Letra fría | Cocinando con el robot
07/06/2024.- Olvidaba decir que la grabación de los boleros de mi cumple fue realizada por mi yerno Carlos Reyes, y que el jesuita Alex Salom es nuestro capellán de club de fumadores y del club del ron, y anfitrión celestial de las rumbagenarias, aparte de administrador de mis dos extremaunciones, a las que sobreviví felizmente. Allí hay mucha tela que cortar, pero, para no desviarnos, ambos episodios serán recordados en el momento oportuno, luego del intento de programa en vivo para ser diferido a mi llegada a Venezuela, con las ediciones estelares de Félix García, bajo la supervisión de la gran Yndira Ceballo.
Ya habíamos despachado el arroz a la marinera, el pulpo a la gallega y demás pasapalos, al son de un soberbio ron 1796, añejado en barrica de whisky, que me regalaron Chuma y Andrea, de la marca de ron Santa Teresa. Luego de la tenida en guitarra de Ricardo Hernández, me cantaron el cumple y picamos la torta de piña y el quesillo. A golpe de medianoche se acabó la reunión, por lo atravesado del miércoles. Aunque fueron como fiestas patronales, pues la noche anterior degustamos un mojito de cazón en coco que quedó de rechupete, con arroz y ensalada cocida de papas, zanahorias, huevos y petit pois, acompañados de cervezas. El 23 ya ni me acuerdo, pero hubo movimiento también. El 24 fue como la víspera del cumple de mi hija Ligeia, que terminó siendo en la playa, lo que me cayó al pelo, porque estaba palidísimo. El domingo fue lo de picar la torta que no pudo ir a la playa, por ser una tres leches peruana de lúcuma (níspero, en Perú) y con el sol y el calor se pueden imaginar. Esa fue la excusa perfecta del domingo para una parrilla de cordero y picaña. Las chuletas de cordero lechal, que son las del huesito largo, y las redondas normales, y la picanha, que significa punta trasera en Brasil y Portugal. Todo estuvo espectacularmente asado en una parrillera de cerámica verde, en un horno ovalado —de allí su nombre green egg—, que además de parrilla, rostiza y sirve de ahumadora. Sin embargo, el cuento bueno es que era demasiada carne, aunque las lechales volaron y la punta, más o menos, pero el grueso de las chuletas redondas normales quedaron para los siguientes días.
Lo otro que no he contado es que mi hija me sorprendió con un robot en la cocina, Thermomix, y el lunes se le ocurrió hacer un risotto de champiñones, cuyo proceso e ingredientes va dictando el robot, desde el rallado del queso parmesano y cosas como esta: "Sin lavar el vaso, vierta el aceite más los 30 g de mantequilla, la cebolla, la sal y los tomates, y triture 15 seg/vel 8, y luego programe 7 min/120º C/vel 2". De pana que me dejó loco. Cuando pidió el caldo de pollo, sugerí hacerlo de cordero, con la cocción de las chuletas sobrantes del día anterior, moción que fue aprobada por mi querida chef, con la preocupación de incomodar al robot por desobedecer sus instrucciones. Así las cosas, aquello quedó espectacular, y solo faltó —aunque en estos tiempos de inteligencia artificial ya pasará—, que me dijera: "Muchas gracias por su aporte, y añadiremos a nuestro recetario 'Risotto con champiñones en caldo de cordero a la parrilla, a la Márquez', por Ligeia y usted. Muchísimas gracias, señor Márquez”. Ja, ja, ja.
Humberto Márquez