Micromentarios | Bullying, en grado superlativo

04/06/2024.- La venganza es un sentimiento que induce a buscar justicia por propia su mano, tras recibir un agravio que se considera imperdonable.

El deseo de castigar a quien o a quienes nos ofendieron, hirieron o asesinaron a uno o varios de nuestros seres queridos se transforma en necesidad y luego en obsesión.

Los sionistas de Israel, es decir, el ala radical del judaísmo, están obsesionados con el Holocausto, el asesinato de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial. Allí murieron judíos y gitanos, casi por igual; personas de la actual comunidad LGBT+ y simpatizantes de partidos y grupos de izquierda.

La propaganda política sionista obvia a todos los demás fallecidos y reduce la colosal masacre a los iniciados en la fe judía, fueran o no practicantes.

Como no han podido vengarse de quienes realizaron tan terribles matanzas, la han tomado, desde hace años, con sus vecinos y hermanos: los palestinos.

Escudados en un ataque del grupo Hamás, se han dado a la tarea de asesinar, sin contemplaciones, a hombres, mujeres y niños de Palestina, bajo el pretexto de que buscan cazar a los terroristas de dicha agrupación y liberar a los rehenes israelitas que estos tienen en su poder.

En nombre de la venganza, han actuado como los mayores cobardes sobre la Tierra: la han tomado no contra el pueblo alemán y ni siquiera contra Hamás, sino contra los palestinos indefensos —en particular, contra los niños—, estos últimos bajo la premisa de que, si no los liquidan hoy, mañana serán enemigos declarados.

Más cobardes no pueden ser. Han asesinado a recién nacidos, tachándolos no como futuros terroristas, sino como efectivos de un ejército en ciernes.

A todas estas, la propaganda política —manejada por medios de comunicación y redes bajo control de dueños sionistas— presenta a los criminales como víctimas y a las víctimas como homicidas.

Para colmo, apelan a lo sucedido décadas atrás, e incluso en los tiempos bíblicos, cuando el exilio en Babilonia, para mostrarse como un pueblo siempre asediado y sojuzgado que solo ahora reacciona contra sus opresores.

Pretenden ignorar —ocultar— que, desde 1948 hasta ahora, han realizado un despojo sistemático de vidas y territorios a los palestinos, al punto de haberlos condenado a residir en espacios cada día más pequeños.

Los asesinatos de inocentes no son nuevos; se repiten con horrorosa frecuencia. En este momento, la cantidad de niñas, niños y adolescentes asesinados pasan largo de dieciocho mil. Los mutilados se aproximan a cuarenta mil. De los huérfanos y los afectados psicológicamente no hay cifras, pero las anteriores permiten suponerlos también en decenas de miles.

De hecho, lo más seguro es que no quede en Gaza, ni en los —a cada rato bombardeados— campamentos de refugiados, y ni siquiera en Cisjordania, un solo infante que no tenga pesadillas nocturnas, e incluso en las horas de vigilia, con el ejército israelí, disparando a matar no como represalia, sino por el criminal gusto de quitar vidas.

El pseudopueblo elegido ha pasado de ser el rebaño pastoreado por Dios a considerarse Dios mismo, con derecho a despojar de la vida a quien desee. A los sionistas no les importa la oposición de los hebreos y judíos decentes, la de la opinión pública mundial y la de las instituciones internacionales.

En términos escolares, lo que hace el gobierno sionista de Israel con el pueblo palestino es bullying, en grado superlativo. Un bullying a la vista de todo el planeta. A quienes lo denuncian se les descalifica asignándoles la denominación de terroristas o de apoyar esa tan sanguinaria táctica de guerra, que demuestran manejar muy bien.

Tal como ocurre con el acoso escolar, el día en que la víctima —la verdadera víctima— se defiende, el hostigador cotidiano gime, patalea y se presenta como el perjudicado habitual. Tal como sucede en los institutos de enseñanza, sus cómplices —compañeros de clases, docentes alcahuetes y representantes inmaduros— se ponen de su parte y justifican cualquier acción, incluyendo su supuesta venganza.

 

Armando José Sequera


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