. El Día Mundial es una buena ocasión para pensar dónde estamos parados como país, como sociedad y como individuos en un planeta cada día más digital.
¿Salvadoras o dictadoras?
Las tecnologías de la información e internet fueron fundamentales durante los duros meses del confinamiento mundial por el Covid-19, pues permitieron que una parte sustancial de la población siguiera realizando actividades laborales, educativas, culturales y recreativas en ese período.
Como suele ocurrir, la circunstancia fue aprovechada por grandes corporaciones del campo de las telecomunicaciones y de las ventas electrónicas para amasar fabulosas fortunas y crear nuevas modalidades operativas que han seguido, ya sin cuarentena.
El modelo de trabajo se vio afectado esencialmente. Las empresas vieron la oportunidad de tener a sus empleados a disponibilidad 24/7 y utilizando sus propios instrumentos laborales y no los de las compañías: un sueño hecho realidad para las cabezas neoliberales.
Tras la pandemia, quedó establecido este sistema que les permite a los grandes capitalistas disponer de la mano de obra más barata en cualquier parte del mundo, sin compromisos de pasivos laborales, seguros médicos ni nada por el estilo. Es un mundo de trabajadores sobrexplotados a través de las computadoras y teléfonos móviles.
También han surgido nuevos “oficios”: influencers, youtubers, tiktokers, instagramers y demás especímenes de una fauna de mutantes generada por internet y la sociedad de la información, para quienes la celebridad es el valor primordial. Así estamos.
CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS