Contraplano | Fantasmas, sueños y realismo mágico abundan...

En el mundo de  Apichatpong

01/06/2024.- En los rincones del mundo, en donde el cine aún no es una industria que busca solo la ganancia monetaria, la última palabra sobre la edición y guion de una película la tiene el director o directora. 

Es sobre esta figura que recae la responsabilidad del resultado final de la producción y, por ende, de todo lo que veremos en pantalla. 

En ese amplio campo, que se genera al margen de una emergente industria cinematográfica, es donde se mueve libremente el cineasta Apichatpong Weerasethakul (Tailandia, 1970).

Este director —quien ya lleva unos nueve trabajos publicados— suele abordar conflictos personales en medio de alucinaciones, sueños y situaciones oníricas con un estilo propio, muy parecido al realismo mágico latinoamericano, y no bajo el sello característico y respetadísimo de David Lynch.  

En El Tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas (2010, Palma de Oro en Cannes) Apichatpong narra los últimos días del tío Boonmee, un exsoldado envejecido que le dice a su fantasmal esposa que su problema de salud es producto de un karma generado por haber matado a comunistas durante la insurgencia en Tailandia en el siglo XX. A su vez, el desaparecido hijo de este personaje reaparece en forma de bestia con ojos rojos, y le cuenta a su familia que su transformación física se originó al intentar cazar en la selva a un “mono fantasma”.

La historia es interrumpida por otra inconexa que narra cómo una princesa se entrega sexualmente a un bagre —que le habla, por cierto— a cambio de la eterna juventud. La mujer se desnuda, le regala al pez sus prendas de oro y, una vez en el río, el animal le practica un cunnilingus.

A pesar de que todo esto pareciera ser absurdo en pantalla, Apichatpong —también experimentado arquitecto que ha hecho videoinstalaciones artísticas, cortos y videoartes— maneja muy bien los recursos estéticos y cinematográficos para presentar una pieza de alta pureza que neutraliza cualquier indicio irrisorio. 
 
Ya en Enfermedad tropical, realizada seis años antes, el director manejaba las transformaciones, transmutaciones de personas, suspensión temporal y ruptura narrativa.

En dos fragmentos desconectados, Apichatpong cuenta en esta producción un amorío homosexual entre un soldado y un campesino, y el intento de otro uniformado por cazar y matar a un tigre que asegura ser un chamán con capacidad de transformación animal. Esta última historia —para mí la más notable— está basada en las tradiciones tailandesas, recogidas en las obras del escritor de ese país Malai Chuphinit (1906-1963).

En una escena clave vemos al tigre decir al soldado, vía telepática: “Y ahora, me veo aquí. Mi madre. Mi padre. Miedo. Tristeza. Todo fue tan real... tan real que me dieron vida”.

Con esta forma tan particular de contar historias —notablemente influenciado por el realismo mágico nuestroamericano—, este cineasta se ha ganado el respeto de la crítica y del universo cinematográfico tanto de Asia como a escala global. Afortunadamente, Apichatpong apenas cuenta con 53 años, por lo que aún podríamos ver nuevos trabajos.

Para intercambio de opiniones y conocer más sobre el cine de Apichatpong puede escribir a columnacontraplano@gmail.com

Carlos Martín 


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