Letra fría | Séptimo piso. Ascensor...

31/05/2024.- Parafraseando el tango A media luz: "Corrientes, tres cuatro ocho. Segundo piso. Ascensor", me refiero a que llegar a los setenta y uno es como llegar al séptimo piso en ascensor, porque, si Dios quiere, uno seguirá ascendiendo al piso ocho de los ochenta y, si contamos con suerte, tal vez un poco más, y ojalá que más. Pero el cuento va porque el año pasado quise hacer una breve esquela sobre mis setenta años, que se descarriló y terminé hablando de la década del setenta, o empecé, porque dada las circunstancias entendí que si no formalizaba una historia por entregas, iba a seguir divagando y nunca encarrilaría el libro, otra vez.

Hoy, un año más tarde de sus cincuenta y dos semanas, más de cuarenta fueron parte de esta saga —por las honorables interrupciones de obituarios y otras circunstancias— que ya se va perfilando como libro, una vez que ensamble estas notas con episodios ya escritos en diferentes épocas, y con dos o tres inicios del libro que habré de seleccionar o, sencillamente, yuxtaponer.

En aquel primer artículo recordaba que "mamá decía que yo comenzaba una vaina y terminaba en otra". En realidad, yo solo iba a decir que por fin se le acabó la guachafita a Tomás Musset diciéndome: "Humberto, a ti sí te ha costado llegar a los setenta…". También quería agregar que el numerito ese es como el inicio de la cuenta regresiva. A partir de ahí, comenzaron a morir los amigos y para allá vamos, lo bueno es que no sabemos cuándo. Entretanto, sigamos tentando los recuerdos, porque debo confesarles que ya esto es otra serie, escaleta tal vez, o ayudamemoria de un libro que estoy escribiendo, ¡y con este setentazo creo que lo voy a terminar, por fin! No en vano, algunos escritores famosos, después de muertos, se hicieron por entregas en magazines, y estoy convencido de que eso ya me ocurre a mí ¡Aunque mucha fama y cero billete! Ja, ja, ja.

Guardando las distancias —y cero pretensiones comparativas—, agrego a título de información que muchas de las grandes novelas de la Francia del siglo XIX fueron publicadas por entregas: Los tres mosqueteros, publicada inicialmente en folletines por el periódico Le Siècle, y El conde de Montecristo, también de Dumas, publicada en una serie de dieciocho partes. O de la parte rusa, Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov, de F. Dostoyevski, publicados por entregas en revistas como El Mensajero Ruso. Lo cierto es que me acogí a este método folletinesco más como disciplina de trabajo que como herramienta metodológica (¡aunque también!). El compromiso de una entrega semanal es un ritual afectivo con los recuerdos de toda una vida… Ah, se me olvidaba decir que la motivación principal fue pensar: "¡Déjame escribir esta vaina, antes que se me olvide!".

De esta manera se inició el ritual, sumado a investigaciones de diversa índole, incluyendo la aparición de manuscritos varios, como un diario de viaje a Japón, otro de un total immersion en una universidad de New Jersey, páginas sueltas de otra estancia en Nueva York del año 88, y ahorita mismo, que escribo desde Houston, Texas, donde celebré en familia el cumpleaños setenta y uno cantando boleros con Ricardo Hernández, Gregory en el bongó y Judith Durán en las maracas, con Mariana y Mora en los coros, y con mi hija Ligeia en la dirección del arroz marinero, la torta de piña y el quesillo.

Lo mejor de todo fue compartir con mis nietas: mi querida Stephanie, de 30, y con mi niña de 4 años, Isabella, que ya se perfila como una gran mujer. Con mi nieto, Carlos Gabriel, de 31, y su esposa Camila, estuve un día en Miami, donde viven, y pasamos una espléndida tarde con mis tías Alicia (92) y Elba (78), a quienes no veía hace 30 o 40 años, y los primos Marina y Armando, unos seres humanos espectaculares.

En resumidas cuentas, me estoy dando un banquete de familia, que buena falta me hacía. El año pasado almorcé con Fray Vampiro, el jesuita Alex Salom, mi hermano del alma y ahijado de papá. Nos bebimos una inmensa botella de un recio tinto italiano exquisito, mientras chateábamos con nuestra promoción del colegio Gonzaga de Maracaibo (1970). Después, mientras terminaba de matar el vino, vi películas de vaqueros.

 

Humberto Márquez


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