Contraplano | Wang Bing, testigo silencioso de vidas truncadas

25/05/2024.- Sin darnos cuenta, muchas veces creemos que todo arte producido en China que llegue a “incomodar” es censurado o prohibido. Repetimos, sin tener certeza ni evidencias, que las cintas exportadas de ese país están cargadas de censura o algún tipo de sesgo. No obstante, la admiración y respeto que se ha ganado el documentalista Wang Bing (China, 1967) en festivales de cine como Cannes, Venecia y Locarno ponen en duda ese prejuicio.

El lente de Bang suele captar historias reales de personas que han sido marcadas por la explotación laboral, desplazamiento, soledad y abandono. Su estética es nada acabada, por lo que no busca ser perfeccionista. Con cámara en hombro, Wang se convierte en intruso en círculos familiares, ambientes laborales, comunidades y grupos de adolescentes. Este método infalible lo ha convertido en su marca personal que ha despertado interés en el mundo del cine.

Admito que, por su extensa duración —9 horas—, pensé varias veces en ver Tie Xi Qu: Al oeste de las vías (2002), la ópera prima de Wang. Sin embargo, y para fortuna de todos, el realizador dividió en tres segmentos el metraje final, por lo que la tarea se hace más fácil. A eso agrego que logré dar con una versión subtitulada con acotaciones extras que ayudan a contextualizar mejor.

Este documental cuenta la incertidumbre de un grupo de trabajadores, y sus familias, de un inmenso parque industrial que hace décadas llegó a ser próspero. No obstante, el ocaso llega con el cambio de modelo económico. Ahora, estos hombres y mujeres afrontan la oscuridad de un porvenir nada alentador.

En un ritmo lento pero acertado, Wang nos muestra a los trabajadores compartir y trabajar en espacios sucios y abandonados. Durante meses, y sin dejar de laborar, los empleados juegan a las cartas, planifican ir de fiesta y reunirse con amigos, sin dejar de pensar cuál será el destino, luego del cierre.

En el segundo segmento, el documentalista gira el foco hacia los hijos de los trabajadores que viven en pequeñas casas estatales y que pronto serán derrumbadas. Como todos los adolescentes, los chicos se distraen y comparten hasta que vamos viendo cómo se fragmentan los grupos por la reubicación forzada.

Ya en la tercera parte, Wang da la estocada final. En este tramo, el documentalista aborda a “el viejo Dun”, un señor mayor empobrecido que vive con su hijo junto a las vías del tren de la zona industrial. Juntos recorren 20 km de rieles para recolectar chatarra y venderla como sustento.

Wang centra su atención en este señor, quien cuenta a la cámara que no hay barrera en la vida que no haya podido superar. En medio de un ataque nervioso de su hijo por la ingesta de alcohol, nos dice cómo, sin desfallecer, ha sobrevivido a cada golpe. Dun alega haber sacado fuerzas y persiste en resistir para un mejor futuro.

Este mensaje es clave, y subyace tanto en este documental de Wang como en Juventud, primavera (2023), historia de un grupo de jóvenes víctimas de un sistema de explotación en fábricas de ropa; en Hasta que la locura nos separe (2013), que denuncia el abandono de pacientes en un hospital psiquiátrico en la miseria; y en El hombre sin nombre (2010), en el que somos testigos de la precaria vida de un ermitaño en una pradera en China. Todos altamente recomendados.

Es evidente que la transformación económica y social que vivió China a finales del siglo XX impactó a millones de personas, y entre ellos, a las que aparecen en los trabajos de Wang. Entonces, ¿podría decirse que el trabajo de este artista es “propaganda” pro o en contra? Tal vez, pero hasta para caer en ello hay que presentar argumentos sólidos. Y es eso lo que ha venido haciendo este cineasta, quien con el tiempo, y sin ocultar sus lazos nacionalistas con China en donde reside sin problemas, se ganó la aclamación universal.

Para saber más sobre los documentales de Wang, puede escribir a columnacontraplano@gmail.com

Carlos Alejandro Martin

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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