Margot Benacerraf: “Una loca encaramada en un camión”
Ganó el Concurso Hispanoamericano de Teatro y por ello recibió una beca
“Logró poner el nombre de Venezuela en la cinematografía universal. Es un mérito suyo, de su obra pionera, por eso el país tiene muchísimo que agradecerle”
04/06/24.- Una mujer loca con una cámara, encaramada en un camión destartalado, recorriendo la península día y noche. Así se autodefinía Margot Benacerraf, cuando le pedían que rebobinara su propia película vital hasta el tiempo en que filmó Araya, una de sus dos muy exitosas obras cinematográficas.
La cineasta, que falleció el pasado 29 de mayo, a la edad de 97 años, había aprendido a no cohibirse ante esas miradas de quienes creen que uno tiene una tuerca floja. Se acostumbró a eso filmando durante varios meses, muy intensos, al gran Armando Reverón, en su santa sanctórum de Macuto. Mientras la mayoría de los visitantes (en especial los acaudalados caraqueños) iban allí a reírse de las excentricidades del artista y a comprar cuadros baratos, ella acudía a registrar las imágenes del que sería su primer filme, eternizando el testimonio del genial pintor, junto a sus acompañantes, tanto de carne y hueso como de trapo.
Reverón le compensó con un gran afecto, expresado en la costumbre de llamarla Margocita. “Era la única persona que me decía así todo el tiempo”, comentó la cineasta en una entrevista con Miguel Armando García, realizada hace ya algunos años. También le cosió una indumentaria de sacerdote, para que ella impartiera el perdón de sus muñecas, que eran todas muy pecadoras. Reverón esperaba que esa escena fuese el final de la película, pero nunca se grabó. Se había agotado el material en el momento en que lo intentaron.
Con Reverón y con Araya, Benacerraf se cargó de premios y de prestigio como una directora de vanguardia. El documental sobre “el Pintor de la Luz”, se alzó con el primer premio del Festival Internacional de Películas de Arte, en 1952 y con el Premio Cantaclaro Mejor Película Venezolana, en 1953. Además, le abrió unas cuantas puertas en escenarios internacionales.
Con la icónica cinta sobre las salinas del estado Sucre, dio la revuelta en el Festival de Cannes, al hacerse acreedora de dos premios: el de la Crítica y el de la Comisión Técnica Superior. “Fue la sorpresa del festival, entre otras razones porque se exhibió cuando faltaban dos días para la clausura”, reveló Benacerraf.
Y no sólo por eso, sino también porque en esa edición de Cannes se reunió un verdadero equipo de ensueño. No compitió contra obras mediocres. La ganadora del Premio Internacional fue la obra de Luis Buñuel, Nazarín; Araya compartió honores con Hiroshima, mon Amour, el primer largometraje de Alain Resnais, una de las grandes figuras de la Nouvelle vague (Nueva ola) del cine francés. También fue galardonada Los 400 golpes, de Francois Trouffou; y por allí estuvo Roberto Rossellini, con India. La Palma de Oro fue para Orfeo negro de Marcel Camus. Puro grandeliga.
Araya calzó perfectamente en el espíritu de la época, pues había una rebelión contra las películas grabadas en estudio. Estaban en boga las que privilegiaban los exteriores, con luz natural y algo de improvisación.
En un reportaje biográfico, el experto Juan Carlos Lossada expresó que “Benacerraf logró poner el nombre de Venezuela en la cinematografía universal. Es un mérito suyo, de su obra pionera, por eso el país tiene muchísimo que agradecerle. Reverón y Araya son películas inmortales que conquistaron a la crítica más exigente de los festivales de cine”.
Y, luego de alcanzar ese pináculo internacional, no hizo sino incrementar esa deuda que el país tiene con ella, pues en los años 60 comenzó a edificar la Cinemateca Nacional, y en los 90 fue clave en la creación de Fundavisual Latina, que organizó el Festival de Cine Latinoamericano de Caracas, una iniciativa motorizada inicialmente por Gabriel García Márquez, aunque luego se desarrolló por cuenta propia.
A esa deuda hay que agregarle otro dato: mientras Araya triunfaba en Europa y podía verse incluso en China, en Venezuela sólo se exhibió 18 años después de su éxito en Cannes, en una versión que se engalanó con la densa voz de José Ignacio Cabrujas.
“Fue una visionaria. En la época en la que ella realizó sus películas, la mujer no tenía una presencia importante en la cinematografía, no sólo en Venezuela, sino a nivel mundial. Y ella logró ese inmenso triunfo de Cannes, con Araya, una película sensible, que nos habla al oído sobre nuestro hermoso pueblo”, expresa Carlos Azpurua, presidente del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía.
“Sus dos películas son hermosas, pero poniendo toda su obra en contexto, yo tengo que colocar en primer lugar su labor como gerente cultural, con la creación de la Cinemateca, porque soy un producto de mi asistencia a ese lugar, donde descubrí la magia del cine con el filme Les carabiniers, de Jean-Luc Godard. En la Cinemateca nos formamos viendo cine y esa fue una obra de ella, junto a Rodolfo Izaguirre”, añadió el también prolífico director.
Vladimir Sosa Sarabia, director del Archivo Audiovisual de la Biblioteca Nacional y actual presidente de la Cinemateca Nacional, opina que “Margot estaba fuera del lote, era alguien excepcional, una mujer latinoamericana triunfando en la meca del cine, en la Europa de los años 50”.
“Diría que la valía de su obra radica en que con solo dos películas logro meterse en la historia del cine: Reverón es un documental maravilloso, importante para el país desde el punto de vista de nuestra memoria e identidad. Y Araya es poesía pura, la belleza de las imágenes de las salinas extraída de la cotidianidad de aquel lugar en aquel momento”.
Sosa Sarabia coincide con Azpurua —y con muchos otros— en que la creación de la Cinemateca Nacional fue la obra más importante de Benacerraf. “Venezuela inaugura su Cinemateca en 1966 de la mano de esta mujer preclara del cine y convencida de la necesidad de contar con una ventana al mundo a través del cine y además de la importancia de conservar nuestro patrimonio para ponerlo al alcance futuras generaciones”.
Aprendiendo en la tertulia
Margot Benacerraf nació en Caracas en 1926. Estudió Literatura en el Instituto Pedagógico de Caracas y Filosofía y Letras en la Universidad Central de Venezuela y, más adelante, cursó Dirección en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos de París. Pero no se cansaba de repetir que aprendió más en la fuente de soda El Ávila y en las tertulias caraqueñas con grandes figuras intelectuales como Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri y los españoles exiliados Alberto de Paz y Mateos y José Bergamín.
Escribió ensayos y obras de teatro, entre estas últimas Creciente, que ganó el Concurso Hispanoamericano de Teatro y por ello recibió una beca para estudiar tres meses en Nueva York, en la New School for Social Research. Por aquellos lares, experimentó como actriz en una película denominada Siete maneras de matar. “Yo abría una puerta y me mataban, me asomaba a la ventana y me mataban… era divertidísimo, pero lo importante es que me impactó tanto el cine, que dejé todo lo demás”.
Y fue tal ese giro en su vida, que luego de los premios en Cannes, la catalogaron como emblema de la Nueva Ola Suramericana, pero ese mérito ella se lo atribuía a Glauber Rocha, un brasileño que, sin embargo, siempre declaró su admiración por Benacerraf y dijo que Araya había sido fundamental en la visión que impregnó la corriente del Cinema Novo.
CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS