Crónicas y delirios | Escritores, huellas y sombras

07/06/2024.-

I

Alberto Olmos: terrible ojo sapiens de nuestro tiempo

Una amiga, de esas que ya casi no quedan por motivo de cualquier razón —el exilio a-dorado, el ingrato síndrome económico o el ocaso generacional—, me escribe desde su apartamento en Madrid con vista repetida hacia otros pisos idénticos, para enviarme las sagaces crónicas del periodista y novelista español Alberto Olmos (1975), recogidas en el volumen Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad.

Como soy un eterno articulador de artículos de prensa, aprovecho la ocasión para expresarle a la amiga, mediante esta vía digital, mi beneplácito por haberme permitido el disfrute de la mordaz inteligencia olmosiana y su agudo ojo sapiens como testigo de nuestro tiempo. Y a la vez, en dicho cumplimiento periodístico, reproducir una muestra de sus opiniones.

 

Sobre ciertos escritores españoles

Ya va para varios años que los escritores dejaron de interesarse por conseguir que los lean y se centraron en un objetivo mucho más noble: conseguir que les paguen. Cobrar por un libro las horas exactas que has empleado en escribirlo es algo que casi nunca se da. Por eso, la literatura era un arte, porque ponía a la gente a trabajar contra todo sentido práctico.

El logro de un escritor medio en nuestros días, sin embargo, es hacerse con muchas becas y residencias; esto es, con patrocinios y manutenciones. Y hasta se lucen estos subsidios en la biografía del autor, muy orgulloso de que su escritura haya estado subvencionada y florezca, por tanto, en invernadero.

 

Ser analfabetos no impide triunfar

Ser analfabeto no impide triunfar en este mundo nuestro (…) No hay ningún tuitstar o youtuber de éxito que sea capaz de escribir una sola frase sin faltas de ortografía. Son ricos. Los futbolistas, los cantantes y los presentadores de televisión, que también son ricos, necesitan dos videotutoriales para los acentos: uno, para ponerlos; y otro, para no ponerlos. No pocos columnistas de renombre serían incapaces de reconocer sus propios artículos si se los dieran a leer sin firma, de tanto que se los corrige el redactor de turno.

 

De cómo la autoficción se convirtió en autopromoción

Para el logro de un enorme éxito, lo necesario sería narrar no la batalla, sino cómo se documentó el autor sobre la dichosa batalla.

Es lo que hacen —un libro sobre cómo escribo el propio libro— muchos autores. Sin embargo, lo cierto es que la autoficción se encuentra en un momento crítico. El grado de narcisismo de los autores hace tiempo que superó la categoría de ridículo y se dirige hacia el diagnóstico de demencia.

La obra literaria se ha visto contaminada por las redes sociales y los autores se dedican diariamente a autopromocionarse en Facebook o Twitter, y a la hora de escribir novelas también creen que deben vendernos su éxito literario: Escribo para que te creas que soy escritor, y para creérmelo yo mismo.

 

Bolaño y yo: la historia jamás contada

Dicen los ganadores que nunca ganan, pero casi, que del subcampeón no se acuerda nadie. Y yo fui subcampeón del premio Herralde que se llevó Roberto Bolaño con Los detectives salvajes. Mi obra se titulaba A bordo del naufragio. Tenía yo veintitrés años. Roberto Bolaño y un servidor iniciamos entonces trayectorias paralelas, y mientras él se ha convertido en un mito literario, yo tengo una columna periodística.

Lo que nunca he olvidado de Bolaño es su jersey desgastado que se volvió mítico. Quiero decir que Bolaño, en la Barcelona de 1998, era un señor que lo tenía todo para fracasar: eminentemente aquel jersey, amén del resto de su indumentaria, vieja y ajada, el rostro magullado por las carencias dentales y la desazón, las gafas desequilibradas y el andar raquítico.

Todo eso, hoy en día, no hay foto que lo recoja. Ves una foto de Roberto Bolaño y siempre observas a un galán de las letras; bohemia y no miseria, intención y no dejadez, estilo y no abandono. La fama debida a esto de la literatura vuelve apolínea toda vulgaridad.

 

II

Rememorando a Kafka en los cien años de su nacimiento

Existe entre los creadores el espíritu tánico de destruir su propia obra, en un arrebato de inconformidad extrema frente a lo que han generado; es el círculo ancestral de vida/muerte o de huidiza afirmación ante el dilema de la duda. Los casos abundan y el de Franz Kafka encarna uno de los más representativos, aunque con final inesperado.

Fue así como, a escasos meses antes de morir de tuberculosis, Kafka le escribe a Max Brod, su leal amigo y editor:

Queridísimo Max, mi último ruego: quema sin leerlos absolutamente todos los manuscritos, dibujos, cartas propias y ajenas, que se encuentren en mi legado (es decir, en cajas de libros, roperos, escritorios de casa y de la oficina, o cualquier otro sitio donde pueda encontrarse algo y te llame la atención), así como todos los escritos y dibujos que tú u otros tengáis en vuestro poder. Tuyo, Franz Kafka.

Como recordarán los lectores, el fraterno Max Brod nunca quemó los manuscritos y dibujos de Kafka, conservándolos para la eterna memoria de la humanidad.

 

III

Gallegos quiso lanzar al mar los originales de Doña Bárbara

Durante la "Entrevista irreal a Rómulo Gallegos", en esta misma columna, la insigne transparencia del escritor tuvo a bien revelarnos:

Le contaré algo personal que pocas veces he referido. En 1929, debimos viajar a Europa para que mi esposa Teotiste se sometiese a una operación quirúrgica, y durante la travesía en el barco me dediqué a la revisión de los originales de Doña Bárbara, pero al terminar la lectura entré en una especie de angustia autocrítica y tanto desvaloricé la obra que me dije: "¡Esto no sirve!", y traté de tirarla al océano. Por fortuna, Teotiste me la arrebató de las manos; y al llegar a Madrid establecí contacto con la editorial Araluce, que auspiciosamente decidió publicarla. La acogida fue total.

 

IV

El insomnio agónico de Ramos Sucre

Nuestro gran poeta José Antonio Ramos Sucre tuvo una existencia lejana de las clasificaciones: fue un creador de luces originales y recónditas, mezcla personal de simbolismo y vanguardismo, cuya prosa poética resultaba de ardua aceptación para sus contemporáneos. Escribió, además, narraciones breves que hoy figurarían como minicuentos avant la lettre, artículos de opinión y un conjunto de notables aforismos ("El tiempo es una invención de los relojeros"; "La aristocracia de nacimiento es una autosugestión, por eso nadie cree en el linaje de otro"…).

En el año 1929, Ramos Sucre es nombrado cónsul de Venezuela en Ginebra y comienza su eterna búsqueda de una cura para el insomnio y la depresión. El 9 de junio de 1930, cuando cumplía cuarenta años, se envenena, muriendo pocos días después. ¡Paz eterna, poeta!

 

Igor Delgado Senior 

 


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